lunes, 25 de febrero de 2013

Jordi Évole




Cuando pensábamos que periodismo y televisión eran términos irreconciliables (al menos en España), aparece un señor con pintas de chavalete, que calza zapatillas de marca y da mandobles con un iPad, y nos demuestra que la causa no está perdida. Jordi Évole, con su programa Salvados (en La Sexta, por si alguno no lo sabe a estas alturas), ha descubierto la fuerza y el efecto benéfico del periodismo a muchos españoles.   

No hay que fiarse de la pinta de Évole. A pesar de su aire pretendidamente ajeno y despistado, el programa está muy trabajado. Évole básicamente hace preguntas y escucha (qué rareza) a sus interlocutores. Son preguntas aparentemente improvisadas, pero siempre pertinentes y fruto de la labor de un equipo que prepara a fondo los temas que aborda. Si no fuera de esta manera, si no hubiera un buen trabajo de documentación y de selección de fuentes, sería muy difícil, en poco más de media hora, abordar las complejidades y disfunciones de un país que naufraga con un formato a la vez riguroso y entretenido.

Lo de Évole no es periodismo de investigación. Évole no nos dice nada que no sepamos o no esté a la vista si buscamos los datos por aquí o por allá. El logro de este periodista, que también fue humorista, dio la nota en mil sitios como follonero y escribió chistes para otros, es que sus preguntas –las mismas que nos formulamos todos desde que empezó una crisis que está devastando el país- ponen en evidencia la mala construcción de la casa nacional y el descaro y las paradojas en que viven instaladas sus élites.

Hace lo que todo periodista que se precie debiera: preguntar y preguntar a los poderes para que se entere hasta el último mono. Y lo hace con modestia, con simulada timidez, sabiendo de antemano que solo va a encontrar evasivas, pero con la obstinación del que está convencido de que su oportunidad llegará al final, cuando su contrincante, harto de dar explicaciones, sucumbe al desliz y desvela sus intenciones.   

Évole no da nada por sabido. Eso es lo que hace posible su conexión con una audiencia millonaria incluso cuando trata los asuntos más abstrusos. Ese dar las cosas por sabidas y hablar la jerga de los políticos o los empresarios es precisamente uno de los motivos que ha alejado a los periodistas de la gente y los ha puesto, en muchos casos, en el lado de los poderosos y los interesados.  

Somos un país dominado por la pereza mental y, en general, poco instruido. Sabemos muy poco o nada de cómo funcionan los bancos, la administración, la justicia, la educación, la sanidad o las empresas, aunque nos cuesta poco emitir un juicio categórico sobre esto y aquello. Por no saber, no sabemos siquiera cuánto nos cuestan la limpieza de las calles, los medicamentos que tomamos o los profesores de nuestros hijos. Somos un país contradictorio que quiere pagar pocos impuestos y recibir muchos servicios a cambio. Los españoles somos perezosos cuando se trata de conocer (cabalmente) nuestra realidad más cercana. Preferimos recurrir a alguna anteojera ideológica que nos sirva para ponerlo todo en entredicho, sin hacer el esfuerzo de conocer los mecanismos de esa la realidad que se nos escapa y acaba traicionándonos.

Con su tenaz inquisición, Évole nos ha ayudado estos últimos años a saber un poco más cómo funcionan todas estas las cosas. Nos ha dado a conocer el mundo de los juzgados, el cabalístico universo de las eléctricas, el surrealista Tribunal de Cuentas, gestionado por matusalenes, o el Senado, retiro dorado de políticos que nadie se atreve a tocar. También nos ha dado argumentos para valorar nuestro sistema educativo, la necesidad de privatizar o no la sanidad o la calidad del servicio al consumidor que nos dan muchas empresas. Y nos contó, por boca de las víctimas y de expertos, las tropelías de los bancos con las preferentes o las hipotecas.

Pero una pega habría que hacerle a Évole. Como buen periodista, pregunta intentado apartar la venda que sobre la realidad ponen los poderes y los interesados. Hasta ahí, perfecto. Sin embargo, muchas veces, su programa de los domingos ya viene con las cartas marcadas. La investigación tiene ya un punto de llegada prefijado. Évole hace un periodismo de tesis que para brillar evita la opinión del que diverge. Cuando recurre al disidente, es muchas veces para parodiarlo. Ganaría mucho su Salvados si incluyera voces disonantes de peso y dejara que fuera el espectador el que se formara su juicio. Con Évole el partido está decidido desde mucho antes del final, y eso es trampa. De todas formas, dudo de que los de Salvados rectifiquen en este sentido, pues sería como espantar a tu clientela habitual (la que comparte con otros programas de la Sexta) sin tener garantizado el reemplazo.   

En cualquier caso, creo que este tipo maduro con cara y pintas de chaval, ataviado con vaqueros, camisa a cuadros y chaqueta de Decathlon (el patrocinio manda), y que se defiende a fogonazos informativos de iPad, nos ha (re)descubierto las posibilidades de periodismo, y eso es impagable.  Últimamente su programa del domingo por la noche me emociona más que una canción de amor.



domingo, 17 de febrero de 2013

¡La exclusiva!, de Annalena McAfee



Claroscuros del periodismo
Son muchos los libros, películas o series de televisión que tienen como telón de fondo la redacción de un medio de comunicación. Debido a su influencia, al periodismo se le considera el cuarto poder, y quizás haya que buscar ahí la atracción que ejerce sobre el gran público. Además, para conseguirlo, ni escritores ni guionistas han dudado en mitificar a quien ejerce esta profesión, como bien ejemplifica la serie norteamericana Newsroom, creada por Aaron Sorkin y protagonizada por Jeff Daniels, y que es el último intento exitoso de acercar el día a día de estos profesionales a la pequeña pantalla. 
Pese al magnetismo de cada capítulo, en los que se van narrando la historia reciente de Estados Unidos, no deja de sorprender que la editora y el presentador del informativo estelar de la cadena de ficción ACN se arroguen el papel de Don Quijote, siempre dispuestos a luchar contra las injusticias del mundo, sin importar que puedan salpicar a corporaciones todopoderosas o ir en contra de los intereses de su propio grupo editorial.
Aunque en ¡La exclusiva!, la primera novela de la británica Annalena McAfee, también queda claro la alta consideración que la autora tiene por esta profesión ("el periodista tiene el deber de defender a los débiles e iluminar con un faro los rincones más oscuros de la experiencia humana"), tampoco se priva de hacer un buen repaso por las prácticas que considera menos afortunadas (espionaje, sustracción de documentos, difamación...) o de subrayar la hipocresía que se esconde bajo "las caóticas vidas privadas de los periodistas, de los problemas con el alcohol y del consumo de drogas", para luego afrontar "cualquier historia de la más leve falta conyugal como solteras eduardianas". 
Y no es precisamente un mundo que desconozca, tras 30 años trabajando en The Financial Times o The Guardian, principalmente como crítica literaria, o por las muchas portadas que ha acaparado su marido, el escritor Ian McEwan, con motivo del divorcio de su primera mujer o las acusaciones de plagio en algunas de sus novelas.
¡La exclusiva! está protagonizada por dos periodistas: Tamara Sim y Honor Tait. La primera es una joven freelance que trabaja para varios medios y que recibe el encargo de la revista dominical Sunday de escribir 4.000 palabras sobre la vida y obra de la segunda, una octogenaria descrita como "la gran dama del periodismo británico", con ocasión de la publicación de un recopilatorio con algunos de sus artículos más célebres, incluido el relato sobre la liberación de Buchenwald que le valió el premio Pulitzer. 
Muy alejada de la figura del superhéroe, Sim es caricaturizada al máximo, subrayando constantemente su "ignorancia impasible" (cuando se menciona la biblioteca de Alejandría, se pregunta quién es Alejandría y qué le pasó a su biblioteca) y lo nada quijotesco de su trabajo ("entregar una noticia de dos frases, una lista de doce líneas o una columna de dos párrafos sobre los contratiempos de los famosos"). Sim es, sin duda, un exponente de lo que el periodista no debería ser, pero también representante de un tiempo en el que "se habían arrojado por la borda la historia y la seriedad".
Y es que en todo el texto subyace una crítica a la sociedad de finales del siglo XX que retrata (sitúa el libro en 1997, antes del sunami de Internet). Y para ello lo confronta con la época que le tocó vivir a Tait, a la que describe como "diferente, más auténtica y vital". Es en este papel de testigo de un tiempo en el que McAfee acierta plenamente. Es una narradora valiente, inteligente y divertida, que acerca al lector al mundo de los tabloides y las exclusivas. 
Portentoso es el primer encuentro entre ambas periodistas, en el que la joven reportera termina llorando y exclamando "¿qué le gustaría que le preguntara?" o ese especie de "travelling literario" que realiza por las distintas secciones del The Monitor. No obstante, en su afán desmitificador, en parte parecido al que ha llevado a cabo McEwan en Solar con el mundo científico, peca de malicia, creando personajes estereotipados y alguna que otra trama que terminan por desmerecer un texto notable.

¡La exclusiva!
Annalena McAfee
Editorial Anagrama
395 páginas
18,90 euros

domingo, 10 de febrero de 2013

Es verdad: Intemperie, de Jesús Carrasco, es una excelente novela







La promoción que ha hecho Seix Barral de esta novela casi me disuade de leerla. Y es que tiendo a desconfiar cuando el marketing lo inunda todo y me dicen, sin sonrojo, que estamos ante el autor revelación del año, lo no visto en mucho tiempo, una mezcla de Delibes, del Cormac McCarthy de La carretera o del Juan Rulfo de Pedro Páramo. Además, cuentan que el libro de este extremeño que acaba de entrar en los 40, que vive en Sevilla y al que no conocen más allá de su barrio, ha interesado a editores de medio mundo y que se va a publicar en 13 países casi al mismo tiempo que en España.

Seix Barral lo está haciendo de maravilla. El libro, en realidad una novelita de apenas 200 páginas que se lee en un par de tardes, se está promocionando estupendamente y ahora muchos se acercan a las librerías a comprarlo con una mezcla de curiosidad y certidumbre mercadotécnica.

Pues bien, una vez leído, y a pesar de todo, tengo que decir que Intemperie vale la pena. Con muy pocos elementos y un lenguaje trabajado y preciso, Jesús Carrasco construye una historia esencial, desbordante de humanidad. Un niño huye de su pueblo y de su familia y se echa al camino, deambula por un campo intemporal asolado por la sequía. En su busca va un villano, el alguacil del pueblo, arquetipo de la maldad. En su peregrinar por el llano desierto se topa con un pastor de cabras con el que establece una distante pero creciente sociedad. Ese chico que pasa por mil calamidades intentando salvar el pellejo permanece en la retina mucho después de haber terminado el libro.



La literatura que más me gusta es aquella que sugiere, pero evita mostrarlo todo. Es lo que pasa con el buen erotismo. Es la literatura de Chejov, donde millones de dramas apenas esbozados componen esa imagen tan suya del crepúsculo personal y social. Es también la del cine de Ozu, donde los conflictos, casi nunca reconocidos, se materializan en una mueca que rompe el protocolo o en una pregunta que en algún momento se queda sin respuesta.

Fue Hemingway el que con sus relatos puso de moda la teoría del iceberg. Una buena historia, venía a decir, no debe mostrar más que una mínima parte del universo emocional o moral que propone. A Hemingway eso le sirvió para hacer literatura desde el periodismo y distanciarse de sus personajes. Creo que el relato de Jesús Carrasco también es la punta visible de un festín humano y literario que no se acaba de mostrar.

No llegamos a saber del todo por qué ese chico huye despavorido y arriesga incluso su vida para no caer en las manos del alguacil. Nada sabemos tampoco del cabrero que, ya en sus últimos días, sigue yendo de aquí para allá en un llano baldío donde sus cabras nunca encontrarán una brizna de hierba tierna con la que alimentarse. Tampoco queda claro por qué ese alguacil sin escrúpulos persevera,  en compañía de dos temibles lacayos, en la busca de un chico que nadie más reclama. [De psicoanalista: cuando aparece el oficial de justicia no puedo dejar de imaginar en su lugar a Correa, el empresario que estaba al mando de la trama Gürtel].

Intemperie es una historia de supervivencia, con grandes momentos de lirismo, pero es sobre todo una atmósfera opresiva, marcada por el miedo, la soledad y la carestía, y también un lenguaje. Carrasco encuentra siempre la palabra precisa para dar cuenta de un mundo que se extinguió hace mucho tiempo. Aunque nos dice que el alguacil va en moto, con lo que se puede situar la historia en el siglo XX, quizá después de la Guerra Civil, el mundo y las palabras a las que acude para describirlo nos trasladan a la Edad Media, a un tiempo remoto en que la civilización estaba por llegar y la barbarie dominaba los caminos.