lunes, 24 de octubre de 2016

El teatro eres tú



A propósito de la representación en Madrid de 
'Cartas de amor', de A. R. Gurney


15 años. O lo que viene siendo, para que perciban la longitud, más tiempo del que marca la escolaridad obligatoria en España. Eso es lo que ha tardado Julia Gutiérrez Caba en volver a representar una obra de teatro. Que no en subirse a las tablas: hace un par de años apenas nos alivió las ganas de verla leyendo textos de Santa Teresa en un bello proyecto para fomentar la lectura de nuestros clásicos llevado a cabo por la Real Academia de la Lengua, y que entre otros genios incluía a la de Ávila. La Caba leía a la Santa y el público veía a Teresa. Apenas una hora le bastaba a la dama del teatro para transmutarse en la doctora de la iglesia o en la mujer rebelde que puso patas arriba la orden carmelita. Así de sencillo y así de espectacular. Magia teatral.

Ahora, con Cartas de amor, del estadounidense A. R. Gurney, la Caba recuerda que es la mejor actriz de teatro que ha parido este país. Le pese a quien le pese. Durante los tres lustros que han transcurrido desde la última representación de su increíble Madame Raquín, de Zola, en 2001, ella ha explicado que ya no contaba con la energía suficiente para encarar todo lo que supone, día a día, ensayar y, posteriormente, subirse a un escenario para dar vida a un personaje. Sin embargo el milagro ha llegado en forma de un montaje que le viene como anillo al dedo a un genio, como ella, que es capaz de recrear un personaje a través de la lectura de unas cartas. 

Porque la obra se basa en la historia de amor de una pareja a lo largo de 50 años narrada únicamente a través de su correspondencia epistolar: ella es Melissa Gardner, una mujer rica, rebelde, alcohólica y divorciada, y él, Andrew Makepeace, un hombre de clase media, trabajador, responsable y tradicional, que es “leído” por un genial Miguel Rellán, que no se achanta ante la dama.

¿El montaje? Tan espartano como un sillón enorme en el que sentados cada uno de ellos en uno de sus extremos van leyendo (sí, leyendo) las cartas que se van enviando a lo largo de toda una vida. Perfecto para la “falta” de energía de la Caba. Y perfecto también para su talento. Sin moverse, sin dar un paso, sin hacer un aspaviento, Melissa cobra vida en su voz. Y crece en su entonación. Y se cansa en su mirada. Y llora en su modulación. Y a través de su lectura la vemos soñar, madurar, perder, beber, pintar, gritar y reír… vivir, en definitiva; todo un carrusel de emociones provocadas por una señora que permanece sentada casi dos horas y que lee… Sin leer. Y, el público, en el patio de butacas, pendiente hasta de sus silencios. Que en la Caba también hablan.

Es la magia del teatro y la magia de esta dama que siempre se ha revestido de la humildad de los grandes. “No soy buena actriz” decía en el arranque de su carrera, abrumada quizás por ser miembro de una saga que ha hecho grande el oficio de los “cómicos”. Sin pancartas, eso sí, y sobre todo desde las tablas. “Me queda mucho por aprender” dice, ahora, con 83 años, manteniendo incólume su elegancia. Ella es el teatro. Sin más. Ojalá concedieran a algunos el Nobel de la inmortalidad.





miércoles, 12 de octubre de 2016

Buscando a Adelaida García Morales




A propósito de la lectura de 
'Los últimos días de Adelaida García Morales', 
de Elvira Navarro

"¿Qué podemos amar que no sea una sombra?"
Friedrich Hölderlin



Lo reconozco. Yo también me di prisa para descargarme en Amazon este libro en cuanto supe de su existencia. Y lo hice por la contundencia del título y su promesa de revelación. Yo también quería saber qué había sido de Adelaida García Morales, una de las autoras más enigmáticas de la literatura española de los últimos 40 años, musa discreta y anarquista en sus años de formación, de cuya pluma salió el relato El sur, tan bello y enigmático como la película a la que dio lugar, dirigida por su marido durante una época, Víctor Erice, una vaca sagrada del cine con menos películas que los dedos de una mano y también carne de mitomanías y leyendas urbanas varias. Yo también quería saber cómo cayó en el olvido esa belleza aparentemente serena de Adelaida García Morales, olvidada por todos al tiempo que su producción literaria escaseaba y las nieblas de la depresión, según dicen, ahondaban su silencio.

Los últimos días de Adelaida García Morales ha suscitado un cruce de declaraciones entre la autora, Elvira Navarro, joven novelista y colaborada en periódicos, y Víctor Erice, quien no supo del libro hasta que éste estaba acabado. Una defendiendo la soberanía de la ficción para abordar (y trascender) cualquier faceta de la realidad, y el otro reivindicando unos límites para esa ficción: los de la dignidad y el respeto a la intimidad de unos personajes que, como la propia Adelaida, él mismo o los hijos de la escritora, aparecen de soslayo en el texto pero nunca fueron consultados para la elaboración de esta crónica con final anunciado.

El malentendido entre realidad y ficción preside todo el libro de Navarro, aunque ella deja muy claro en un momento del mismo su propósito: “Este libro es una obra de ficción. Todo lo que se narra es falso, y en ningún caso debe leerse como una crónica de los últimos días de Adelaida García Morales”. Así lo cuenta Elvira Navarro en un apartado llamado “aclaraciones”, precedido por otro donde enumera los hitos en la biografía de Adelaida desde su nacimiento hasta su muerte, y seguido por otro, “créditos de las fuentes”, donde cita los materiales periodísticos y bibliográficos a los que le llevó su fascinación por la autora. Sin embargo, si estamos ante una ficción, cabe preguntarse por qué Navarro nos advierte con tanta contundencia, como si no se fiara del criterio del lector o intentara de antemano guardarse las espaldas ante reacciones posteriores como la de Erice. ¿Y por qué ese interés en exhibir las fuentes e informaciones que inspiran su relato? ¿Por qué arropa Navarro su escritura de una objetividad y una asepsia que niega por otro lado al afirmar que debe ser leída como pura fabulación?

Navarro parte en su libro de una anécdota de origen algo incierto. Unos meses antes de morir, Adelaida García Morales pidió a los servicios sociales de la localidad donde vivía (Dos Hermanas, en Sevilla) 50 euros para pagar el autobús a Madrid, donde, según ella, le esperaba un hijo que la necesitaba. A partir de ahí, Elvira Navarro monta dos tramas que va alternando en la primera parte del libro. En una de ellas nos habla de la peripecia de la concejala de cultura que tuvo que enfrentarse a la autora cuando estaba en las últimas, y que intenta más tarde organizarle un homenaje, guiada por un sentimiento a medio camino entre la culpa, la fascinación y el deber burocrático. En la otra, una documentalista también fascinada por la sensibilidad de la autora de El Sur o El silencio de la sirenas (finalista del Premio Herralde en 1985) se aproxima a la escritora a través del testimonio de tres personas que la conocieron, entre ellas el psiquiatra de la Seguridad Social que trató su depresión. Sin embargo, en ambos casos son personajes de cartón piedra sin demasiado interés que le sirven a Navarro para repasar algunos hitos de la vida de García Morales y rendir un tributo a su prosa delicada.

La ficción de este libro es escueta, postiza, difícil de creer y no trasciende. No sentimos la supuesta perplejidad e inquietud que produce en las dos mujeres la caída y muerte de Adelaida García Morales. El resto del libro son apoyos documentales que van precisamente en la dirección de convertir la novela en un reportaje de la vida, obra, silencios y ausencias de Adelaida. Incluso llega a reproducir Navarro un programa de radio real donde se hace una semblanza de la autora de El sur: lo condujo el periodista Javier del Pino en la SER y contó con la participación de Alfonso Guerra, quien había coincidido con Adelaida en algún momento de las décadas de los 60 y los 70 en Sevilla en un conocido grupo de teatro independiente.

No dudo de que Elvira Navarro está tan fascinada con la figura y las novelas hondas y dolorosas de Adelaida Garcia Morales como sus personajes, y como tantos que, como yo, habrán acudido corriendo a las librerías a comprar el libro. Pero en esta crónica no transmite esa fascinación. Su novela se inserta en esa corriente moderna de obras donde, si las cosas van bien, realidad y ficción conviven en armonía y se retroalimentan. Un género que manejan bien escritores como Javier Cercas o Emmanuel Carrère, y que también se cultiva en la televisión o el cine. Pienso en una de las series de moda, Narcos, sobre la peripecia de Pablo Escobar, o en esos largometrajes cargados de trabajo de documentación que han intentado retratar la vida de Steve Jobs, el ajedrecista Bobby Fischer o del creador de Facebook, Mark Zuckerberg.



Desde luego, esta crónica no apaga la fascinación compartida por Adelaida García Morales, y tengo que reconocer que siempre leí la escueta ficción de Elvira Navarro y su pequeña investigación esperando encontrarme en algún momento con la autora de El Sur y con la magia de sus palabras. Aunque eso no ocurrió.