domingo, 22 de febrero de 2015

'Dónde no estás', de Gustavo Martín Garzo




Novela coral protagonizada y narrada por mujeres, que el propio autor nos describe como “una historia sobre el mundo de los secretos, sobre todo aquello que callamos y no decimos sobre nosotros mismos, pero también sobre lo que nos gustaría enterarnos”.

Donde no estás se desarrolla en los años 60, en el pueblo vallisoletano de Villalba de los Alcores. A él llega Ana, una muchacha de 15 años que, tras perder a su madre, se traslada hasta allí para pasar el verano junto a su abuela enferma, su tía Josefina y Fernanda, la criada.

Gustavo Martín Garzo nos recibe, junto a otros tres periodistas, en un céntrico hotel de Madrid. Día intenso de promoción en el que seguramente le tocará explicar más de una vez cuál es el origen de esta novela.

“Esta novela surge de otra novela, La carta cerrada, en la que una mujer, tras tener una crisis con su marido, le abandona y escribe una carta a su hijo supuestamente explicándole por qué lo hace. El hijo no la lee temeroso de que le cause demasiado dolor. Mientras tanto, la madre se arrepiente y regresa, y el niño le devuelve la carta sin haberla leído. Como novelista, me dejo la frustración de saber cómo sería esa carta”.

Por eso, en Donde no estás, vuelve haber una; en este caso, la que la madre de Ana le escribe narrándole ciertos hechos de su vida. “Le habla justo de aquello que probablemente una madre o un padre no cuentan nunca a sus hijos, que es lo más escondido, lo más íntimo, lo más decisivo, pero también probablemente lo más perturbador”.

Ese mundo del secreto, del silencio, de lo no dicho, es el que trata de explorar un libro cargado de preguntas. ¿Quién es esa Señora que se le aparece a Ana? ¿Por qué se separaron sus padres? ¿Quién es y dónde está la amiga loca de su madre? ¿Qué esconde la casa maldita del tío Orestes y Mariana? Para conocer las respuestas, habrá que esperar hasta el final, pero, ni aun así, los lectores podrán estar seguros de que son las correctas.

Y es que una de las peculiaridades de este relato es que está narrado en primera persona, pero no por un único narrador, sino por varias de las mujeres protagonistas. “Es una novela de voces. Las cosas se cuentan de distintas maneras, según quien las cuenta, y hay unos personajes que a veces desmienten a otros. Hay versiones distintas de los hechos, como sucede realmente en la vida, que no hay una sola mirada sobre un acontecimiento, sino miradas diferentes. Todas estas voces, como no hay un relato central, componen como una especie de puzle que el lector tiene que armar, para sacar sus propias conclusiones. No se le dice realmente lo qué pasó de una manera clara”.

A la pregunta de por qué un libro con tanta carga femenina, Martín Garzo nos confiesa que cree que las mujeres son “más literarias”, por lo menos en el tiempo en el que transcurre su obra. “No podían tener la vida que querían. Vivían más en lo escondido, en el terreno del secreto, de los sueños. Se las arreglaban porque siempre han tenido una habilidad especial para poder sacar adelante sus deseos, las cosas que querían, pero todo transcurría un poco en ese segundo plano, donde no era visible nada, porque vivían completamente sometidas al imperio y a la ley del varón. De alguna forma no podían vivir la vida que hubieran deseado vivir con libertad”.

Los deseos, pero carnales, y los muertos también tienen cabida en esta historia, que por tener tiene hasta fantasma. “En esta novela está muy presente el mundo del deseo. Ese deseo que se niega a extinguirse. Hay un fantasma que regresa porque aún vive en el mundo del deseo. Quiere recuperar algo que ha perdido, quiere ser tenido en cuenta, que se le mire, que se le reciba de alguna forma”.

Esta presencia del fantasma es, para Martín Garzo, “absolutamente clave”, porque habla de los desaparecidos y de los muertos. Y si en el libro escribe “los vivos lloraban a los muertos, pero enseguida los apartaban de su lado para seguir adelante con sus asuntos", en persona corrobora que nuestra época les ha dado probablemente la espalda. “Se los trata de quitar de encima, pero el mundo está lleno de muertos”.

A la hora escribir, Martín Garzo se describe como “sistemático” y nos explica que, cuando está metido en una novela, procura trabajar todos los días un buen número de horas. “Es importante esa continuidad y estar concentrado en tu historia. Hemingway daba un consejo muy bueno: siempre hay que procurar dejar el trabajo en un buen momento, en un momento en el que esté fluyendo bien, porque así el día siguiente, cuando lo retomas, no te encuentras con un tapón, sino que te encuentras el impulso de algo que está fluyendo”.


Para terminar, a la pregunta de qué diferencias percibe con el Martín Garzo que empezó a escribir hace 30 años, contesta que no lo sabe y que quizás lo tendría que decir el lector. No obstante, añade que a veces tiene la sensación de escribir siempre el mismo libro. “El mismo libro cambia en función de la historia que estoy contando y del punto de vista que adopto para contarlas, pero yo creo que es el mismo libro siempre. Son tentativas para acercarme a algo que a veces he sentido muy cerca, pero que siempre se me escapa. Y tal vez por eso, porque se me escapa, tengo que volver a intentarlo con un libro nuevo”. 



lunes, 16 de febrero de 2015

La terrible belleza del fracaso



A propósito de 'Lúcidos bordes de abismo', de Luis Antonio de Villena
En un país tan pudoroso como España, los Panero son una valiosa excepción, a pesar de sus excesos, teatralidades, malditismos, esnobismos, señoritismos y demás poses literarias y pseudoliterarias.
Desde El desencanto, en 1976, el documental de Jaime Chávarri que los convirtió en un mito (o en su reverso), los Panero han sido protagonistas (en otras películas, en libros de apologetas varios o en volúmenes de memorias) de las páginas biográficas más descarnadas del mundillo literario hispano. La publicación del último texto de Luis Antonio de Villena vuelve a ponerles de actualidad.
Como dice el propio autor muy al final de este volumen, los Panero “tuvieron muchos defectos, [pero] ninguno fueron tibios o pacatos. Se saltaron –y merecen aplauso- esa moral de sacristía que (Cernuda dixit) abunda en el corazón de tantos españoles”. Eso sí, lo hicieron a costa de creerse una leyenda que les dio cierta popularidad, pero que también los arruinó; los Panero no escaparon a la seducción de su propia destrucción y de la muerte.
Luis Antonio de Villena, poeta novísimo y muy próximo en su juventud a Juan Luis y Leopoldo María Panero, no ha escrito un libro exhaustivo, erudito y distante. Villena, como dice en el subtítulo de este volúmen, narra muy en primera persona. Sus Lúcidos bordes de abismo es una memoria personal guiada por los recuerdos. Villena nos cuenta las andanzas de ese fin de raza que fueron Panero, pero lo hace desde el epicentro del drama y la impostura.
Un libro vivencial, en fin, que a ratos entra en intimidades de alcoba (casi siempre para reivindicar la homosexualidad como modus vivendi), pero que no rehúye la valoración literaria de los tres poetas de la familia, o las notas sociológicas para calibrar el impacto que tuvo el rodaje y el estreno de El desencanto en la propia familia y en una sociedad española, mojigata y desnortada y que, no bien había enterrado a Franco, se enfrentaba a la pesada digestión de la modernidad.
Para Villena, el punto de interés de los Panero bascula con el paso de los años. En El Desencanto, cuando todavía está abierta la herida de la muerte del patriarca, del poeta oficial del franquismo, el protagonista en la sombra es un padre autoritario, dipsómano y mujeriego (un producto de su tiempo, no hay que olvidarlo).
En aquel documental muchos vieron un furibundo ataque, y desde el seno del sistema, a los valores de la familia burguesa y nacional-católica. Sin embargo, más tarde el centro del drama familiar lo ocupará el deterioro físico y mental de Leopoldo María Panero y la relación de amor-odio que mantiene con su madre hasta la muerte, en soledad, de ésta. Una relación edípica, violenta, presidida por el exceso y la autodestrucción.
De forma más evidente que en los dos documentales sobre los Panero que firmaron Jaime Chávarri y Ricardo Franco (Después de tantos años, de 1994), brilla en el libro de Villena la figura de la madre, Felicidad Blanch, niña bien en tiempo de la República que cae seducida por el poeta oficial, pero que luego tiene que sufrir al marido autoritario y egoísta.
Como recuerda Villena, la dulce Felicidad, quien colaboró en el derribo de la figura pública del poeta del Régimen (algo que Luis Rosales nunca le perdonó) para halagar a sus hijos, acabó siendo devorada por su personaje y también sucumbió, como el resto, “a la terrible belleza del fracaso”.
Villena ha escrito un libro sin demasiada estructura, donde el poder evocador de los recuerdos y las sensaciones perdidas guía la escritura. Un libro en algún punto farragoso, pero que, en cualquier caso, levanta un interesante testimonio y que leerán de un tirón los amantes de ese lúcido culebrón que hemos construido alrededor de Panero.
El autor se desnuda (literal y metafóricamente), y desnuda a sus amigos de antaño, pero siempre rehuyendo el ajuste de cuentas, algo que es de agradecer. Al final, el paso del tiempo y la deriva destructiva alejaron a Villena de la familia Panero, y a la familia Panero de Villena, aunque siempre quedó la literatura como forma de vida y la poderosa seducción de las ruinas.


martes, 10 de febrero de 2015

'Los marineros perdidos', de Jean-Claude Izzo




Jean-Claude Izzo se definía a sí mismo como un marsellés puro, mitad italiano, mitad español y con gotas de sangre árabe en las venas. Antes de que un cáncer se lo llevara al otro barrio, a la relativamente temprana edad de 54 años, Izzo tuvo tiempo de escribir algunas muy buenas novelas ambientadas en la ciudad donde siempre vivió y de la que era un apasionado, especialmente Los marineros perdidos y la muy famosa trilogía policíaca compuesta por Total Kheops, Chourmó y Soleá, que otro día comentaremos en este blog.

Los marineros perdidos es una novela sobre barcos abandonados por sus armadores y marineros que no navegan y, sobre todo, es un canto a la Marsella canalla, penetrada por la luz y el color del Mediterráneo y una loa al mestizaje, el cosmopolitismo y el ansia de vivir que caracterizan a los pueblos del Mare Nostrum y a su historia.

Los tres protagonistas, un turco, un griego y un libanés, se debaten entre el deseo casi enfermizo de volver a navegar y la atracción fatal de la vida en tierra, mientras esperan en vano que alguien se ocupe de refletar el carguero donde trabajaban, ahora amarrado y sin destino en un apartado muelle marsellés. Cada uno por separado recorre el puerto, las tabernas y los prostíbulos de Marsella mientras se enfrenta con sus viejos fantasmas, buscando una explicación íntima para los errores de su pasado. Izzo va entrelazando la historia personal de cada protagonista y el origen de su obsesión por el mar, en sucesivos círculos que van y vuelven del pasado al presente, en el contexto de la Marsella popular, áspera y fea pero intensamente vital.

Los marineros, sus parejas circunstanciales y sus lejanos y abnegados familiares, pareciera que sometidos al embrujo caprichoso del Mediterráneo, viven con pasión lo que les toca, son ardientes, incluso violentos, capaces de lo mejor y de lo peor. Un mismo personaje es capaz, en un determinado momento de la novela, de reflexionar sobre la belleza de las antiguas cartas náuticas y su sentido profundo, para, más adelante, perseguido por sus obsesiones, emborracharse de forma salvaje hasta perder el control y agredir a sus compañeros. Por esa misma razón, la historia acaba en drama de manera natural, como una consecuencia inevitable de los conflictos vitales de sus protagonistas.

Izzo describe de forma directa lo que hacen y piensan sus personajes, con frases cortas y contundentes despojadas de artificios, a la vez que filosofa mediante sentencias lapidarias sobre la vida y la muerte. Persigue así que su novela se mueva en la delgada línea que separa lo sentimental de lo trascendente, lo vulgar de lo pintoresco y, a mi modo de ver, sale airoso.
No sé si soy ecuánime porque los libros sobre el mar y la dura vida de los marinos nunca me han dejado indiferente, pero me ha gustado mucho la novela, me transmite el olor al salitre que carcome los barcos y la cabeza de sus tripulantes y la atmósfera turbia y vibrante de la vieja Marsella.


martes, 3 de febrero de 2015

Miserias de la tribu literaria



A propósito de 'La mala puta', 
de Miguel Dalmau y Román Piña

Los libros de escritores sobre escritores o sobre el mundo de la edición son tan viejos como la propia literatura. El que han escrito Miguel Dalmau, conocido sobre todo por sus biografías de los Goytisolo y de Gil de Biedma, y el editor Román Piña sobre la deriva de la literatura española en los últimos 10 años es devastador.

La mala puta está escrito desde la periferia geográfica, editorial –el volumen lo publica Sloper, que dirige el propio Piña- y sentimental. De otro modo no habrían podido sacar adelante un trabajo que muestra sin tapujos las miserias y precariedades de un oficio y de una industria dominada por el conservadurismo de unos editores más pendientes del balance financiero que de la calidad literaria que pregonan, y donde son moneda corriente las obras de encargo, los premios apañados o los títulos firmados por periodistas de medio pelo, pero de gran proyección mediática y, por tanto, comercial.

Pero no queda ahí la cosa. La mala puta también pone en el punto de mira a los propios escritores, angustiados por la cuenta corriente, anegados por su ego y paralizados por sus inseguridades; y a la crítica, esa que llena suplementos literarios entregados a la promoción y el halago y que rara vez la emprende contra los autores de la casa o de los grandes grupos editoriales, a la espera de migajas en los suculentos presupuestos publicitarios. Como no podía ser menos, al caso Echevarría, paradigma último del “crítico frente al poder”, también van dedicadas algunas páginas.

La primera parte de La mala puta, la que firma Miguel Dalmau, es para mí la más sabrosa. Dalmau no duda en largar chascarrillos sobre el paternal Herralde y sus novelistas estrella, un entorno que conoce bien, y saca a relucir las miserias de las agencias literarias o la miopía (literaria) de Pere Gimferrer, padrino de Muñoz Molina o Llamazares, pero incapaz de valorar a las jóvenes promesas del mundillo literario barcelonés.

A pesar de que Miguel Dalmau nos advierte unas cuantas veces de que este libro no es fruto del resentimiento que le generó el hecho de no poder sacar hace unos años una biografía desmitificadora de Julio Cortázar (los abogados de la viuda del escritor lo impidieron), su discurso suena a duro a ajuste de cuentas. En todo caso, no cuesta aceptar que algo huele a podrido en el mundo de las letras y que los testimonios de Dalmau y Piña tienen su interés. 

Nunca estuvo la cosa para experimentos, pero mucho menos ahora, nos vienen a decir los autores de este réquiem por la literatura española. Para certificar el conservadurismo de los editores y la incapacidad de la propia industria editorial para renovar la nómina de los grandes autores, basta echar un vistazo al Babelia, el suplemento de literatura de El País, que cada sábado –lo reconozco- leo puntualmente. A finales del año pasado el suplemento de marras sacó el listado de las mejores novelas del año. La nómina era bien indicativa: Javier Marías, Javier Cercas, Luis Landero y Antonio Muñoz Molina... Ni rastro de aire fresco en ese particular olimpo, y otra vez una apuesta clara por las marcas de la casa, las denominaciones de origen más laureadas y rentables.

La consecuencia de tanto conservadurismo: que aquellos que pueden renovar el panorama, los nuevos Marsé o Mendoza o Vila-Matas, no tienen hoy opciones de prosperar. Para Ramón Piña, el último capítulo de una edición valiente en España es la irrupción de la “generación Kronen” en los noventa, al calor del Premio Nadal que recibió José Ángel Mañas. Una generación que, pasado el efecto sorpresa inicial, luego se las vio y se las deseó para seguir publicando y que hoy en su mayor parte malvive con la literatura o simplemente la dejó aparcada en el cajón.


Pedro Maestre (Premio Nadal en su momento), Pedro Ugarte, Marta Sanz, David Torres o Montero González acompañan en esta radiografía del fracaso a Mañas, momentáneo 
enfant terrible de las letras españolas que despertó más expectativas que otra cosa y que hoy se gana la vida con trabajos de encargo, triturado por una fama repentina y por un mundo editorial lleno de sueños, pero también de olvido.