martes, 25 de abril de 2017

La vuelta al mundo a pie de Ignacio Dean


Ignacio Dean cuenta en 'Libre y salvaje' su periplo de 33.000 kilómetros caminando alrededor del mundo

Entre 2013 y 2016, Ignacio Dean recorrió el mundo a pie. En ese tiempo, y tirando siempre de su carrito “Jimmy” (un trasunto quizá del Wilson de ‘Naúfrago’ o del Viernes de ‘Robinson Crusoe’), Ignacio Dean caminó 33.000 kilómetros que le llevaron a 31 países, algunos con un clima y una orografía dura y extrema, como Armenia, Irán o Australia, y otros muy peligrosos para el turista y para el viajero solitario, como Honduras, México o El Salvador, donde unos maras lo intentaron asaltar con machetes.

Las peripecias de ese viaje inusual y casi eterno están contadas por Dean de forma minuciosa en Libre y salvaje, un libro que acaba de editar el sello Zenith (del Grupo Planeta). Ese relato, casi siempre interesante, aunque también reiterativo, no es el de un curtido viajero, ni siquiera el de un tipo con mil recursos, sino el diario de un chaval que quiere dar la vuelta al globo y que para ello va con el dinero y el conocimiento justo y se da unas palizas de 50 o 60 kilómetros diarios para cruzar cada país en el tiempo escaso de tránsito al que le da derecho cada visado. Dean pasa miedo, frío y calor en su tienda, desplegada muchas noches en los sitios más inoportunos, pero también se deja invitar por los cientos de personas que le salen al paso y le sacan de la dura e incierta intemperie y de la soledad, ofreciéndole de vez en cuando un techo, un plato de comida caliente y un buen rato de conversación.



Ignacio Dean no es un literato o un hombre excesivamente documentado que acompañe su periplo por ciudades, desiertos, selvas, valles o llanuras cultivadas de referencias culturales o de datos sociológicos, económicos o políticos. Este no es un libro para saber cómo está el mundo, aunque sí para reparar en lo diverso que es y en lo diferente que puede llegar al ser si nos salimos de los márgenes estrechos del turismo convencional. Casi siempre, su empeño está en dar cuenta del viaje como forma de superación personal, en lo físico y en lo psicológico. Al fin y al cabo, Dean pasa tres años fuera de casa, recorre lugares inhóspitos como el desierto de Atacama o el interior de Australia, sube cordilleras como lo Andes o el Cáucaso, y empuja su carrito por las carreteras y caminos de muchos países en los que difícilmente, y por la barrera del idioma, se puede comunicar con los lugareños, o donde tiene complicado hablar con su familia y amigos por andar “fuera de cobertura”.

De vez en cuando, y para reponer fuerzas y abastecer o reparar su carro, o poner a punto su tienda, Dean para en ciudades en las que hace turismo al uso, acompañado de amigos o de gente que sabe de él por las redes sociales y se ofrece a ayudarle. Visita monumentos, come los platos típicos y se divierte al son de la música local. Sin embargo, su decisión de recorrer el planeta a pie y de hacerlo muchas veces por las rutas menos transitadas, deja ver a las claras la perversión y la falta de sustancia del turismo de masas y de los viajes low-cost a los que hoy aspiramos todos, por lo menos una vez al año.

La aventura de Ignacio Dean nos hará ver de otra manera esos folletos de viajes que nos dicen, sin el más mínimo pudor, que en una semana conoceremos países y culturas exóticas, y que al final nos tienen yendo de aeropuerto en aeropuerto o nos mantienen prácticamente inmovilizados en un hotel “todo incluído” donde la comida, la bebida y la animación son parte de una fiesta interminable. La vuelta al mundo que Ignacio Dean nos cuenta en Libre y salvaje es la clara antítesis del confort hotelero, recupera el gusto por el conocimiento lento y duradero de las personas y de los paisajes que se adquiere al andar, cuando nos perdemos por los caminos o por las calles y no queda más remedio que abrir los ojos y prestar atención a los demás. Cuando importa más el camino que el destino.

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El viaje de Ignacio Dean está explicado, documentado y fotografiado en este blog.


lunes, 17 de abril de 2017

Abuelo, ¿cómo habéis consentido esto?



A propósito de la lectura de
'Abuelo, ¿cómo habéis consentido esto?',
de Joaquín Estefanía

Título sugerente el del último libro del periodista Joaquín Estefanía sobre la crisis económica y las consecuencias que ha tenido y tendrá sobre la población, pero sobre todo sobre las (malogradas) expectativas vitales de los jóvenes. Como casi siempre hace en sus libros, Estefanía no desvela nada que no se sepa o de lo que en estos años no hayan informado los medios de comunicación y otros cronistas de la gran Recesión.

Estamos, pues, ante una crónica de lo ocurrido que a cualquiera que haya estado un poco al tanto le será familiar. Un ágil reportaje que no aporta nuevas luces sobre el origen, desarrollo y desenlace de la crisis económica. Sin embargo, el valor de ‘Abuelo, ¿cómo habéis consentido esto?’ está en la capacidad de Estefanía para sintetizar y escribir un relato comprensible, que se aleja en lo posible de la jerga de los expertos, dirigido a esos nietos de la agraciada generación de los baby boomers y que hoy llaman a las puertas del mercado de trabajo y nadie parece contestarles.  

Estefanía denuncia el silencio que se ha establecido alrededor de una de las heridas más sangrantes que ha dejado la crisis: que es, sin comerlo ni beberlo, la peor parte se la han llevado los jóvenes. Se han salvado las pensiones, hasta cierto punto se han salvado también los empleos de los trabajadores más veteranos, pero se han sacrificado millones de puestos de trabajo temporales mayoritariamente ocupados por jóvenes que han tenido que posponer sine die sus proyectos vitales y sus planes de emancipación.

Más allá de esa denuncia o de reivindicar el papel de los sindicatos, el keynesianismo y el efecto benéfico de la igualdad económica, el libro de Estefanía vuelve a los escenarios de la hecatombe financiera (el neoliberalismo del dúo Thatcher-Reagan, la globalización financiera, las subprimes, Madoff, la crisis griega…) y nos deja una interesante guía de lecturas: Keynes, Judt, Roubini, Missé, Rogoff, Rodrik, Akerlof, Shiller… También pasa por encima de algunos debates actuales, aunque sea de puntillas, como el efecto de la robotización en el mundo del trabajo.

Objetivamente, es difícil negar que vivimos en el mejor mundo posible. Los avances científicos y tecnológicos han multiplicado el confort y han disparado la esperanza de vida. Sin embargo, crece la sensación de que no es así, de que, por primera vez en mucho tiempo, hemos retrocedido y que no se percibe salida a este embrollo. De que a nuestros hijos no les quedará más remedio que tener una vida más precaria e incierta que la nuestra. Joaquín Estefanía ha escrito un libro que no va más allá de un repaso a lo que ha ocurrido con la economía en la última década, pero sus preocupaciones sobre lo que va a quedar para los que vengan serán compartidas por muchos padres y abuelos que también creen que otro mundo era posible.

martes, 4 de abril de 2017

Gloria Fuertes antes de la televisión




Para muchos de los que empezamos a ver la televisión en los setenta y en los ochenta, Gloria Fuertes siempre fue aquella señora pizpireta que aparecía por las tardes con chaquetas y corbatas de colores cantarines contándonos cuentos en verso y mirándonos con condescendencia por encima de la gafas mientras hacía rimar con gracia palabras de todos los días.


Al final de su vida, Gloria Fuertes se convirtió en un icono que alternaba con artistas y gentes de la farándula y que nos dejó la letra de sintonías que se han quedado para siempre en nuestra memoria, como aquella que nos amenizaba las tardes al ritmo de “un globo, dos globos, tres globos, la luna es un globo que se me escapó”.  


Pero aquel personaje televisivo que tanta repercusión social le dio a Gloria Fuertes y que contribuyó a que en muchos hogares no faltase una copia de “El dragón tragón” o “El camello cojito”, ensombreció a la escritora que había detrás.


Gloria Fuertes tuvo que salir adelante en una familia pobre del barrio de Lavapiés, en Madrid, y vio cómo moría su hermano pequeño y compañero de juegos en un bombardeo de la Guerra Civil. “Yo estaba sana, pero el hombre y el hambre me dolían todos los días”, escribió a mediados de los años 30. “No tenía más que un traje, un cuaderno y mucho miedo a que se gastara el lápiz”, reconoce en otro momento. Más tarde, y hasta los 70, se refugió en empleos de secretaria y chica de los recados para sobrevivir, mientras en la intimidad se iba forjando una carrera como poeta de estilo directo y conciso, de rima marcada, e irónica y ajena a los intelectualismos de sus compañeros varones de generación. “Escribo sin modelo a lo que salga, escribo de memoria de repente… escribo a lo que salga”.  


En la exposición que ahora le dedica el Fernán Gómez, Centro Cultural de la Villa, en Madrid, está su poesía para niños, pero también están sus versos y confesiones de un tiempo de formación en la sombra, cuando la literatura era para ella una forma de responder al horror de la guerra o al machismo ambiental, o de reivindicar una forma de mirar la realidad cristalina, juguetona, alejada del experimentalismo o de la floritura verbal de sus compañeros de generación.    


Gloria Fuertes lo guardó todo, y por eso la exposición que ahora le dedica el ayuntamiento de Madrid para conmemorar el centenario de su nacimiento traza un completo recorrido vital, sentimental y literario de la poeta. Allí están expuestas las cartillas de racionamiento de la posguerra, las cartas de rechazo de las editoriales cuando todavía no era una celebridad televisiva y se ganaba la vida dando clases de inglés y hasta una lista de posibles novios escrita con lápiz y a mano en la década de los 40. También encontramos la notificación de la concesión de la beca Fullbright que le fue otorgada gracias a la intermediación del amor de su vida, la profesora americana Phyllis Turnbull, o la cartilla del banco con los ingresos que le hacía la universidad americana donde dio clases a principios de los sesenta. En fin, todo un arsenal documental que muy bien podrían servir ahora para que alguien novele la vida de esta escritora que vivió a contracorriente y fue mucho más que la creadora de aquellos globos televisivos que tanto nos entretuvieron a mediados de los setenta cuando salíamos del colegio.


Acercarse a la exposición es acercarse a la Gloria de nuestros recuerdos, pero también a esa mujer solitaria (“Todos los míos han muerto hace años y estoy más sola que yo misma”) que nunca pudimos intuir cuando la veíamos sentada en su trono de mimbre. Década a década, a través de sus poemas y de una documentación tan abundante, es imposible no sorprenderse y salir de sus salas reconociendo que la persona era infinitamente más interesante que el personaje de nuestros recuerdos.  



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Blackie Books acaba de editar ‘El libro de Gloria Fuertes’, un volumen de más de 300 poemas y 80 fotografías, y con una investigación acerca de la vida de la poeta por parte de Jorge de Cascante.