domingo, 23 de octubre de 2011

Brooklyn, de Colm Tóibín



Lección para novelistas aprendices
Mariano Oliveros

Imaginémonos en el papel de aprendices de novelista - ¿qué lector no ha deseado emular las proezas estéticas de Faulkner o Borges?-. Ebrios de brillantes ideas procedentes de nuestra amplia y envidiable trayectoria vital y tras habernos decidido por escribir la gran novela del perplejo hombre postmoderno (seguidor infatigable de este blog), descubriremos, para amarga sorpresa de nuestra alma lectora, que somos incapaces de empezar por el principio: escoger cuál será el punto de vista más apropiado para nuestra narración.

Atraídos pero, a la vez, desbordados, por las oscuridades y sutilezas de los cuatro narradores de ¡Absalón, Absalón! tanto como por la, aparentemente sencilla pero inasequible a nuestras escasas fuerzas literarias, narración en primera persona de El Aleph,  acabaremos, quizá, intentando repetir los Ejercicios de estilo de Queneau, para descubrir,  consternados, que solo son factibles para un sosia del propio Queneau.  Exasperados por nuestra torpeza, probablemente recalemos, con íntimo escarnio, en las clases de creación literaria que ofrecen, u ofrecían, los centros culturales en cualquier lugar de España.

Aunque, tal vez, para nuestra fortuna, salga antes a nuestro encuentro Brooklyn, de Colm Tóibín. El fiel narrador de Brooklyn nos detalla la experiencia de Eilis, una joven irlandesa que se decide a emigrar a Estados Unidos porque recibe una oferta de trabajo en firme desde Nueva York, muy preferible a las tareas de tendera eventual que realiza en su diminuto Enniscorthy natal (el lugar de nacimiento del propio Tóibín). Se trata de una novela de iniciación que nos muestra el camino de la progresiva independencia de Eilis frente a los dictados de su entorno inmediato, de su familia y de su iglesia.

El punto de vista del narrador define totalmente la novela, por cuanto solo se nos muestran, parcialmente, las emociones y los pensamientos de Eilis; al resto de los personajes los conocemos únicamente a través de sus actos, de sus diálogos y de las opiniones de la propia Eilis. Con un esfuerzo permanente de contención, Tóibín nos desgrana, sin concesiones artificiosas, la odisea de la protagonista, sometida a las duras experiencias del emigrante que debe dejar atrás todo cuanto ama en busca de un futuro mejor. 

La descripción de los hechos es, en ocasiones, tan parca en detalles subjetivos que parece más propia de un notario que de un novelista. Ello no impide que transiten, a lo largo de todo el relato, corrientes emocionales de gran intensidad que resuenan solamente de forma sutil en el curso de la narración, como en sordina: la intensa humanidad de todos los personajes es uno de los puntos fuertes de la novela.



La perspectiva restringida del narrador nos impide ser los videntes del futuro de Eilis, por eso nos resulta tan impactante el dilema final de la protagonista. La clave de la novela, el conflicto moral de Eilis descrito en las últimas páginas, trasciende su propia anécdota para hacernos reflexionar sobre el fiel de la balanza de nuestras vidas, ¿qué pesa más en nuestro destino, las circunstancias externas o nuestras íntimas decisiones personales?

Tras haber recibido esta soberbia lección sobre la importancia del punto de vista en la narración y deseosos, a nuestra vez, de convertirnos en dueños del secreto, quizá deseemos discutirle a Tóibín el uso del truco de mostrarnos lo subjetivo solo cuando a él le interesa. Pero, amigos, para discutir hay que tener argumentos: ¡a escribir, aprendices de novelista!


Brooklyn
Colm Tóibín
Editorial Lumen
315 páginas
18,90 euros

domingo, 16 de octubre de 2011

La niña de Rajoy



Retrocedamos cuatro años. Es muy probable que lo que más se recuerde de los dos debates que Zapatero y Rajoy mantuvieron a principios de 2008, en la recta final de la anterior campaña presidencial española, no sea la dura recriminación del candidato del PP al socialista por haber olvidado a las víctimas del terrorismo, o la andanada de cifras que uno y otro dieron para justificar su más o menos pesimista visión de la economía.

Lo más probable es que si hoy se pregunta por aquellos cara a cara televisivos muchos vuelvan a hablar de "la niña de Rajoy", el personaje de ficción con el que el líder de la derecha debía coronar su intervención, en un intento de mostrar su lado más humano. "El otro día hablé de una niña, de una niña que tiene que crecer, y en esa niña pienso, porque esa niña mueve mi sentimiento y mi corazón", sentenció Rajoy para cerrar el segundo debate televisado. 



Ni que decir tiene que el intento de Rajoy de emocionar y ganarse a la audiencia con esa historia fracasó y algunos le tacharon incluso de cursi. La voz del candidato transmitió poca convicción y sus dotes de actor quedaron en entredicho. La mirada esquiva del político, siempre más pendiente del papel que de la cámara, tampoco ayudó. En realidad, siempre pareció que Rajoy leía un texto y que ese texto, además, no era para él.

Sin embargo, la famosa niña del político gallego es muy de nuestro tiempo, mucho más, en todo caso, que el discurso más tradicional de Zapatero. Y es que la teoría que sostenía el planteamiento de los asesores del candidato conservador reconoce el papel central del storytelling, o arte de contar historias, que durante siglos estuvo circunscrito al ámbito de la literatura, pero que en las últimas décadas se ha convertido en un arma de persuasión y encantamiento a la que han recurrido líderes políticos y empresariales de todo el mundo.

En este libro, el escritor francés Christian Salmon, que no se hace eco del caso de Rajoy, hace un repaso por algunos de las manifestaciones del storytelling en vida política americana y francesa, explicando incluso cómo se lo ha apropiado el Pentágono, que cada vez recurre más a guionistas de Hollywood y al mundo del videojuego.

Salmon examina los efectos de esta ficcionalización del mundo en dos ámbitos básicamente: el económico y el de la política. En el mundo de la empresa, este "imperialismo narrativo", que impone un acercamiento a la realidad a través de una story cercana y emotiva y nunca gracias a un análisis riguroso de los hechos, ha producido una metamorfosis profunda en el modo de comunicar de las corporaciones.

Ya no vale el producto o la marca a secas. La imagen de la compañía tiene que ir asociada a un relato, a una historia de superación. Como la del fabricante de ordenadores que empezó en un garaje o la destilería de wisky que ha salido adelante gracias al trabajo sincero, abnegado y respetuoso con la tradición de una familia. Esta capacidad del storytelling para crear mundos de color rosa en la empresa, denuncia Salmon recordando a Richard Sennet, han llevado a creer en el cambio constante como algo incuestionable o a asumir la ficción (movilizadora) de que nadie compite con nadie y todos somos iguales en el seno de las compañías.
  
Más jugosos si cabe son los capítulos que Salmon dedica a los presidentes de los EEUU que, en mayor o menor medida, han recurrido al storytelling para transmitir su visión (interesada) del mundo. Porque si algo tienen en común Ronald Reagan (un actor al fin y al cabo), George W. Bush y Barack Obama, es precisamente su confianza absoluta en el discurso-ficción como vehículo para motivar a la ciudadanía.

El ejemplo de Obama es iluminador. Los muy estudiados discursos que, durante los dos años previos a su elección, le sirvieron para darse a conocer por todo el país están trufados de tiernas historias, como la de Ann Nixon Cooper, una anciana activista de color que nació poco después de la abolición de la esclavitud y que, con 107 años cumplidos, se  convirtió en la materialización, como el propio Obama, del sueño americano.

Christian Salmon también dedica unas páginas finales a la política en su país, Francia, para recordar que en las últimas elecciones presidenciales, que enfrentaron a Nicolas Sarkozy y Ségolène Royal, también se impuso la confrontación de historias personales al estricto debate de ideas. Sarkozy con la del hijo rebelde que rompe con el padre-presidente y Royal con la de la atractiva mujer que derriba a los viejos elefantes de su partido.

Es un punto de inflexión en Francia que hace pensar que hay larga vida para el storytelling político también en el viejo continente. Eso sí, con la connivencia de unos medios dispuestos a aprovechar el amarillismo que todo esto genera. En fin, el libro de Salmon, que está bien documentado y que recurre a una prosa sobria y culta, ayuda a desentrañar y desenmascarar el sentido de las historias que hoy dirigen el mundo y que, en periodo de elecciones, siempre vuelven al primer plano.   


Storytelling. La máquina de fabricar historias y formatear las mentes
Christian Salmon
Prólogo de Miguel Roig
262 páginas
20,90 euros

martes, 11 de octubre de 2011

A vueltas con el trabajo



En La mano invisible, la última novela de Isaac Rosa, una teleoperadora consume toda su jornada laboral realizando encuestas de satisfacción laboral. Entre otras cuestiones, pide a sus interlocutores que digan su grado de acuerdo, puntuando de uno a cinco, para cada una de estas afirmaciones: “Una persona solo llega a realizarse por medio del trabajo. Me encantaría tener un trabajo remunerado incluso si no necesitara el dinero. El trabajo es solo un medio de ganarse la vida. El trabajo es una maldición”.

Si en la muy recomendable El país del miedo, su anterior texto, Rosa abordaba de forma muy original las mil preocupaciones y traumas que pueden perseguir a sus contemporáneos, en la última todo gira alrededor del trabajo, que se convierte en el verdadero protagonista. Así, los distintos personajes que aparecen no tienen nombre y serán identificados por sus oficios: el albañil, el carnicero, el mecánico, la costurera, la operaria de una cadena de montaje, el mozo de almacén… 

Y para subrayar aún más el peso del entorno laboral en esta obra, los coloca a todos en el centro de una nave abandonada, abierta al público por no se sabe quién (esa mano invisible del título y del capitalismo desde los tiempos de Adam Smith, que les va exigiendo más y más conforme pasan las semanas), para que desde las gradas sean observados mientras realizan sus tareas.

Aunque pueda parecer descabellado que la gente se reúna para ver, por ejemplo, cómo un carnicero descuartiza una vaca muerta, un mecánico desmonta un coche, un albañil construye una pared o una operaria coloca piezas de distintas formas en una caja, lo cierto es que no faltan “los turistas del trabajo”, como alguna vez son calificados, pero tampoco los analistas que vilipendian ese “zoológico” o aquellos otros que lo comparan con un concierto, definiéndolo como “la sinfonía del trabajo humano”. Teatro, circo, arte, experimento, broma, galera con condenados o campaña publicitaria son otros términos a los que se recurre para intentar describir lo que ocurre en esa especie de Gran Hermano que han montado en la nave.

Estamos ante una novela de tesis, con una idea muy clara sobre la alienación que trae consigo el trabajo. Sus páginas están plagadas de diálogos y situaciones que así lo corroboran, como cuando la costurera se arrepiente de nunca haberle dicho a su madre que “está harta de su viejo cuento de la dignidad del trabajo, la decencia del trabajo, la felicidad del trabajo, porque yo no he conocido nada de eso, y no creo que tú lo hayas conocido después de cincuenta años trabajando como una burra…”. Y si, como es previsible, los jefes no salen muy bien parados, tampoco los trabajadores, que se volverán despóticos en el momento que tengan el mando o intentarán que el compañero de al lado asuma alguna de las tareas que en principio les correspondían a ellos.

Aunque, como les ocurre a los protagonistas, el lector puede estar interesado en saber qué y quién hay detrás de ese montaje, el objetivo de este libro no es tanto explicarle lo qué está pasando como abrirle los ojos ante la hipocresía general, ayudarle a reflexionar sobre el mundo laboral y también sobre el ser humano, que desde luego no sale muy bien parado. No estamos ante una novela complaciente, que ayude a pasar el rato. 

Tal y como ocurría en El país del miedo, Rosa remueve muchas cosas en aquellos que se acercan a sus obras, pero quizás en la anterior era más fácil empatizar con Carlos, recordar situaciones en las que nos hemos encontrado tan indefensos como su protagonista; mientras que la sucesión de arquetipos que pueblan esta y una trama demasiado delimitada por el mensaje no la hagan tan recomendable como aquella. De todos modos, aquellos que lleguen hasta el final tendrán mucho material sobre el que reflexionar.



La mano invisible
Isaac Rosa
Editorial Seix Barral
Barcelona, septiembre 2011
380 páginas
19,50 euros

domingo, 2 de octubre de 2011

Houellebecq en los arrabales




No había leído antes ningún libro de Michel Houellebecq, pero la presión (mediática, por una parte, y de algún amigo, por otra) me ha vencido. En cualquier caso, El mapa y el territorio se lee compulsivamente, y se disfruta. No quiero ponerme pedante, pero tengo que soltarlo: Houellebecq anda como pocos por los arrabales emocionales del mundo occidental, por esos escenarios poco transitados por los novelistas con aspiraciones intelectuales, y lo hace sin grandilocuencias y sin forzar la estructura y el tono del relato. 

Una Nochebuena en soledad y sin palabras, una clínica donde se practica la eutanasia en Zurich (“un distinguido moridero”, como se nos dice en alguna parte de la novela), un asesinato tremebundo que revuelve las vísceras de los mismos agentes que lo investigan… Son esos lugares y momentos los que marcan el periplo de los dos personajes que sostienen el libro: el introvertido Jed Martin, estrella sin querer del mundo del arte, y un tal Michel Houellebecq (¿les suena?), personaje huraño y solitario, desterrado por voluntad propia a un pueblo fantasmal de Irlanda y, por qué no, vaca sagrada de las letras francesas y lo mejor del olimpo literario quizá desde Sartre. Entre esos dos seres se establece una amistad efímera, pero provista de una inefable sintonía. Ambos, solitarios de mediana edad, comparten el reconocimiento artístico, pero también el alejamiento de un mundo mentiroso y cínico.

Si en la primera parte del libro Houellebecq centra la atención en el fotógrafo y pintor Jed Martin y aprovecha su peripecia para hablarnos de la impostura que preside el mundo del arte, de los medios de comunicación y de la empresa, o para denunciar que toda Francia se haya convertido en una parada turística de cartón piedra; en la segunda da un giro radical y nos propone una investigación policial en toda regla. En ese momento, Houellebecq centra la atención en el comisario Jasselin, un policía vocacional y felizmente casado, que tiene que afrontar un caso siniestro y aparentemente irresoluble justo al borde de su jubilación. Ahí, el ritmo demorado de la primera parte se hace vibrante.

Aunque la introversión, la frialdad o la melancolía marcan el universo Houellebecq, un deseo de redención preside secretamente todo el libro. El ejemplo más palpable es el del desencantado Jed Martin, que anhelará el amor casi siempre esquivo de la bella Olga durante años.

El estilo al que recurre Houellebecq es descuidado, como muchos le critican. Por otra parte, el autor reconoce deudas con la versión francesa de la Wikipedia (lo que llevó a algunos a decir que había plagio y a su editorial a defenderse en los tribunales). Todo es cierto. Pero tengo la impresión de que Houellebecq, al que sus enemigos han visto en estos años como “reaccionario, cínico, racista y misógino vergonzoso”, plagia y escribe de esta forma para provocar. El mapa y el territorio es una visión a contracorriente y amarga de la vida actual, pero sobre todo respira verdad en cada línea. 
Además, Houellebecq no solo amplía el ángulo de visión de la novela aireando los sentimientos más íntimos e inconfesables de sus personajes, sólidamente construidos, sino que también se ayuda de cualquier elemento externo para reforzar su caracterización: sus hábitos en el supermercado, el coche que conducen, los aparatos tecnológicos que pulsan, el mobiliario doméstico que les rodea o la última prótesis a la que acuden para alegrar su vida sexual… (“Aunque no supiera nada de su vida, a Jed le sorprendió ver llegar a Jasselin al volante de un Mercedes Clase A. El Mercedes Clase A es el automóvil ideal para una pareja sin niños que vive en una zona urbana o periférica y que no ve con malos ojos, sin embargo, concederse de  vez en cuando una escapada a un hotel con encanto…”, dice en la página 312). 
En fin, Houellebecq nos desafía con una visión dura y desengañada de la realidad, pero llena de matices y hallazgos. Hasta un cierto punto, novelar de esta manera pone en entredicho la capacidad de entendimiento que la cultura burguesa tradicional puede tener de un mundo, el contemporáneo, tan complejo y subterráneo.

El mapa y el territorio
Michel Houellebecq
Editorial Anagrama
Barcelona, 2011
379 páginas
21,90 euros