A propósito de la lectura de La sociedad de coste marginal cero
En otra entrada de este blog, Mariano Oliveros, comentando el anterior libro de este autor, se pregunta si con Rifkin estamos ante un visionario o un cantamañanas. Yo diría que ni una cosa ni la otra, y también diría que las dos a la vez. Esta vez, el autor, un cruce de gurú, agitador de ideas, asesor de políticos de primer nivel, profesor, economista, empresario y divulgador medioambiental, por señalar algunas de sus ocupaciones, nos viene a decir que el capitalismo, que tanto nos ha servido a organizar la vida social y económica en los dos últimos siglos, va a quedar definitivamente superado. Es más, este fin de época de hecho ya está sucediendo, casi sin que nos demos cuenta.
El motor de esta transformación no es ningún agente extraño
en forma de meteorito, ni está alentado por intereses en principio contrarios
al mismo capitalismo, sino que está en el engranaje del propio sistema, forma parte de su naturaleza. Los
incrementos de productividad que se han alcanzado en las últimas décadas, sobre
todo por la revolución de las nuevas tecnologías y de Internet, están haciendo
que el coste marginal de producir muchos bienes o servicios se esté aproximando
a cero, lo que permite que los productores los puedan ofrecer (o mejor: no
tengan más remedio que ofrecerlos) casi gratuitamente. Y en un negocio donde no
hay márgenes ni rentabilidades a la vista, el sistema capitalista se bate en
retirada por el desinterés de los inversores. Siempre habrán algunas parcelas
de actividad con altos márgenes, concede Rifkin, pero cada vez serán menos, con
lo que el capitalismo acabará siendo una fuerza residual.
En su lugar, está emergiendo la economía colaborativa, que
ancla sus orígenes en la Edad Media y que llega con un sentido menos acusado de
la propiedad, y donde el motor de avance será la capacidad de cada uno de
nosotros para producir y compartir, bien sea nuestra información personal, el sofá
de casa, el coche o unos euros para financiar un proyecto de crowfunding.
Pero esa economía social no se puede sostener solamente en
el boom de Internet y de las plataformas de colaboración. Cualquier cambio de
paradigma económico en el pasado necesitó una revolución energética. Por eso
Rifkin nos viene a decir que el “eclipse del capitalismo” no será real hasta
que no se encuentren los medios para crear una Internet de la energía, donde
millones de personas productoras de energía verde encuentren el marco para
compartirla de forma eficiente, lo que permitirá matar dos pájaros de un tiro:
la inquietante dependencia del petróleo y de los oligopolios que los gestionan,
y la también inquietante insostenibilidad del sistema actual y su corolario: el
calentamiento global.
Rifkin nos anuncia la llegada de un sistema en que la
estructura vertical de las corporaciones, con unos beneficios a la baja, será
sustituida por otra horizontal dominada por millones agentes que serán a la vez
productores y consumidores. Pero la buena nueva de Rifkin no está exenta de
paradojas. De entrada, no hay que olvidar que en estas primeras etapas de asentamiento
de la economía colaborativa (o procomún colaborativo, como él lo llama) y de la
sociedad del coste marginal cero, son los viejos inversores los que se
mantienen en el centro de la escena. Al fin y al cabo, redes sociales como
Facebook o Twitter, que hacen posible que cientos de millones de usuarios muchos
puedan compartir información, son empresas empujadas por los viejos tycoons y
que mueven en Bolsa muchos miles de millones de dólares. Lo mismo pasa en el
ámbito de la publicidad con Google; en el mundo de las compras de segunda mano
con eBay; en el turismo con Airbnb; o en el transporte con Uber, por poner unos
cuantos ejemplos.
Rifkin lo asume, aunque nos viene a decir que el capitalismo
también dejará de sacar provecho a esta economía colaborativa. Y para ello trae
a colación decenas de casos de organizaciones (casi siempre operativas en
Estados Unidos), muy próximas en su funcionamiento a una ONG, y que facilitan los
microcréditos, el acceso a la información médica o a la ropa usada, o que
permiten que muchos profesionales compartan su tiempo y conocimientos, o que ciudadanos concienciados con el medio ambiente compartan la energía sobrante en su hogar con los otros miembros
de la comunidad virtual.
Como punto a favor de este libro, está la capacidad que
muestra el sagaz Rifkin para captar el espíritu de unos tiempos (el famoso zeitgeist hegeliano) de profunda
desconfianza en el sistema capitalista, tan deslegitimado sobre todo entre los
jóvenes tras la debacle de 2008. También está que, a pesar de sus excesos y de
la utopía informativa y energética que lo sostiene, se trata de una obra de
divulgación que suscita muchas cuestiones y aporta muchas entradas para seguir informándonos
(con un aparato de notas casi interminable). En su contra, como he dicho antes,
juega que Rifkin apueste todo a una economía social que por el momento no tiene
peso o sigue siendo testimonial en muchos ámbitos. También es osado Rifkin al subestimar
la versatilidad y la capacidad de reacción de un capitalismo que ha probado a lo
largo de la historia tener más vidas que un gato.