martes, 27 de noviembre de 2012

Hammerstein o el tesón. Una historia alemana.






Comentábamos no hace mucho en este mismo blog el “esfuerzo” que, en su conjunto, la sociedad alemana de entreguerras dedicó a hacerse nazi. Ese descenso a los infiernos fue, sin embargo, criticado y combatido por algunos ciudadanos, tan escasos como heroicos. A uno de tales héroes, el general alemán Kurt von Hammerstein-Equord, o, en puridad, a él, a su familia y a otras personas cercanas que, como ellos, nunca aceptaron la iniquidad del totalitarismo, dedica el polifacético autor alemán Hans Magnus Enzensberger, Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades en 2002, este libro peculiar. 

La aguda inteligencia y la honestidad del díscolo barón Hammerstein, nos cuenta Enzensberger, unidas a la influencia que sobre su ánimo ejercía su extracción aristocrática, le condujeron a despreciar al “charlatán de cervecería” que subyugó a Alemania durante doce años y a predecir las negras consecuencias de su megalomanía.

Aunque Hammerstein, “un hombre gloriosamente vago que no conocía compromisos”, no militó activamente en la resistencia de la minoría alemana frente al nazismo, su evidente oposición al régimen le costó su carrera militar (estuvo al mando del ejército entre 1930 y 1933), las prebendas de su privilegiada posición y la tranquilidad de su casa. La notoriedad de su figura digna e insumisa, aunque pasiva, incluso inspiró actos valerosos (e inútiles), como el intento de asesinato de Hitler perpetrado el 20 de julio de 1945 (dos años después de la muerte, por causas naturales, de Hammerstein).

La vida difícil del general, su esposa y sus siete hijos, tan heterodoxos y opuestos a la tiranía como sus padres, sirve de subterfugio temático a Enzensberger para desgranarnos multitud de detalles sobre los entresijos de la República de Weimar, el contexto opresivo de la Alemania nazi y la postguerra, a través de los actos de un sinfín de personajes históricos, más o menos conocidos.

Es este un libro muy curioso, escrito con una gran libertad de estilo, que se parece mucho más a un ensayo ilustrado con fotografías de época que a una novela (el autor, incluso, explica en un posfacio por qué la obra es lo primero y no lo segundo). Sin embargo, contiene numerosas licencias literarias, como la “transcripción” de “conversaciones póstumas” entre Enzensberger y varios de los protagonistas, que cuentan sus motivaciones y sentimientos y discuten con el autor sobre su trabajo de investigación previo a la redacción de su obra.

El curso de la narración no es en modo alguno lineal, sino que divaga entre referencias a hechos históricos (como las excelentes relaciones entre Alemania y Rusia durante la década de 1920), anécdotas desordenadas de la vida íntima de los hijos del barón,  meticulosas (y a veces áridas) citas de documentos escritos y detalles sobre las intrigas de los espías y contraespías alemanes y rusos.

El resultado es una suerte de caótico caleidoscopio del que se sirve el perspicaz Enzensberger para revelarnos una visión diferente de un periodo esencial de la Historia de Alemania y de Europa, sin duda menos clara y simplista que la “oficial” (la propia figura de Hammerstein arroja luces y sombras), pero desde luego mucho más próxima a la complejidad de los hechos.

Hammerstein o el tesón
Hans Magnus Enzensberger
Editorial Anagrama
19,50 €
384 páginas

domingo, 18 de noviembre de 2012

Canción errónea, de Antonio Gamoneda



En un mundo en el que leemos tanto, en la prensa, en Internet, en las novelas, en los libros de autoayuda, en una búsqueda extenuante de la certidumbre, de seguridades que sabemos que se llevarán el tiempo y el viento, la perplejidad que provoca un poeta como Antonio Gamoneda (1931) es un contrapunto necesario, terapéutico incluso. “Únicamente he aprendido a desconocer y olvidar”, dice en un momento de Canción errónea, su único poemario en 8 años.

En horas bajas para la metafísica, para esas preguntas por el sentido que antes nos proporcionó de forma institucional la religión, pero que hoy raramente se escuchan, los poemas terriblemente existenciales, pero descreídos, de Gamoneda son una llamada de atención. “Esta mañana he escuchado la más falsa de las palabras: ‘Vivir”. Gamoneda ejerce la profesión que le ha ocupado gran parte de su vida: el autoconocimiento. Gamoneda, el poeta que de niño aprendió a leer descifrando los versos del único poemario que dejó su padre muerto. 

Canción errónea es un libro donde el poeta, ya octogenario, anticipa el final del camino, su muerte. Es, como alguien ha sugerido, “arte de la memoria en la perspectiva de la muerte”. Pero también es trabajo luminoso por cuanto encontramos al viejo Gamoneda ejercitando la lucidez en un intento (vano quizás) de hacer recuento y asumir su finitud. “He vivido y no sé por qué. Ahora he de amar mi propia muerte y no sé morir. Qué equívoco”.

Con versos premonitorios construidos con un lenguaje despojado, minimalista, reiterativo, Gamoneda espera el momento final mientras rememora la infancia, ese “territorio dibujado por la pobreza” de la provincia y la Guerra Civil, y evoca a la madre redentora como hiciera en su anterior libro, Un armario lleno de sombra. “En realidad yo voy a ser, ya estoy siendo, huérfano de mí mismo”. También hay un Gamoneda vagamente rebelde que denuncia la falsedad y la mentira.

En un mundo donde ha triunfado la inmanencia y donde se nos pide que lo entendamos todo, cuesta asumir el estado de perplejidad en que nos deja el poemario intimista de Gamoneda, compuesto por un par de miles de palabras escurridizas y nunca enteramente comprendidas. Supongo, como sospechaban los místicos, que no todo puede ser dicho y mucho menos comprendido.



En fin, Canción errónea es un libro evocador sobre los límites, sobre la vida entendida como el “accidente” que ocurre entre dos inexistencias. Dejo por aquí unos cuantos poemas del poemario, aunque, por las limitaciones del editor de este blog, no respeto los márgenes y tabulaciones del original:


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Había
vértigo y luz en las arterias del relámpago,
fuego, semillas y una germinación desesperada.

Yo desgarraba la imposibilidad,
oía silbar a la máquina del llanto y me perdía en la espesura
vaginal. También

entraba en urnas policiales. Así
olvidaba los ojos blancos de mi madre.
Vivía
Parece ser.
Vivía

Ahora mismo atiendo distraído a mi estertor. No hay en mí
memoria ni olvido; única y simplemente lucidez.

Han desaparecido los significados y nada estorba ya a la
indiferencia.

Definitivamente, me he sentado
a esperar a la muerte
como quien espera noticias ya sabidas.


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Desprecio
la eternidad.
He vivido
y no sé por qué.
Ahora
he de amar mi propia muerte
y no sé morir.
Qué equívoco. 


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…desde hace tiempo,
descanso en la tiniebla dúplice y,
de vez en cuando, digo
dos palabras, dos, sólo dos
con certidumbre:
no sé.



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Amé. Es incomprensible como el temblor de los álamos.
Estoy extraviado pero yo sé que amé.

Yo vivía en un ser y su sangre se reunía con mi sangre y
la música me envolvía y no mismo era música.
Ahora,
¿quién es ciego en mis ojos?

Unas manos pasaban sobre mi rostro y envejecían len-
tamente. ¿Qué fue vivir entre heridas y sombras? ¿Quién
fui en los brazos de mi madre, quién fui en mi propio co-
razón?

Únicamente he aprendido a desconocer y olvidar. Es extraño.
Todavía el amor
habita en el olvido.

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Canción errónea
Antonio Gamoneda
Editorial Tusquets
153 páginas
14 euros

lunes, 12 de noviembre de 2012

Las leyes de la frontera, de Javier Cercas





El boca a boca de los lectores, la crítica y los premios han coincidido en señalar a Javier Cercas como uno de esos autores a los que hay que estar atentos. Por eso, la llegada a las librerías de Las Leyes de la frontera, su última novela, supone una buena noticia para muchos. Aunque no consigue mover tantos resortes en el interior de la mente del lector como lograron Soldados de Salamina y Anatomía de un instante, Cercas vuelve asorprender, y eso a pesar de que el texto mantiene y juega con algunas de las señas de identidad que caracterizan su obra literaria, como la particular vinculación que surge entre narrador y autor, su interés por los héroes (sean del tipo que sean) o el poso de incertidumbres que siembra a lo largo de las páginas para que cada lector tenga la oportunidad de hacer su propia interpretación de lo expuesto.

Frente a la identificación instantánea que surgía entre Cercas y el narrador al leer las primeras frases de sus obras anteriores (“Ahora llevo una vida falsa, una vida apócrifa y clandestina e invisible aunque más verdadera que si fuera verdad, pero yo todavía era yo cuando conocí a Rodney Falk...”, empezaba, por ejemplo, la menos conocida La velocidad de la luz), lo primero que llama la atención al comenzar ésta es que somos testigos de una conversación. 

Así, la narración en primera persona a la que nos tenía acostumbrados da paso al diálogo puro, en concreto, a la trascripción de distintos encuentros que un escritor entabla con tres personajes diferentes, que le irán brindando información sobre un famoso delincuente de los años 70-80 sobre el que le han pedido que escriba un libro. Para ello, se entrevistará con un antiguo miembro de su banda, el Gafitas, que décadas después, ya convertido en abogado, le defenderá; con uno de los policías que lo arrestó; y con el director de una de las prisiones en las que estuvo recluido.

Resulta inevitable asociar a Cercas con ese autor anónimo que va haciendo preguntas y tirando del hilo para reconstruir la historia de Antonio Gamallo, alias el Zarco, descrito como “el quinqui y el drogadicto oficial de este país”, pero ocurre un tanto de lo mismo con Ignacio Cañas, ese charnego de clase media que durante tres meses cruza la frontera debido a su interés por una muchacha y se convierte en el Gafitas, un miembro más de la banda y, por su peso, el verdadero protagonista de la novela. 

Será su breve compañero de atracos en 1978 y, dos décadas después, se hará cargo de su defensa. De hecho, el propio Cercas cuenta que parte del origen de este libro surge de la necesidad de entender por qué mucha gente de su generación tuvo un final trágico a causa de las drogas y él no lo tuvo.

Reconoce en los quinquis otro punto de partida; esos delincuentes que aparecieron durante la transición y que, según Cercas, “fascinaban y aterrorizaban”. Teniendo como referencia al Vaquilla, en el libro se cuenta como un quinqui de barrio es convertido por los medios de comunicación en una leyenda. El Zarco pasa 25 años entre la cárcel o en busca y captura, y es acusado de 600 delitos, pero, a pesar de todo ello, los medios le convierten en el gran delincuente arrepentido e intentan redimir su figura para que salga de la cárcel. 

Vuelve a ser un héroe con aristas y posiblemente cuestionado por muchos (y sobre todo por el propio Cercas). Un personaje como el miliciano anónimo que no disparó a Sánchez Mazas en Soldados de Salamina o los tres diputados (éstos menos anónimos) que no se tiraron al suelo aquel aciago 23 de febrero, pero, en definitiva, el único tipo que parece interesarle al autor.

Y el tercer vínculo que permite reconocer a Cercas en esta nueva novela son esos “ángulos oscuros, puntos ciegos, ambiguedades esenciales”, según sus palabras, que hacen necesario que el lector ponga algo de él, ya que debe “interpretar la partitura que fabrica el escritor”, para crear su propia novela, esa que tal vez difiera de la leída por su mejor amigo, que verá en el gesto de un personaje algo distinto a lo visto por aquel. Eso sí, tanto uno como otro disfrutarán de un texto concebido como un gran puzle, muy rico en lecturas, original en el planteamiento, pero que resulta muy difícil que cautive tanto y a tantos como sus libros más logrados, quizás porque la Guerra Civil y el golpe de estado del 81 consiguen todavía conmovernos o porque él, sin duda, lo consiguió.

Las leyes de la frontera

Random House Mondadori
383 paginas
21,90 euros




domingo, 4 de noviembre de 2012

La estafa intelectual de John Banville



A propósito de Muerte en verano, de John Banville/Benjamin Black



Mariano Oliveros

El irlandés John Banville es uno de los más famosos escritores actuales en lengua inglesa. Mimado por la crítica y muy popular en Gran Bretaña, John Banville dispone de unos recursos literarios excepcionales, no hay ninguna duda. Su prosa resulta siempre elegante, aguda y precisa, y sus metáforas son muchas veces sorprendentes, por originales y atrevidas. Por otro lado, controla magistralmente los tiempos y las escenas y, mediante un gran amor por el detalle, consigue que los cabos estén siempre bien atados, nunca permite que sus personajes se le desmanden.

Puede que esta última “virtud” sea, al cabo, el defecto que me aleja de sus obras, que encuentro frías. Las pasiones que aparentemente devoran a los protagonistas no me llegan, me parecen impostadas y falsas. La bien armada estructura literaria de las obras de Banville, al fin, no consigue reconciliarme con su falta de empatía, con su alejamiento de lo que escribe. Ni en su versión más “seria”, la del El mar Los infinitos, ni en el lado más oscuro y liviano que suscribe su alter ego, el Benjamin Black de El Secreto de Christine o En busca de April, logra conmoverme…

John Banville/Benjamin Black nos ofrece, en la última entrega de las andanzas del dipsómano Quirke, lo más puro de su interpretación del género policíaco  para bien y para mal. La trama de Muerte en verano (editorial Alfaguara) discurre en buena medida por caminos muy conocidos. El aparente suicidio de un millonario, las sospechas que, sabiamente, deja el autor sobre su entorno personal, las dudas e investigaciones del investigador aficionado Quirke, nos resultan muy familiares. Sólo poco a poco percibimos que no se trata de una novela negra canónica, sino, como es costumbre en Benjamin Black, más bien una suerte de juego literario perfeccionista sobre la base del modelo del género.

En esta ocasión, el estilo depurado del autor resulta especialmente acertado y las páginas se devoran sin esfuerzo, en busca de la solución del misterio y del resultado de los devaneos del protagonista. Sin embargo, en un determinado momento el hilo argumental que nos guiaba se acaba si pena ni gloria y la novela se dirige a su conclusión sin que logremos recuperar el interés, pecado capital no ya en el género que recrea sino en cualquier obra literaria.

No creo en las reglas de la novela negra, o, más bien, creo que están para romperlas, retorcerlas o burlarse de ellas por cuanto cada obra literaria sólo se atiene a su propia lógica interna, de forma que su resultado estético es lo único que importa. En ese sentido, al extrañamiento que, como siempre, me trasmiten los personajes de las historias de Banville, se añade el que no me gusta cómo está resuelta la trama de Muerte en verano, me produce un sentimiento de estafa intelectual que arruina todo el conjunto y no tanto porque se aleje del canon sino porque es incoherente con el desarrollo argumental.

En suma, Muerte en verano es un entretenido divertimento durante muchas páginas y, a la postre, una novela fallida, aunque, como siempre en Banville, los párrafos que la componen estén muy bien escritos.