A propósito del documental Nostalgia de la luz, de Patricio Guzmán
En el
desierto chileno de Atacama están los telescopios más potentes del
mundo para observar las estrellas. Allí, poderosas lentes
custodiadas por científicos de medio planeta se afinan y orientan
para detectar las débiles señales que nos llegan del universo más
lejano, hilitos de luz que salieron de su lugar de origen hace
millones de años y que ahora aterrizan en Atacama como susurros casi
imperceptibles.
Muy
cerca de allí, donde los científicos intentan descubrir el futuro
leyendo en haces de luz más viejos que todas las cosas, otros
escarban en la tierra. En la llanura pedregosa e inhóspita de
Atacama unas señoras remueven la arena y las rocas con sus propias
manos o con unas palitas en busca de los restos de sus familiares,
desaparecidos de la noche a la mañana durante la dictadura de
Pinochet. Llevan años haciéndolo. Es como buscar una aguja en un
pajar, pero ahí siguen.
Patricio Guzmán, estrella mundial del documental desde que a principios de
los 70 rodó La batalla de Chile, un trabajo de cuatro horas y media
sobre el último año de Allende, aprovecha las metáforas y los
contrastes terribles del desierto de Atacama. En ese espacio vacío
donde el hombre solo ha podido estar de paso o morir, y que hoy
es atalaya privilegiada para ver las estrellas, Pinochet mandó a
construir un campo de concentración. Allí también el dictador y su
gente enterraron y desenterraron (para no dejar constancia de la
barbarie) a miles de chilenos.
Guzmán
habla con Miguel Lawner. Mientras que estuvo recluido en el campo de
concentración de Atacama, este arquitecto se dedicó a tomar nota
(mental, pues otro tipo de documentación le habría llevado al
paredón) de las dimensiones de los barracones. Marcando una y otra
vez los pasos entre un extremo y otro de cada estancia y memorizando
cada recoveco, Miguel se llevaba la arquitectura de la barbarie en su
cabeza. Años más tarde, y ya como exiliado en Dinamarca, donde ha
pasado su vejez, Miguel traslada esos números, que solo están en su
cabeza, a formas geométricas y al papel. Al cabo de los años, la testarudez y el esfuerzo
denodado de Miguel Lawner mantienen viva la memoria
del horror en algo tan tangible y aparentemente inocuo como el plano
de una casa. Su mujer, mientras tanto, muere poquito a poco de
Alzheimer. Es la metáfora de Chile.
Los
astrónomos miran con sus potentes telescopios para descifrar un
porción infinitesimal del universo. Al mismo tiempo las mujeres remueven la
tierra en busca de una falange o un trozo de hueso que certifique que
el hijo o el marido cayeron allí muchos años antes, de un tiro en
la nuca o de pura extenuación. Buscan algo que les devuelva la
certidumbre perdida y dé sentido a sus vidas. Unos mirando tan alto
en busca de tan poco, otros arrastrando la mirada en pos del todo. Es
la paradoja que no desperdicia Patricio Guzmán en Nostalgia de la luz.
“Ojalá
los telescopios no miraran al cielo, sino que barrieran la tierra
para encontrar a los muertos”, nos dice una anciana a la que cuesta
mantenerle la mirada, incluso desde el anonimato que da la sala
oscura. Es una mujer que, después de tantos años, no ha perdido la
esperanza de encontrar a su hermano desaparecido. Habla sin
revanchismo (el tiempo sepultó hace mucho ese sentimiento) y solo
quiere saber qué fue de los suyos, para morir, ella sí, tranquila.
En
otro momento, una joven chilena, que no conoció a sus padres
(desaparecieron cuando era un bebé) y que fue criada por los
abuelos, mira en las estrellas para mitigar el dolor. Un dolor que,
en su caso, ha dejado “falla de fábrica”. Un tara imperceptible
para los demás, pero que a ella, en la intimidad, la sigue
lacerando.
El año
pasado vi en Madrid una exposición del fotógrafo Gervasio Sánchez
sobre los desaparecidos y parias de América Latina, Asia, los Balcanes y España. Por haberlas visto tanto en la prensa, en los rutilantes
informativos de las cadenas extranjeras, en los grandes reportajes o
en los libros de historia, palabras como genocidio, exterminio,
masacre, fosa común o limpieza étnica adquieren un aire irreal,
lejano, casi novelesco. Sin embargo, las fotos de Gervasio Sánchez
de esas ancianas que aparecen con el peluche o con la cartilla
escolar del niño que se fue tantos años antes, nos muestran una
tragedia bien cercana y factible. Creo que Guzmán logra en su
Nostalgia de la luz algo de esto.
A
pesar de los años (o quizá por ellos) y de los premios, el veterano
Patricio Guzmán sigue haciendo las preguntas de un niño, siempre
directas y clarificadoras. Preguntas también pertinentes, pues el dolor y la
injusticia siguen ahí. La mirada de Guzmán es cristalina y
compasiva. Cede a la metáfora que le proponen el desierto, las
estrellas y los muertos, pero esquiva cualquier intelectualismo. El
sufrimiento de las madres chilenas y la injusticia histórica que
encarnan se bastan por sí solos para dejarnos sin aliento.