martes, 13 de diciembre de 2016

Aquellos gloriosos años 80



Los 80 han vuelto como un tsunami que todo lo invade. O quizá nunca se fueron del todo, porque, al fin y al cabo este país, tal como lo conocemos, se refundó en aquella década, y el capitalismo global que gobierna el mundo también hunde sus raíces en aquellos años. Los 80 están en cada esquina. Un libro de título bien anodino, Yo fui a EGB, se reedita una y otra vez para recordarnos que una vez fuimos seducidos por Los Ángeles de Charlie, lloramos con la muerte de Chanquete, hacíamos mecanografía en una Olivetti o calzamos unas Yumas.

En el cine se han dado cuenta del filón emocional (y comercial) que puede suponer cada capítulo de este eterno revival ochentero. Pienso en el remake de Cazafantasmas. También la vuelta al mundo guerrero y galáctico de Star Wars tiene mucho de esa recuperación que tantos frutos económicos promete a sus promotores. No me extrañaría nada que en breve tengamos una continuación de aquella Loca academia de policía que llevó a millones de españoles a los cines en busca de la risa desenfrenada. Aquí, Almodóvar, que se nos vende como el producto más irreductible y ambicioso de aquellos años rebosantes de aparente locura y descaro, va camino de convertirse en un monumento nacional, por más que a algunos el director manchego les produzca urticaria.

En la televisión, la eterna serie Cuéntame es un género en sí mismo y ha enganchado a millones de nostálgicos de cuando los niños jugaban en la calle, nos abrigábamos con parkas recias y piadosas e íbamos toda la familia de excursión en un Seat 127. En la música que hoy más suena también están los 80. Los Secretos, el grupo del malogrado Enrique Urquijo, da ahora más conciertos y hace más giras que en sus primeros tiempos. Loquillo se desprendió de los Trogloditas, maduró y ahora va vendiendo mesura y sensatez. Por no hablar de la indefectible Alaska (y Mario Vaquerizo), que está hasta en la sopa y es fija en cualquier programa de televisión o fiesta que se organiza en Madrid. Precisamente, ahora en la capital los promotores del musical Hole Zero llenan cada noche con un espectáculo, mezcla de circo, buslesque y cabaret, que nos traslada a la nochevieja de 1979 y donde se nos promete un viaje cargado de drogas y liberación sexual.

Me pregunto si realmente fueron tan brillantes los fabulosos 80. Yo más bien los recuerdo grises. Al fin y al cabo, el país salía de una dictadura cargando unos lastres que nos ha costado mucho soltar, y que, en algunos casos, todavía siguen impidiendo que cojamos vuelo. En aquella época del golpe de estado de Tejero, del naranjito o de los GAL, los profesores seguía zurrando a los alumnos díscolos, las mujeres que trabajaban todavía eran una excepción y viajar al extranjero, con nuestra devaluada peseta, era un timo. Éramos, por más que nos pese, un país más pobre y paleto.

Me pregunto quién está detrás de este revival de los años 80. No sé si se trata de un grupo de astutos empresarios que recurren a la nostalgia para meter la mano en la cartera de esa legión de cuarentones y cincuentones faltos de referentes y acomplejados por los displicentes millennials que se dejan las pestañas en la pantalla del móvil y el corazón en las redes sociales. O si más bien tiene que ver con la habitual vuelta a los orígenes que ha hecho cualquier generación de hombres y mujeres desde que estamos en la tierra, ese comprensible echar la vista atrás para explicarnos mejor el presente, o para resguardarnos de esa fina lluvia que es el paso del tiempo, y que acaba calando.

Hace poco me emocionó ver unreportaje del exfutbolista Michael Robinson en el Canal Plus sobre la vida de Nate Davis, un jugador de baloncesto estadounidense que brilló en los 80 y pulverizó récords en España y en su club del Ferrol, con sus mates y su juego atlético, nunca visto antes por estos pagos. Luego, cuando acabó el reportaje me di cuenta de que, más que la emotiva historia de Davis, que se retiró para cuidar de su mujer enferma y que acabó ganándose la vida limpiando oficinas, me emocionó sobre todo la vuelta que proponía el reportaje a una época en que fuimos jóvenes y soñadores, y todo nos podía pasar. O eso pensábamos.