lunes, 16 de febrero de 2015

La terrible belleza del fracaso



A propósito de 'Lúcidos bordes de abismo', de Luis Antonio de Villena
En un país tan pudoroso como España, los Panero son una valiosa excepción, a pesar de sus excesos, teatralidades, malditismos, esnobismos, señoritismos y demás poses literarias y pseudoliterarias.
Desde El desencanto, en 1976, el documental de Jaime Chávarri que los convirtió en un mito (o en su reverso), los Panero han sido protagonistas (en otras películas, en libros de apologetas varios o en volúmenes de memorias) de las páginas biográficas más descarnadas del mundillo literario hispano. La publicación del último texto de Luis Antonio de Villena vuelve a ponerles de actualidad.
Como dice el propio autor muy al final de este volumen, los Panero “tuvieron muchos defectos, [pero] ninguno fueron tibios o pacatos. Se saltaron –y merecen aplauso- esa moral de sacristía que (Cernuda dixit) abunda en el corazón de tantos españoles”. Eso sí, lo hicieron a costa de creerse una leyenda que les dio cierta popularidad, pero que también los arruinó; los Panero no escaparon a la seducción de su propia destrucción y de la muerte.
Luis Antonio de Villena, poeta novísimo y muy próximo en su juventud a Juan Luis y Leopoldo María Panero, no ha escrito un libro exhaustivo, erudito y distante. Villena, como dice en el subtítulo de este volúmen, narra muy en primera persona. Sus Lúcidos bordes de abismo es una memoria personal guiada por los recuerdos. Villena nos cuenta las andanzas de ese fin de raza que fueron Panero, pero lo hace desde el epicentro del drama y la impostura.
Un libro vivencial, en fin, que a ratos entra en intimidades de alcoba (casi siempre para reivindicar la homosexualidad como modus vivendi), pero que no rehúye la valoración literaria de los tres poetas de la familia, o las notas sociológicas para calibrar el impacto que tuvo el rodaje y el estreno de El desencanto en la propia familia y en una sociedad española, mojigata y desnortada y que, no bien había enterrado a Franco, se enfrentaba a la pesada digestión de la modernidad.
Para Villena, el punto de interés de los Panero bascula con el paso de los años. En El Desencanto, cuando todavía está abierta la herida de la muerte del patriarca, del poeta oficial del franquismo, el protagonista en la sombra es un padre autoritario, dipsómano y mujeriego (un producto de su tiempo, no hay que olvidarlo).
En aquel documental muchos vieron un furibundo ataque, y desde el seno del sistema, a los valores de la familia burguesa y nacional-católica. Sin embargo, más tarde el centro del drama familiar lo ocupará el deterioro físico y mental de Leopoldo María Panero y la relación de amor-odio que mantiene con su madre hasta la muerte, en soledad, de ésta. Una relación edípica, violenta, presidida por el exceso y la autodestrucción.
De forma más evidente que en los dos documentales sobre los Panero que firmaron Jaime Chávarri y Ricardo Franco (Después de tantos años, de 1994), brilla en el libro de Villena la figura de la madre, Felicidad Blanch, niña bien en tiempo de la República que cae seducida por el poeta oficial, pero que luego tiene que sufrir al marido autoritario y egoísta.
Como recuerda Villena, la dulce Felicidad, quien colaboró en el derribo de la figura pública del poeta del Régimen (algo que Luis Rosales nunca le perdonó) para halagar a sus hijos, acabó siendo devorada por su personaje y también sucumbió, como el resto, “a la terrible belleza del fracaso”.
Villena ha escrito un libro sin demasiada estructura, donde el poder evocador de los recuerdos y las sensaciones perdidas guía la escritura. Un libro en algún punto farragoso, pero que, en cualquier caso, levanta un interesante testimonio y que leerán de un tirón los amantes de ese lúcido culebrón que hemos construido alrededor de Panero.
El autor se desnuda (literal y metafóricamente), y desnuda a sus amigos de antaño, pero siempre rehuyendo el ajuste de cuentas, algo que es de agradecer. Al final, el paso del tiempo y la deriva destructiva alejaron a Villena de la familia Panero, y a la familia Panero de Villena, aunque siempre quedó la literatura como forma de vida y la poderosa seducción de las ruinas.


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