Memoria de la caída
Hasta ahora la crisis la han explicado sobre todo los economistas. No cabía otra, pues el embrollo financiero era mayúsculo y el conocimiento que tenemos de cómo funciona el mundo del dinero era (y sigue siendo) escaso. Sin embargo, desde el estallido de la burbuja inmobiliaria, las aproximaciones “intelectuales” (uso el adjetivo a pesar de su mala salud) han sido escasas. Pocas voces –más allá de los panfletos de Stephane Hessel o José Luis Sampedro o de las últimas novelas de Rafael Chirbes- se han atrevido a hacer una lectura moral y cívica de lo que nos está pasando.
Esa tarea es la que aborda Antonio Muñoz Molina con esta crónica, directa y muy personal a ratos, de la crisis en España. Evitando tecnicismos y esa prosa adormecedora que emplean los especialistas, Muñoz Molina rememora aquella España de ricos de 2007 y da cuenta del rápido deterioro que ha sufrido, de cómo aquel país de Champions League, según repetía con satisfacción Zapatero, se ha disuelto como un azucarillo, en menos que canta un gallo y sin que hayamos podido hacer nada para remediarlo.
Muñoz Molina se pregunta qué ha pasado y, sobre todo, cómo no nos dimos cuenta, cómo el delirio colectivo pasó por encima de las evidencias y de las voces disonantes que se atrevieron a pronosticar el desastre. El autor asume su parte de culpa: “Qué veíamos, en qué estábamos pensando. Si mi oficio es mirar el mundo para poder contarlo, cómo es que no me fijé en lo que sucedía, en lo que tenía delante los ojos, lo que se publicaba en el periódico que yo compraba y creía leer fielmente cada mañana cuando estaba en España”.
Vivimos los años locos de la economía bajo el efecto narcótico del debate sobre el pasado remoto. Como viene sucediendo en las dos últimas décadas, esa cortina de humo que era la escenificación estridente de las dos Españas y de los nacionalismos no nos dejó ver cómo las clases dirigentes se repartían el pastel y dilapidaban el futuro del país. A pesar de tanta pretensión de modernidad, en 2007 vivíamos en un pasado imaginario e interesado. Eran los años en que el propio Muñoz Molina se había instalado mentalmente en la víspera del alzamiento militar del 36, que es el telón de fondo de La noche de los tiempos, el novelón de casi 1.000 páginas que escribía cuando todo se vino abajo.
Precisamente, a ese mundo delirante que para la mayoría se convirtió en cotidiano vuelve ahora para poner el punto de partida de este libro. Es el mundo del crédito a mares procedente de Europa, de las 600.000 casas que se empezaban cada año, de los promotores estrella (con Bañuelos a la cabeza) que de la noche a la mañana se convertían en multimillonarios, de los políticos que les respaldaron y se beneficiaron del despilfarro, de las cajas de ahorro que financiaron los proyectos faraónicos de los mandamases regionales, de los Porsche Cayenne y las vacaciones en spas de lujo para los pequeños empresarios que entraron en la rueda, de las carísimas comitivas autonómicas que llegaban a Nueva York o a cualquier gran ciudad del mundo para promocionar su comarca y “hacer mucho ruido”, de los sueldos de 3.000 euros para los ferrallistas y peones de albañil que trabajaban día y noche, como si el mundo (como desgraciadamente sucedió) se fuera a acabar mañana.
Todo lo que era sólido es un relato moral de los años del despilfarro y de lo que ha venido más tarde. Es la mirada perpleja de un ciudadano corriente que analiza a toro pasado, leyendo los periódicos de hace un lustro como si fueran vestigios de un tiempo remoto e irreconocible. Muñoz Molina verbaliza la estupefacción y la indignación de una ciudadanía que ha visto como el firme cemento que pisaba se ha tornado arena movediza.
Pero todavía hay muchas cosas en juego. Sea uno de izquierdas o de derechas, religioso o agnóstico, ferviente defensor de la Iglesia o anticlerical, nacionalista de centro o de periferias, no es difícil suscribir el 90% de lo que dice Muñoz Molina. La defensa de lo fundamental (educación, sanidad y democracia) frente a lo superfluo, la consolidación de una administración pública profesional, independiente y solvente (un tema pendiente desde el franquismo), establecer mayores controles a los que toman decisiones que incumben a toda la ciudadanía, un debate público de altura, razonado y respetuoso con el adversario, una mayor confianza y honestidad en las relaciones sociales y comerciales, un cuidado exquisito de lo público y de lo que es común a todos… Son esas cosas que distinguen a los países que admiramos.
Para evitar desmanes de los políticos y los poderosos en el futuro, el autor, en un guiño al 15-M, echa de menos una “serena rebelión cívica” a la manera del movimiento americano por los derechos civiles. España es un país de retóricas que adormecen y que alejan a los ciudadanos de lo que ocurre. Aunque nos tenemos por gente directa y franca, mirar la realidad, sin velos ideológicos ni encantamientos, es una osadía que se paga en un país como el nuestro. Para que no vuelva a pasar, para que el martillo del olvido no se lleve las lecciones que nos deja esta crisis, Muñoz Molina ha escrito Todo lo que era sólido movido por la obligación cívica de contar sin tapujos y recordar lo que nos ha pasado.
Creo que este libro bien podría convertirse en lectura para bachilleres, pues, como dice el mismo autor, debemos estar atentos y contar lo que pasa, sobre todo para que los que vienen después y den todo por supuesto sepan que lo que tenemos “costó mucho crearlo” y que “perderlo puede ser mucho más fácil que ganarlo”.