Un cuento improbable de Santiago Toste
Polo Norte, algún día del mes de julio de
2017:
Hay muchas formas de engañar a la gente. Pero
así, a ojo, yo diría que existen 1.267.348. A mí, por ejemplo, me dijeron que
esto iba a ser la mejor experiencia de mi vida. Una aventura llena de acción,
ciencia, contacto con la naturaleza y compromiso con las nuevas generaciones.
Llevo seis semanas aquí. Me aburro. Claro que debió extrañarme que no me
pusieran ninguna pega y de inmediato aceptaran mi solicitud. Supongo que no hay
muchas personas dispuestas a pasarse tres meses en soledad en el Polo Norte,
controlando los aparatos de una misión científica de la que no entienden nada.
Nada de nada. Son cuatro máquinas. Mi trabajo consiste en mandar cada dos días
un correo electrónico que se genera de forma automática y está lleno de códigos
extraños. Y también en cambiar las baterías de esos dispositivos cuando
alcancen el 20% de carga. Todo eso me ocupa apenas 15 minutos. Cada dos días.
Tengo mucho tiempo libre.
Polo Norte, una semana después de algún día
del mes de julio de 2017:
De vez en cuando viene Boris a verme y me trae
comida. Y quizás también lo hace para comprobar que sigo vivo o que no se me ha
ido la cabeza. Lo llamo Boris, pero no sé cuál es su nombre. Es ruso, o lituano
o estonio o georgiano o ucraniano… Lo llamo así porque le queda bien. Tiene un
pequeño avión, tan destartalado que a bote pronto yo juraría que vulnera dos o
tres leyes de la física. No es mal tipo Boris. Siempre me saluda con una
especie de gruñido. No dice palabra, pero creo que le caigo simpático. Me
parece que también siente algo de lástima: en su última visita, junto a los
víveres me puso una botella de ron cubano y una vieja película porno. El ron
estaba muy bueno, pero no tengo reproductor de VHS.
Polo Norte, finales de julio o puede que
comienzos de agosto:
Malditas expectativas. Es como cuando tienes
cerca las vacaciones y comienzas a hacer planes, a programar actividades, a
plantearte bajar de peso y dejar de fumar... Y acabas junto a la piscina de un
apartamento haciendo zumba.
Limpio cuatro veces al día este cubículo. En
el techo hay tres grandes manchas, cuatro de mediano tamaño y quince diminutas.
Y también una grieta que me preocupa. Hago grafitis políticos en una de las
paredes, la que está frente a la puerta. Me afeito por la mañana y por la
tarde, me ducho cada seis horas y cambio de peinado cada semana. Los siete
libros que hay en la estantería los he ordenado por grosor, por color y también
por orden alfabético de acuerdo con la primera letra de sus títulos. Las
revistas, por tamaño. He comenzado una colección de muñecos de nieve. Es
curioso, pero cada día que pasa les voy encontrando un mayor parecido con
algunos miembros de mi familia… Boris lleva tiempo sin venir, pero no estoy
nervioso.
Polo Norte, quizás septiembre:
Ante tanta diversión sin tregua, he decidido
sentar la cabeza y convertirme en crítico literario. O más bien, ya que estamos
en verano, ofrecer una serie de lecturas recomendadas para estos días de
asueto. Ahí va:
‘El estrambótico caso de Mr. Williamson’
(novela negra).
La historia transcurre en un acogedor
pueblecito al norte de Gales. Probablemente, con uno de los índices de
criminalidad más bajos de todo el Reino Unido. Clive McCartney, un inspector de
policía retirado, acude a la casa de su viejo amigo John Williamson a tomar el
té y ponerse al día de los chismes de la comunidad. Es un relato sin asesino ni
muerto; no hay crimen ni coartada. Pero a nadie le importa. Todo es sutilmente
truculento, pero también agradable. La trama flojea en algunos capítulos. Tres
estrellas.
‘La vida cotidiana de J. D. Salinger contada
en 2.000 fotografías’ (biografía).
Un mito que se nos cae. El volumen presenta,
con muy poco texto, un detallado relato en imágenes del día a día en los
últimos 40 años en la vida del autor de ‘El guardián entre el centeno’, cuya
fobia social hasta ahora contribuía a su leyenda. Reúne fotografías de Jerome
David Salinger nunca antes difundidas. Cumpleaños, vacaciones en Torremolinos y
en el sur de Tenerife, haciendo la colada, en barbacoas, regando el jardín, de
compras en el centro comercial, probándose ropa, selfis… Todo muy revelador,
incluso algunas veces, impúdicamente revelador. Cuatro estrellas.
‘Desentrañando ‘El Quijote’ (ensayo)
El filólogo J. P. Gálvez y el hispanista Owen
W. Lee presentan el resultado de un ingente trabajo de investigación que echa
por tierra cuatro siglos de literatura y conocimiento. Una profusa
documentación que viene a demostrar, sin género de dudas, que si bien está
prácticamente confirmado que Miguel de Cervantes Saavedra es el autor de ‘El
Quijote’, sus dos partes no fueron publicadas en 1605 y 1615, sino en 1987. Ahí
queda eso. Cinco estrellas
‘El ‘Ulises’ de Joyce para toda la familia’
(novela, versión abreviada)
La edición definitiva que todo el mundo
aguardaba. El filólogo argentino Horacio Rodríguez Giuletti vuelve a situarnos
en el Dublín que recorrieron Leopold Bloom y Stephen Dedalus el 16 de junio de
1904. Sin embargo, Giuletti expurga de la obra de James Joyce todo aquello que
él considera prescindible, críptico o estrafalario. No queda rastro del
monólogo interior ni de los juegos lingüísticos y el itinerario acaba por
asemejarse a un circuito en un bus turístico, cuyo conductor conduce
temerariamente bajo los efectos de las anfetaminas. La novela queda reducida a
72 páginas. Brillante ejercicio de síntesis, sin duda. Por ponerle alguna pega,
quizás resulten excesivas las 5.248 notas a pie de página. Cinco estrellas.
‘Platón era un bromista’ (ensayo, filosofía)
El acontecimiento del siglo en el mundo de la
filosofía, que, dicho sea de paso, últimamente no se había caracterizado por
una gran animación. A raíz de una serie de pequeños legajos descubiertos hace
dos años en Bagdad –una traducción de una traducción de una traducción-, el filósofo
alemán Georg Siegert Wolf deconstruye la figura de Sócrates que legó Platón.
Entre sus sorprendentes conclusiones, Siegert Wolf nos arroja a la cara que, si
bien Sócrates sí que existió –para desconsuelo de algunos polemistas-,
realmente era un hombre de pocas palabras. O dicho de una manera más
contundente, los diálogos de Platón son una patraña, un chiste privado entre
filósofos helenos. El intelectual germano muestra a un Sócrates taciturno, de
una timidez enfermiza, al que todo aquello de la dialéctica y la mayéutica le
importaba un higo. Lo único que hacía aflorar un intenso brillo a sus ojos era
la comida y la bebida. De hecho, asevera que en el famoso banquete de Agatón
solo se dirigió a los demás para rogarles que no pusieran fuera de su alcance
el vino. Siegert Wolf amenaza con publicar el próximo año un nuevo volumen,
continuación de este, en el que la alegoría de la caverna y la teoría de las
ideas de Platón quedan…*
*Hasta aquí llegan las anotaciones escritas en
una pequeña agenda escolar por el operario principal –y único- de la estación
polar de la misión científica AH-221. El 2 de octubre, el aeroplano pilotado
por Serguéi Kovtun aterrizaba en el Polo Norte para recogerlo y llevarlo de
vuelta a casa. Pero no había rastro de él. Reproducimos este texto por si fuera
de interés para alguien.