jueves, 29 de septiembre de 2016

El fútbol según Valdano











Pese a ser una potencia mundial futbolera, y pese a que el fútbol monopoliza buena parte de las conversaciones de bar de este país, por no hablar de su influencia en la agenda política -todavía resuena el decreto ley de 1997 del ministro Álvarez Cascos declarándolo asunto de “interés general” por motivos interesados y espurios-, la literatura que hay sobre este deporte es más bien escasa y precaria.


Abundan sobre todo en las librerías las biografías autorizadas de las estrellas del Madrid o del Barca. Libros previsibles y un punto edulcorados, escritos por periodistas amigos y destinados a ensalzar la figura del protagonista, y a dar cuenta de su periplo desde el barrio o la aldea humilde al estrellato en un negocio multimillonario y universal. El de este otoño se llama La jugada de mi vida y, como explican sus editores en el material promocional, descubre a la persona que hay detrás del mito de Andrés Iniesta y responde a la necesidad del centrocampista “de explicarse como jugador de fútbol, pero sobre todo como ser humano”. En fin.


A pesar de la omnipresencia del deporte en la vida de la gente y en la televisión, en general no tenemos, como en otros países -pienso en Estados Unidos- ni muchos ni buenos libros de deporte. En una librería grande con suerte daremos con un par de estantes dedicados a la materia, cuando al otro lado del Atlántico uno puede encontrar cientos y cientos de volúmenes casi siempre bien editados y bien ilustrados. Más allá de los cuatro best-sellers futboleros, el hueco aquí lo cubren cuatro editoriales con títulos de diseño y contenido arcaico, y de tiradas paupérrimas.


Fútbol: el juego infinito no pertenece a esta categoría de libros precarios, y tampoco es un best-seller laudatorio de la estrella del momento. El volumen, escrito por Jorge Valdano, habla de la fascinación que este deporte siempre despertó en el autor, pero también es un retrato descreído de un mundo, el del fútbol de alto nivel, que ha traicionado sus esencias para acomodarse a las nuevas reglas que ha impuesto la globalización y la mercantilización -excesiva- del espectáculo.   


Valdano es un cruce de entrenador, comentarista televisivo y conferenciante, y sus reflexiones, siempre sazonadas con metáforas, tienen a ratos enjundia. Eso sí, el libro es por momentos deslavazado y carente de ilación, por cuanto es una reunión casi siempre de artículos de muy diversa índole que el ex jugador de Argentina escribió para diarios de varios países.


Valdano es complaciente y arriesga poco cuando tiene hablar de nombres ilustres. Su libro es una loa a la santísima trinidad+1 del fútbol mundial: Di Stefano, Pelé, Cruyff y Maradona. Y también es bastante previsible cuando se dedica a ensalzar a figuras más recientes como Messi, Cristiano, Raúl o Xavi Hernández. En el capítulo de entrenadores, no oculta su admiración por Guardiola, Bielsa o Ancelotti, y renuncia dedicarle una línea a Mourinho, con quien compartió club y jefe, pero nunca una manera de entender el fútbol.


Es más lúcido Valdano cuando se trata de detectar los males que aquejan al fútbol actual: la dictadura del gol y de la victoria, que en muchos sitios ha acabado con el buen juego; el presentismo que hace que un delantero o un centrocampista valga por lo que ha hecho en el último partido y casi por nada más; el fanatismo de las hinchadas y esa idea que los jugadores han asumido sin discusión de que el público siempre tiene razón; la violencia en muchos estadios, sobre todo del Cono Sur; una globalización que ha matado el gusto por lo local y que en algunos sitios ha propiciado una desconexión sentimental con los jugadores, aunque no tanto con el club de toda la vida.

Valdano se presenta como defensor del fútbol atrevido que apuesta por la emoción y la belleza, y deplora aquel que está pendiente de la rentabilidad y el balance financiero, o del cortoplacismo del resultado. En fin, el fútbol según Valdano.




jueves, 8 de septiembre de 2016

Una novela fallida



A propósito de 'La tierra que pisamos',
de Jesús Carrasco

Me emocionó la novela Intemperie, el debut literario de Jesús Carrasco hace un par o tres de años. Una fanfarria de expertos en marketing acompañó la aparición de aquel libro, que adquirió dimensiones planetarias desde un primer momento, y yo suelo desconfiar de los lanzamientos a bombo y platillo. Sin embargo, Intemperie revelaba a un escritor exigente y, en varios sentidos, contracorriente. Intemperie, que para unos recordaba al mejor Delibes y para otros se emparentaba con la literatura descarnada de Cormac McCarthy, era un prodigio por la depuración y fuerza del lenguaje y por la historia subyugante de supervivencia que nos contaba. En un lugar y en un tiempo bastante indeterminado, un niño desvalido era perseguido por un alguacil sin escrúpulos sin que llegáramos a saber muy bien por qué. Y en esas, el niño se topaba con un cabrero con el que establecerá una distante pero creciente sociedad, una amistad silenciosa destinada a llenar el agujero emocional de la orfandad.

Con muy pocos elementos, y tras un ejercicio de poda ejemplar, Carrasco lograba construir un relato que cautivaba por lo opresivo, pero también por su desbordante humanidad. La peripecia del joven protagonista para salvar su pellejo en las áridas tierras que recorre, un escenario terminal castigado por una sequía bíblica, daba lugar a una historia de soledades y miedos atávicos destinada a permanecer en el recuerdo de muchos lectores una vez terminado el libro.

Con estos antecedentes y con las expectativas muy altas comencé a leer la segunda novela de Carrasco, La tierra que pisamos. Sin embargo, aquí no se repite la emoción ni la congoja de Intemperie, a pesar de narrar también una historia de supervivencia en medio del caos y la barbarie. Si desde la primera línea de Intemperie uno se ponía del lado del chico que corre hasta la extenuación y arriesga su vida con tal de no ser descubierto por el malvado alguacil, en esta novela cuesta compartir los padecimientos y zozobras de unos personajes que también deambulan por un escenario opresivo.

A principios del siglo XX, España es parte de un imperio que se extiende por Europa y buena parte de África. En un pueblo extremeño donde viven retirados las élites militares de ese imperio, la anciana Eva Holman cuida de su esposo, coronel sanguinario en otro tiempo. En el jardín de su casa se encuentra Holman un buen día a un pordiosero, Leva, un hombre devastado y mudo que despierta la compasión y la curiosidad de la mujer, a pesar de que eso no sea del agrado de las estrictas autoridades militares que custodian el pueblo. A partir de ahí, Holman nos cuenta en primera persona los sentimientos que le despierta el desharrapado y, al hilo de sus pesquisas para saber quién es, conocemos la historia de explotación y barbarie sobre la que se sostiene ese imperio al que su marido sirvió tan fielmente.

Otra vez estamos ante una historia extrema, de esas que en teoría nos pondrán los pelos de punta, con elevadas dosis de humillación y con pasajes de un tremendismo que, paradójicamente, neutralizan el poder evocador de la injusticia que relata. Y otra vez estamos ante un escritor con un excelente manejo del idioma. Sin embargo, nos cuesta entender el boquete de perplejidad que viene a despertar en Eva Holman la aparición del desgraciado Leva. Cuesta entender la fascinación que despierta el uno en la otra. Tampoco me llego a identificar con el miserable, a pesar de que se nos informa de que ha aguantado con ilimitado estoicismo infinidad de calamidades y vejaciones en un campo de trabajo que más bien parece de exterminio.
Otra vez Jesús Carrasco vuelve a demostrar el poder luminoso de las elipsis y los saltos temporales. Pero ya no nos pone el corazón en un puño a medida que avanza la narración porque ésta no fluye. La historia terminal del vagabundo de oscuro pasado y que siempre está a punto de perecer no avanza. Curiosamente, el estatismo físico de los personajes -Leva apenas puede ponerse en pie y los años también han restado energías a Eva- acaba contagiando el propio relato, que se hace reiterativo y previsible porque la voz de la narradora adelanta mucho de lo que va a pasar y neutraliza el factor sorpresa. Carrasco no reedita la tensión dramática de Intemperie porque el destino del esclavo no guarda muchos secretos. En su lugar, el escritor extremeño está más interesado en dar cuenta de las zozobras existenciales de una anciana que después de tantos años de forzada fidelidad conyugal se quiere rebelar contra el sistema.

Aunque el estilo y la escritura de Carrasco vuelven a ser contundentes, La tierra que pisamos no llega a funcionar como relato y tampoco llega a convertirse en la epopeya humana que se presagia en las primeras páginas, en otro capítulo en la lucha de la civilización contra la barbarie.