A propósito de la lectura de Sociofobia,
de César Rendueles
Cada mes salen al mercado decenas de
libros dedicados a glosar los beneficios que ha traído Internet, una
“revolución” que muchos comparan, de forma grandilocuente, con la llegada del
sedentarismo que se produjo en el Neolítico o con la revolución industrial en
la Inglaterra del siglo XVIII. También son infinidad los títulos que llegan a
las librerías explicándonos cómo sacarle partido profesional y personal a la
Red en todas sus variantes (redes sociales, blogs, comercio electrónico…).
Todos comparten la idea de que Internet es un salto adelante que, bien
aprovechado, nos hará más eficientes y más libres, y que, en última instancia,
ayudará a lograr una sociedad más justa y participativa.
Para
contrarrestar esta ola de utopismo digital, de vez en cuando sale algún librito
que da qué pensar. Hace unos años dio un primer aviso Jaron Lanier con El
rebajo digital, que describía Internet como un mundo desinformado y tedioso, y
que prima la cantidad a la calidad o las buenas ideas. En esta línea crítica
también hay que situar The net delusion, de Evgeny Morozov, donde cuestiona el
supuesto poder democratizador de Internet alegando que las redes digitales
también son poderosas herramientas de represión en países como China o Irán, un
argumento que hoy queda extraordinariamente reforzado con las revelaciones de
Edward Snowden sobre espionaje masivo por parte de la CIA.
Uno de los
ensayos más celebrados de los últimos meses en España vuelve a poner en
cuestión muchos de los dogmas que deja la utopía digital. Se trata de
Sociofobia, de César Rendueles, profesor de la Complutense, marxista de
formación y "agitador cultural" vinculado al movimiento Ladinamo.
Sociofobia (208 páginas, editorial Capital Swing) es un libro estimulante por
las muchas cuestiones que plantea y por la energía con que está escrito, y no
deja títere (ni mito tecnológico) con cabeza.
Rendueles
pone en cuestión ese determinismo contemporáneo que asocia desarrollo
tecnológico y liberación, alentado en todo el mundo por lo que él llama
"la ideología californiana". "Internet no es un sofisticado
laboratorio donde se está experimentando con delicadas cepas de comunidad
futura. Más bien es un zoológico en ruinas donde se conservan deslustrados los
viejos problemas que aún nos acosan, aunque prefiramos no verlos". A
saber; la dificultad para dar con una sociedad solidaria y fraternal que haga
posible la buena vida en convivencia.
Al
contrario, para Rendueles, el ciberfetischismo -esa idea de que los gadgets de
Internet y las propias redes están sentando las bases para una reorganización
social más justa- prospera precisamente a base de rebajar las expectativas
políticas de la población. Las TI no fomentan el asociacionismo y la participación
en política, pero sí nos lo hacen creer. No somos más sociables ni activos por
estar en Internet conectados a 1.500 "amigos" y por tener en Twitter
4.000 "followers". Estamos en contacto con más personas, pero de una
forma mucho menos intensa y más esporádica. En Internet los compromisos son
también mínimos y el desenganche puede llegar en cualquier momento, sin coste
para el que abandona.
El
ciberfetichismo -alentado por gurús, empresarios, políticos y medios de
comunicación que quieren pasar por modernos- habla de comunidades digitales y
de activismo, pero, según Rendueles, es la última máscara del individualismo.
Ese falso binomio virtuoso de libertad personal y colaboración que proporcionan
las redes no es eficaz para promover los cambios. "Creo que Internet
funciona muy bien cuando la gente sale a la calle, pero es mucho menos eficaz
para sacar a la gente a la calle. Son dos cosas bien distintas", ha
contado el autor de Sociofobia. Rendueles está convencido de que los efectos
movilizadores de Internet son escasos y que en algún caso produce el resultado
adverso, es decir, desilusionan a la gente.
El
ciberfetichismo es una amenaza para la izquierda, en tanto que diluye los
conflictos de clase. Rendueles recuerda que las nuevas tecnologías atomizan el
discurso moral; cada uno puede vivir su proyecto de vida y casi no hay
directrices comunes. En última instancia, las redes sociales son el producto
que crece en un terreno sembrado durante décadas por el consumismo y la
eliminación de los grandes relatos.
La
política institucional también se resiente por el ascenso del ciberfetichismo.
"Las metáforas sociales de las redes digitales distribuidas hacen que las
intervenciones políticas consensuadas parezcan tocas, lentas y aburridas frente
al dinamismo espontáneo y orgánico de la red. El diseño formal digital permite
esperar que las soluciones óptimas surjan automáticamente, sin correcciones
frutos de procesos deliberativos".
Estos días escribía un revelador artículo
en El País Moisés Naim donde también se ponía en duda el papel de las redes
sociales como factor de cambio social. Naim recordaba lo fácil que es convocar
una protesta con Twitter o Facebook que dé lugar a una
amplia cobertura mediática e incluso a enfrentamientos con la policía. Como el movimiento
Ocuppy Wall Street. Y lo mucho más arduo y complejo que se presenta el proceso
de convertir ese fuego de artificio reivindicativo en cambios concretos en la
política de los gobiernos.
Sin diseño institucional, insiste Rendueles, el
mundo digital no puede superar problemas como la injusticia o la pobreza. En
este sentido, discrepa de aquellos que han visto en las redes sociales el motor de reivindicaciones como el 15-M. En su opinión, sucedió al revés: el 15-M fue
tortuoso porque tuvo que superar el bloqueo generado por el ciberfetichismo
consumista. Para Rendueles, la clave del 15-M fueron las asambleas, "que
son lo menos tecnológico del mundo". El énfasis cibernético, en su
opinión, ha llevado a muchos a olvidar lo más importante de la protesta, que
fue el descubrimiento de la democracia. En Egipto también se ha sobrevalorado
mucho la intervención de Internet. Allí, menos del 20% de la población está
conectada, lo que demuestra que fueron las redes analógicas, fomentadas por una
organización sindical fuerte o por el islamismo, las que forzaron la
movilización y los cambios. Lo otro fue un cuento chino pergeñado por los
voceros del utopía digital.