lunes, 31 de marzo de 2014

Desmontando la utopía digital



A propósito de la lectura de Sociofobia, 
de César Rendueles


Cada mes salen al mercado decenas de libros dedicados a glosar los beneficios que ha traído Internet, una “revolución” que muchos comparan, de forma grandilocuente, con la llegada del sedentarismo que se produjo en el Neolítico o con la revolución industrial en la Inglaterra del siglo XVIII. También son infinidad los títulos que llegan a las librerías explicándonos cómo sacarle partido profesional y personal a la Red en todas sus variantes (redes sociales, blogs, comercio electrónico…). Todos comparten la idea de que Internet es un salto adelante que, bien aprovechado, nos hará más eficientes y más libres, y que, en última instancia, ayudará a lograr una sociedad más justa y participativa.

Para contrarrestar esta ola de utopismo digital, de vez en cuando sale algún librito que da qué pensar. Hace unos años dio un primer aviso Jaron Lanier con El rebajo digital, que describía Internet como un mundo desinformado y tedioso, y que prima la cantidad a la calidad o las buenas ideas. En esta línea crítica también hay que situar The net delusion, de Evgeny Morozov, donde cuestiona el supuesto poder democratizador de Internet alegando que las redes digitales también son poderosas herramientas de represión en países como China o Irán, un argumento que hoy queda extraordinariamente reforzado con las revelaciones de Edward Snowden sobre espionaje masivo por parte de la CIA.    

Uno de los ensayos más celebrados de los últimos meses en España vuelve a poner en cuestión muchos de los dogmas que deja la utopía digital. Se trata de Sociofobia, de César Rendueles, profesor de la Complutense, marxista de formación y "agitador cultural" vinculado al movimiento Ladinamo. Sociofobia (208 páginas, editorial Capital Swing) es un libro estimulante por las muchas cuestiones que plantea y por la energía con que está escrito, y no deja títere (ni mito tecnológico) con cabeza.

Rendueles pone en cuestión ese determinismo contemporáneo que asocia desarrollo tecnológico y liberación, alentado en todo el mundo por lo que él llama "la ideología californiana". "Internet no es un sofisticado laboratorio donde se está experimentando con delicadas cepas de comunidad futura. Más bien es un zoológico en ruinas donde se conservan deslustrados los viejos problemas que aún nos acosan, aunque prefiramos no verlos". A saber; la dificultad para dar con una sociedad solidaria y fraternal que haga posible la buena vida en convivencia.

Al contrario, para Rendueles, el ciberfetischismo -esa idea de que los gadgets de Internet y las propias redes están sentando las bases para una reorganización social más justa- prospera precisamente a base de rebajar las expectativas políticas de la población. Las TI no fomentan el asociacionismo y la participación en política, pero sí nos lo hacen creer. No somos más sociables ni activos por estar en Internet conectados a 1.500 "amigos" y por tener en Twitter 4.000 "followers". Estamos en contacto con más personas, pero de una forma mucho menos intensa y más esporádica. En Internet los compromisos son también mínimos y el desenganche puede llegar en cualquier momento, sin coste para el que abandona.

El ciberfetichismo -alentado por gurús, empresarios, políticos y medios de comunicación que quieren pasar por modernos- habla de comunidades digitales y de activismo, pero, según Rendueles, es la última máscara del individualismo. Ese falso binomio virtuoso de libertad personal y colaboración que proporcionan las redes no es eficaz para promover los cambios. "Creo que Internet funciona muy bien cuando la gente sale a la calle, pero es mucho menos eficaz para sacar a la gente a la calle. Son dos cosas bien distintas", ha contado el autor de Sociofobia. Rendueles está convencido de que los efectos movilizadores de Internet son escasos y que en algún caso produce el resultado adverso, es decir, desilusionan a la gente.

El ciberfetichismo es una amenaza para la izquierda, en tanto que diluye los conflictos de clase. Rendueles recuerda que las nuevas tecnologías atomizan el discurso moral; cada uno puede vivir su proyecto de vida y casi no hay directrices comunes. En última instancia, las redes sociales son el producto que crece en un terreno sembrado durante décadas por el consumismo y la eliminación de los grandes relatos.

La política institucional también se resiente por el ascenso del ciberfetichismo. "Las metáforas sociales de las redes digitales distribuidas hacen que las intervenciones políticas consensuadas parezcan tocas, lentas y aburridas frente al dinamismo espontáneo y orgánico de la red. El diseño formal digital permite esperar que las soluciones óptimas surjan automáticamente, sin correcciones frutos de procesos deliberativos".

Estos días escribía un revelador artículo en El País Moisés Naim donde también se ponía en duda el papel de las redes sociales como factor de cambio social. Naim recordaba lo fácil que es convocar una protesta con Twitter o Facebook que dé lugar a una amplia cobertura mediática e incluso a enfrentamientos con la policía. Como el movimiento Ocuppy Wall Street. Y lo mucho más arduo y complejo que se presenta el proceso de convertir ese fuego de artificio reivindicativo en cambios concretos en la política de los gobiernos.  

Sin diseño institucional, insiste Rendueles, el mundo digital no puede superar problemas como la injusticia o la pobreza. En este sentido, discrepa de aquellos que han visto en las redes sociales el motor de reivindicaciones como el 15-M. En su opinión, sucedió al revés: el 15-M fue tortuoso porque tuvo que superar el bloqueo generado por el ciberfetichismo consumista. Para Rendueles, la clave del 15-M fueron las asambleas, "que son lo menos tecnológico del mundo". El énfasis cibernético, en su opinión, ha llevado a muchos a olvidar lo más importante de la protesta, que fue el descubrimiento de la democracia. En Egipto también se ha sobrevalorado mucho la intervención de Internet. Allí, menos del 20% de la población está conectada, lo que demuestra que fueron las redes analógicas, fomentadas por una organización sindical fuerte o por el islamismo, las que forzaron la movilización y los cambios. Lo otro fue un cuento chino pergeñado por los voceros del utopía digital.   


lunes, 10 de marzo de 2014

Las sombras del modelo alemán


A propósito de la lectura de 'Con los perdedores del mejor de los mundos', de Gunter Wallraff

Mariano Oliveros

Gay Talese acostumbra a decir que el periodista actual, abducido por su portátil o su tableta, está metido en una capsula desde la que no puede conocer la realidad. Aunque una parte no menor del problema resida en el hecho de que muchos profesionales “gozan” de ingresos tan virtuales como los mundos que frecuentan, es evidente que el periodismo, sumido en la vorágine de la sociedad digital, que le demanda noticias a la misma velocidad con la que las olvida, corre el riesgo de acabar renegando definitivamente de su esencia, sucia de sangre, polvo y sudor.

Yo no soy periodista, me resulta, por tanto, muy fácil criticar, pero creo que muchos coincidirán conmigo en que en estos tiempos de zozobra el modelo del reportero clásico, comprometido con su tiempo y conocedor de primera mano de la calle, como Talese, como Rodolfo Walsh, como Gunter Wallraff es absolutamente imprescindible. Wallraff, autor del provocador Cabeza de turco, aprendió muy joven que “sin pisar la calle no te enteras de nada” y no ha olvidado aún esa máxima aunque lleve ya cuarenta años enfangándose en la realidad de su país, Alemania.

En su último alarde de atrevimiento y desfachatez, caracterizado como humilde entre los humildes (mendigo, negro, teleoperador, empleado de panificadora, camarero) o transfigurado en forma de abogado sin escrúpulos o de directivo agresivo, este “periodista indeseable” se ha dedicado a penetrar en los sótanos infectos de las empresas y la sociedad alemanas para poner al descubierto las vergüenzas (o desvergüenzas) del envidiado primerísimo mundo centroeuropeo. El resultado, Con los perdedores del mejor de los mundos, es un alegato contra el neoliberalismo que pretende acabar con el estado social en Europa.

Oculto bajo sus distintos disfraces, Wallraff experimenta el racismo de la biempensante sociedad germana, es sometido a horarios imposibles por sueldos ínfimos, humillado en los albergues de vagabundos, obligado a mentir a los clientes en un call center, sujeto a técnicas de control mental en una famosa cadena de restauración… El libro recoge, asimismo, las experiencias de sufrimiento, mobbing, alienación y falta de expectativas que aquejan a muchos trabajadores alemanes. Wallraff es muy crítico con el modelo económico imperante, al que acusa de generar desigualdad social crónica, y especialmente beligerante contra la asistencia que proporciona a los más desfavorecidos el sistema del Hartz IV (el equivalente a los “400 euros” español) porque, en su opinión, no es “sino un medio coercitivo para joder a la gente, para expulsarla de la sociedad”.

El valor del testimonio de Günter Wallraff reside en la constatación en carne propia de un hecho bastante conocido aunque relativamente poco citado: si Alemania es hoy por hoy la referencia económica de Europa, en buena parte se lo debe al sacrificio de un porcentaje muy significativo de su población, que ha perdido derechos a marchas forzadas y vive en la precariedad y el abandono institucional. El caso alemán no es la excepción en la Europa más próspera. Como documenta Florence Aubenas, otra periodista de raza, en El muelle de Ouistreham, libro ya comentado en este blog, amplios sectores de la población francesa,  viven también en la precariedad y el subempleo.

Si la experiencia de Wallraf evidencia que los excluidos de la boyante Centroeuropa son ya legión, ¿qué no habría deparado a Wallraff el contacto con la calle en Portugal, Grecia o España, donde la cuarta parte de la población carece de empleo, encontrar un trabajo no garantiza salir de pobreza (como afirmó hace poco el Comisario europeo de Empleo) y cada vez más gente rebusca en la basura? La desigualdad campea triunfante en Europa, que parece haber olvidado totalmente el pacto de Postguerra (¡si Tony Judt levantara la cabeza!).

El diagnóstico es muy claro para Wallraff:  “De la mano de la nueva desprotección llega la desvergüenza con la que se enriquecen los altos directivos y determinada especie de ex cargos políticos, una clase a la que sólo le interesa su propio bienestar, la mejor colocación posible, los ingresos de capital y dinero y los privilegios fiscales”.

Con los perdedores del mejor de los mundos es un libro valiente y necesario. En la siguiente ocasión, y aprovechando su ya respetable edad, Wallraf nos promete emociones fuertes en sus visitas a las residencias de ancianos alemanas. No pienso perdérmelo.



lunes, 3 de marzo de 2014

Una hora con Javier Cercas (hablando de novelas)



Cuenta Javier Cercas que hace unos años la policía de Los Ángeles detuvo al actor Hugh Grant mientras una profesional le hacía una felación en la vía pública. El hecho produjo gran escándalo e hizo peligrar la brillante carrera profesional de Hugh Grant. En medio de todo aquello, un periodista norteamericano le lanzó una pregunta muy norteamericana al actor: “¿Va ahora usted a un psicoterapeuta?”. “No”, contestó Grant. Y añadió: “En Inglaterra leemos novelas”. 

Anécdotas como ésta salen de la charla que Javier Cercas dio en la Fundación Juan March de Madrid en octubre del año pasado. Con mucha gracia y talento, Cercas rebate a aquellos agoreros que dicen que la novela está muerta y que la ficción no es necesaria. Aquí van algunas ideas que lanzó Cercas en otoño, aunque lo mejor es escuchar la charla. Vale la pena. No tiene ni un minuto de desperdicio.

Como en sus novelas, Cercas entreteje de lo lindo ficción y realidad. En la Fundación Juan March, otra vez mezcló su peripecia vital con sus ideas sobre la literatura para contarnos cómo, a raíz de un mal de amores adolescente, se convirtió en un lector vampiro. Así llama a los que no leen para entretenerse o saber más, sino para salvarse, para sobrevivir.

Cercas defiende la novela para soportar la realidad, pero también para explorarla y entenderla mejor, y como antídoto al fanatismo religioso o (más modernamente) a la asertividad del tertuliano radiofónico o televisivo. Defiende la novela como el género que más puede hacer por proteger las preguntas de las respuestas. Más incluso que la filosofía, parece. ¿Por qué el soldado republicano de Soldados de Salamina salva el pellejo a Rafael Sánchez Mazas, prohombre de la Falange? ¿Por qué Adolfo Suárez no se mete debajo de su escaño, como casi todos los demás, mientras en el Congresos zumban las balas de los golpistas? ¿Por qué se llevan a K en El Proceso? Toda novela se construye para contestar a una pregunta, aunque al final nos quedemos sin respuesta.

La obra literaria –nos dice en otro momento- es una partitura, y es el lector es el que la interpreta. El lector es la otra mitad del libro. Por eso, cuanto más espacio deje al lector un libro, cuanto más ambiguo sea, mejor. Novela=libertad. El Quijote, que crea el género, es como un cocido. Cabe todo, sin orden ni concierto. El único orden y concierto es que Quijote y Sancho salgan adelante. En fin... una hora con Cercas y sus teorías sobre la novela. 

Para oír a Cercas, pincha aquí.