lunes, 4 de abril de 2016

Tragicomedia con la crisis de fondo


A propósito de la lectura de 'Blitz', 
novela de David Trueba

Admiro mucho a los escritores que han creado mundos de fantasía casi de la nada, o que se han documentado hasta la saciedad para recrear un episodio de la historia lejana, del tiempo de los romanos, de la Edad Media o de los gloriosos siglos imperiales, siempre con irreprochable detalle y verosimilitud. Sin embargo, a mí me han interesado más los escritores que, a través de la ficción o no, me han hablado del tiempo confuso y quizá poco novelesco que nos ha tocado vivir. Por eso me he leído Blitz, la última novela de David Trueba, casi de una sentada y sin pestañear. Y es que Blitz engancha desde la primera línea precisamente por la cercanía de lo que cuenta, de los tipos que describe, perfectamente reconocibles, y por el trasfondo social y económico que, por desgracia, los envuelve, también tan próximo.

Beto, un arquitecto-paisajista que anda por la treintena, viaja con su novia Marta a Munich con la esperanza de ganar un concurso de diseño de jardines, quizá el último cartucho para salvar su empresa, un proyecto al borde del naufragio. Sin embargo, allí descubre que Marta tiene un amante y está decidida a abandonarlo. Beto opta quedarse unos días más de los planeados en el congreso para tratar de asumir, en la espesura gris y fría de la ciudad alemana, y en soledad, el golpe recibido. Pero cuando estaba dispuesto a dejarse arrastrar por la corriente del desamor y el abandono, conoce a Helga, la azafata que se encarga de atenderle en el congreso de arquitectos, una alemana prejubilada que hace voluntariado y vive sola con su gato.

En el cogollo del relato, contrapone Trueba la visión de la vida y el sexo de Beto, un treintañero algo pueril, falto de estima y aficionado al derrotismo, y Helga, una mujer madura, muy organizada y un punto maternal, y que no espera ya mucho de la vida ni de las relaciones. Blitz es una novela que describe un conflicto generacional, pero también que habla de expectativas vitales insatisfechas, del paso del tiempo y de las carencias afectivas que nos dejó la infancia.

David Trueba ha escrito una deliciosa tragicomedia romántica que, por su carácter episódico, por los giros de la acción y por las elipsis de su tramo final, bien podría ser el germen de un guión de cine. Pero Blitz va más allá del existencialismo de urgencia de un relato breve, y la caída sentimental de ese joven profesional tan dado a la melancolía y la autocompasión tiene como telón de fondo la cruda realidad que ha dejado la crisis económica en España, un paisaje gris de mileuristas venidos a menos, contratos basura, alquileres inasumibles, emprendedores desnortados, emigración forzosa y planes casi siempre pospuestos de formar una familia.



Cualquier joven de esta España de hoy que lea el libro podrá identificarse con ese diseñador de jardines que, a pesar del glamour pasado de la arquitectura en los tiempos de vacas gordas del boom inmobiliario y los presupuestos municipales disparatados, hoy anda sin blanca en la ciudad extraña en la que su novia la ha dicho ahí te quedas. Con ese Beto insensato que invierte los últimos euros que le quedan en la cuenta corriente en el móvil más caro de la tienda y que, más tarde, apenas gana para pagarse en Barcelona una habitación cerca de la oficina donde un colega le ha ofrecido un trabajo que huele a última oportunidad.  
Blitz es una novela sugerente que, como decía, engancha por la cercanía de sus personajes y de las situaciones que aborda, donde la precariedad laboral se mezcla con la autoindulgencia y la dificultad del protagonista para aceptar la madurez. Como ha demostrado en la miniserie Qué fue de Jorge Sanz o en las novelas Cuatro amigos o Saber perder, a Trueba se le dan bien los retratos de perdedores que viven en la cuerda floja y que se redimen por la amistad y el amor cuando menos lo esperan.