Los peces son los últimos alimentos que, a gran escala, la Humanidad extrae directamente del medio natural. Tal circunstancia no va durar mucho tiempo como se comprueba en el proceso que se viene observando en nuestras pescaderías en los últimos años. Ahora mismo, la mitad del pescado proviene de la acuicultura mientras que los ejemplares de las especies tradicionales, obtenidos mediante la denominada pesca extractiva, van menguando inquietante y progresivamente de tamaño, a la par que son sustituidos por peces hasta hace poco desconocidos (como el panga, la perca, el halibut o el abadejo, entre otros muchos).
Paul Greenberg, colaborador asiduo del New York Times desde 2005, es aficionado a la pesca desde niño y recorrió medio mundo durante la preparación de Cuatro peces para comprender de primera mano el sistema mundial que recolecta a los peces, los transforma en productos comerciales y los lleva hasta nuestros supermercados. El libro, publicado por primera vez en 2010 y muy exitoso en Estados Unidos, explora la evolución de la relación entre el hombre y los recursos acuícolas y su futuro, a través de la historia de las cuatro especies de peces que han dominado el mercado mundial en los últimos años: el rey salmón, el plebeyo bacalao, el pescado de los días de fiesta, es decir, la lubina, y el salvaje atún (los epítetos son de Greenberg).
El objetivo último del libro es reflexionar sobre un hipotético equilibrio realista entre las necesidades globales, ecológicas, de nuestro planeta y las humanas y establecer las bases para una “paz justa duradera entre el ser humano y los peces”. Con gran claridad de exposición y basándose en datos científicos muy bien digeridos, Greenberg logra un sorprendente e interesante relato sobre la complejidad de las interacciones entre los pescadores, los intereses comerciales, la biotecnología, los consumidores, las regulaciones internacionales y las presiones de los colectivos de todo signo, salpicado de anécdotas reales del mundo de la pesca.
Como nos explica el autor, una vez que las reservas mundiales de una especie concreta de pez de buena comercialización se han sobreexplotado, lo que acaece repetidamente desde hace muchos años (un buen ejemplo es el declive del atún rojo atlántico), la presión del mercado conduce, por un lado, a la domesticación de la malograda especie para su producción en piscifactorías (algo muy difícil de lograr en algunos casos como el del propio atún) y, por otro, a la búsqueda de especies alternativas de similares características organolépticas y población abundante, lo que inicia una nueva expansión de la pesca comercial masiva que acaba, de nuevo, en el colapso de los caladeros.
La sucesión de ciclos de destrucción/domesticación, asociada al voraz apetito de pescado de los consumidores en todo el mundo, genera problemas ambientales de gran impacto como la reducción del potencial productivo de los mares y su eficiencia ecológica o el aumento de la contaminación orgánica y genética, que derivan tanto de la destrucción directa del medio oceánico por los excesos de la pesca comercial como de las dificultades que implica la gestión de la población piscícola “estabulada”, que precisa de una copiosa alimentación (extraída frecuentemente del propio océano) y genera grandes cantidades de residuos en las costas.
Greenberg no es ni tendencioso ni catastrofista, y por eso propone cuatro objetivos muy claros para solucionar el problema del aprovechamiento sostenible de los cada vez más escasos recursos marinos y fluviales: una reducción drástica de la pesca extractiva (si ya no dependemos de la caza de especies silvestres ¿por qué deberíamos hacerlo de la pesca?), la creación de grandes reservas marinas, la preservación de aquellas especies que no se puedan gestionar mediante un equilibrio cuidadoso entre la explotación natural y la domesticación y, finalmente, la protección de la parte baja de la cadena alimentaria, es decir, el empleo muy controlado en la acuicultura de los pequeños peces que se utilizan de forraje, como las anchoas, la sardina y el arenque, y cuya sobrepesca debe evitarse por todos los medios porque constituyen la base esencial de las pirámides tróficas de los océanos.
No parecen objetivos necesariamente inalcanzables si bien topan con formidables obstáculos, entre los que la falta de un sistema de gobernanza mundial de la pesca (¡otro ejemplo más!) no es el menor. Por cierto, para la sencilla pregunta ¿qué pescado debo comer?, Greenberg no ofrece una única respuesta, aunque el lector curioso encontrará la suya propia a lo largo de las páginas de este fascinante libro. ¡No os lo perdáis!
Cuatro peces
Paul Greenberg
RBA
448 páginas
23 euros (papel)