lunes, 25 de marzo de 2013

Todo lo que era sólido, de Muñoz Molina



Memoria de la caída


Hasta ahora la crisis la han explicado sobre todo los economistas. No cabía otra, pues el embrollo financiero era mayúsculo y el conocimiento que tenemos de cómo funciona el mundo del dinero era (y sigue siendo) escaso. Sin embargo, desde el estallido de la burbuja inmobiliaria, las aproximaciones “intelectuales” (uso el adjetivo a pesar de su mala salud) han sido escasas. Pocas voces –más allá de los panfletos de Stephane Hessel o José Luis Sampedro o de las últimas novelas de Rafael Chirbes- se han atrevido a hacer una lectura moral y cívica de lo que nos está pasando.


Esa tarea es la que aborda Antonio Muñoz Molina con esta crónica, directa y muy personal a ratos, de la crisis en España. Evitando tecnicismos y esa prosa adormecedora que emplean los especialistas, Muñoz Molina rememora aquella España de ricos de 2007 y da cuenta del rápido deterioro que ha sufrido, de cómo aquel país de Champions League, según repetía con satisfacción Zapatero, se ha disuelto como un azucarillo, en menos que canta un gallo y sin que hayamos podido hacer nada para remediarlo.


Muñoz Molina se pregunta qué ha pasado y, sobre todo, cómo no nos dimos cuenta, cómo el delirio colectivo pasó por encima de las evidencias y de las voces disonantes que se atrevieron a pronosticar el desastre. El autor asume su parte de culpa: “Qué veíamos, en qué estábamos pensando. Si mi oficio es mirar el mundo para poder contarlo, cómo es que no me fijé en lo que sucedía, en lo que tenía delante los ojos, lo que se publicaba en el periódico que yo compraba y creía leer fielmente cada mañana cuando estaba en España”.


Vivimos los años locos de la economía bajo el efecto narcótico del debate sobre el pasado remoto. Como viene sucediendo en las dos últimas décadas, esa cortina de humo que era la escenificación estridente de las dos Españas y de los nacionalismos no nos dejó ver cómo las clases dirigentes se repartían el pastel y dilapidaban el futuro del país. A pesar de tanta pretensión de modernidad, en 2007 vivíamos en un pasado imaginario e interesado. Eran los años en que el propio Muñoz Molina se había instalado mentalmente en la víspera del alzamiento militar del 36, que es el telón de fondo de La noche de los tiempos, el novelón de casi 1.000 páginas que escribía cuando todo se vino abajo.


Precisamente, a ese mundo delirante que para la mayoría se convirtió en cotidiano vuelve ahora para poner el punto de partida de este libro. Es el mundo del crédito a mares procedente de Europa, de las 600.000 casas que se empezaban cada año, de los promotores estrella (con Bañuelos a la cabeza) que de la noche a la mañana se convertían en multimillonarios, de los políticos que les respaldaron y se beneficiaron del despilfarro, de las cajas de ahorro que financiaron los proyectos faraónicos de los mandamases regionales, de los Porsche Cayenne y las vacaciones en spas de lujo para los pequeños empresarios que entraron en la rueda, de las carísimas comitivas autonómicas que llegaban a Nueva York o a cualquier gran ciudad del mundo para promocionar su comarca y “hacer mucho ruido”, de los sueldos de 3.000 euros para los ferrallistas y peones de albañil que trabajaban día y noche, como si el mundo (como desgraciadamente sucedió) se fuera a acabar mañana.


Todo lo que era sólido es un relato moral de los años del despilfarro y de lo que ha venido más tarde. Es la mirada perpleja de un ciudadano corriente que analiza a toro pasado, leyendo los periódicos de hace un lustro como si fueran vestigios de un tiempo remoto e irreconocible. Muñoz Molina verbaliza la estupefacción y la indignación de una ciudadanía que ha visto como el firme cemento que pisaba se ha tornado arena movediza.


Pero todavía hay muchas cosas en juego. Sea uno de izquierdas o de derechas, religioso o agnóstico, ferviente defensor de la Iglesia o anticlerical, nacionalista de centro o de periferias, no es difícil suscribir el 90% de lo que dice Muñoz Molina. La defensa de lo fundamental (educación, sanidad y democracia) frente a lo superfluo, la consolidación de una administración pública profesional, independiente y solvente (un tema pendiente desde el franquismo), establecer mayores controles a los que toman decisiones que incumben a toda la ciudadanía, un debate público de altura, razonado y respetuoso con el adversario, una mayor confianza y honestidad en las relaciones sociales y comerciales, un cuidado exquisito de lo público y de lo que es común a todos… Son esas cosas que distinguen a los países que admiramos.


Para evitar desmanes de los políticos y los poderosos en el futuro, el autor, en un guiño al 15-M, echa de menos una “serena rebelión cívica” a la manera del movimiento americano por los derechos civiles. España es un país de retóricas que adormecen y que alejan a los ciudadanos de lo que ocurre. Aunque nos tenemos por gente directa y franca, mirar la realidad, sin velos ideológicos ni encantamientos, es una osadía que se paga en un país como el nuestro. Para que no vuelva a pasar, para que el martillo del olvido no se lleve las lecciones que nos deja esta crisis, Muñoz Molina ha escrito Todo lo que era sólido movido por la obligación cívica de contar sin tapujos y recordar lo que nos ha pasado.


Creo que este libro bien podría convertirse en lectura para bachilleres, pues, como dice el mismo autor, debemos estar atentos y contar lo que pasa, sobre todo para que los que vienen después y den todo por supuesto sepan que lo que tenemos “costó mucho crearlo” y que “perderlo puede ser mucho más fácil que ganarlo”.




miércoles, 13 de marzo de 2013

La novena viuda, de Geling Yan



Mariano Oliveros

La literatura china se ha puesto de moda, como demuestra la concesión del Premio Nobel al “convincente y mordaz”, aunque polémico, Mo Yan. La indudable calidad de muchas de las obras que los escritores nacidos en China vienen ofreciendo al gran público ha atraído la atención sobre un país hasta no hace mucho tenido como poco más que una gigantesca fábrica de productos a bajo coste. La prolífica escritora Geling Yan, nacionalizada estadounidense pero nacida en Shanghái, donde residió y desarrolló su carrera hasta los treinta años, ha ganado especial fama, en parte debida al éxito de la película de Zhang Yimou basada en su novela Las flores de la guerra.

La lectura de Las flores de la guerra (editorial Alfaguara) me dejó un sabor agridulce. Por un lado, me gustó mucho el oficio de la autora. El estilo de la novela es directo y vigoroso, y tanto su eficaz estructura como la sencilla construcción de los personajes, dibujados en pocos pero contundentes trazos, le otorgan gran solidez.

Además, el contexto escogido (las desgracias de la guerra durante la histórica Masacre de Nanking) y los grandes temas que toca la novela (la lealtad y la amistad viril, las relaciones amorosas y sexuales en las sociedades jerárquicas y rígidas, los efectos tóxicos de los prejuicios) demuestran la ambición literaria de su autora.

Sin embargo, Las flores de la guerra se queda a medio camino de ser una obra redonda. La trama se vuelve en ocasiones incoherente, ya que retrocede a hechos ya narrados sin aparente razón argumental y, en consecuencia, la descripción de los hechos se enreda sin aportar más luz. El desarrollo de las relaciones entre los personajes es a veces inconexo, por demasiado esquemático, con lo que se pierde el potencial que ofrecían para un más profundo juego psicológico y mayores honduras.

Por el contrario, La novena viuda (también en Alfaguara), galardonada con numerosos premios, es una obra deslumbrante, ambiciosa, bien narrada y bien resuelta. La afiladísima ironía que Mo Yan emplea en La vida y la muerte me están desgastando, delirante y onírica descripción de la historia contemporánea de China y su Revolución Cultural, tiene en La novena viuda un contrapunto realista muy eficaz.

La lúcida y tenaz Wang Putao, la protagonista, vive en una pequeña aldea donde la guerra y la Revolución Cultural vienen a trastocar todos los valores existentes. Putao no entiende nada de lo que pasa a su alrededor, aunque a la postre resulte ser la única persona sensata en el absurdo y dramático entorno creado por los nuevos revolucionarios que ocupan su pueblo tras la guerra contra Japón. Geling Yan sabe bien de qué habla por cuanto formó parte, cuando era muy joven, como el propio Mo Yan, del Ejército Popular Chino de Liberación.

Los excesos de los uniformados guardianes de la Revolución, el discurso místico de los nuevos conversos a la fe del comunismo y las absurdas medidas de intervención social y de propaganda que controlan la vida de todo el mundo, no afectan al sereno talante de Putao, empeñada en ser fiel únicamente a sí misma, sin vender su alma al diablo. La novela, al cabo, constituye una lúcida reflexión sobre la desigual relación entre los sencillos impulsos que dirigen la vida cotidiana de la gente común y los grandes movimientos políticos y sociales que se lo llevan todo por delante sin contar con los ciudadanos.

lunes, 4 de marzo de 2013

El héroe de los indignados



A propósito de la lectura de Liquidación final
de Petros Márkaris


En un país donde la corrupción ha campado a sus anchas, la evasión de capital es moneda corriente,  no es extraño que un justiciero que ejecuta a aquellos individuos que se han beneficiado de la venialidad burocrática y han desviado del fisco enormes cantidades de dinero, ganadas al albur de un sistema corrupto, termine siendo un héroe popular. 

En una Atenas congestionada por las manifestaciones permanentes, los disturbios sociales y las protestas de los ciudadanos, la figura del detective Kostas Jaritos emerge como el punto de vista de la sensatez. Es la proyección de su propio autor, Petros Márkaris (1937), un izquierdista que sufrió la Dictadura de los Coroneles (1967-1974) que asoló el país heleno, y que con los años ha tamizado sus ideales.

Hay varias razones de peso para leer esta novela. La historia, en sí misma, engancha. No es solamente las peripecias de un asesino vengativo que utiliza la simbología clásica y el cianuro socrático para cometer sus crímenes. Es la historia de un policía otoñal que se encuentra en un momento clave de su vida profesional, con opciones de promocionar aunque con la espada de Damocles pendiendo sobre su cabeza por su tendencia a chocar con los intereses de sus superiores. 

Pero a la vez, sufre un problema familiar que vertebra la novela, y la realidad de su país, su hija quiere emigrar en busca de una posición y un salario acorde con su preparación. Él y su mujer, el gran eje de su vida y de su concepción de la realidad, están a punto de zozobrar,  
Los suicidios de personas desesperadas por su situación también aderezan esta novela, como el dardo que mortifica a la sociedad griega. Es el retrato de un país inoperante, varado en una incapacidad crónica, en un viaje a la negación de sí mismo.

Pero la etiqueta de novela policíaca no debe llamar a engaño. Que nadie espere persecuciones espectaculares, escenas de violencia al estilo Hollywood o el más mínimo erotismo. Si acaso chispas de un humor tirando a negro y un sentimiento trágico de la vida, en la línea del más puro ortodoxo cristianismo heleno. La construcción de la historia es buena, consistente y está cimentada por la realidad social y la veracidad de sus personajes. 

La visión del protagonista (alter ego del autor) marca la historia, la define y determina de forma endogámica. El protagonista domina la situación y no quiere que nada se le escape. Juega una partida de ajedrez programada y no deja nada fuera de su voluntad. Solo de vez en cuando hace concesiones al resto de personajes, pero para reforzar su condición de personaje omnisciente.

Quizá esta es la principal debilidad de la novela. Estaba predeterminada y su resolución resulta forzada, rápida y poco efectista. Es como si un torero quisiera matar rápido después de realizar una faena casi magistral. Tocar en hueso para un novelista puede ser un fracaso, igual que para el diestro. Aunque el público siempre podrá saborear esos deliciosos pases con los que ha aderezado su narración. 

Hay que quedarse con lo bueno, y Márkaris opta por la juventud, representada en su hija y una antigua compañera suya de universidad que ayudará a resolver el enigma; son la juventud en las que pone sus grandes esperanzas para la recuperación del país. En el fondo, Márkaris, conocedor de los infiernos que ha visitado el hombre, nos deja traslucir que no hay que caer en el derrotismo de la tragedia griega. Hay un futuro, y todavía podemos luchar por él.