jueves, 28 de noviembre de 2013

Lo que cuenta es la ilusión, de Ignacio Vidal Foch



Este libro es un cajón de sastre. Es un diario, pero al contrario de lo que pasaba en el de Inaki Uriarte, uno que me ha interesado mucho últimamente y que estaba dominado por los planos cortos, el autor es aquí un personaje más, secundario durante mucho rato. Como resultado, Lo que cuenta es la ilusión es un libro muy dispar, pero casi siempre interesante. Como nos advierten en la solapa del libro, Ignacio Vidal Foch huye de la tiranía de la frase ingeniosa. Su pensamiento es errático y su escritura no está hecha para rematar, sino para sugerir las paradojas de su vida de hombre de letras y de la vida de otros, personajes olvidados y decadentes, como el viñetista Boldú, el poeta Cirlot, la poetisa búlgara Vasilka Filípova, el César González Ruano que se enfurece con la concesión del Nadal a la legendaria Carmen Laforet, los habitantes de la costa improbable del Mar de Aral o los pobres desarrapados y repulsivos que acuden cada día a una cervecería de Praga.

En Lo que cuenta es la ilusión (de mirar y anotar la vida sin descanso, pero sin renunciar a cierta melancolía, añadiría yo), Ignacio Vidal Foch escribe entradas que muy bien podrían ser el armazón de un cuento o una novela futura, pero también chascarrillos del mundo literario y de la cultura barcelonesa, reportajes periodísticos o confesiones personales (insisto: no tantas como esperaba) expuestas siempre con un audaz escepticismo y donde predomina la mirada compasiva y donde de vez en cuando aparece el exabrupto.

Me compré el libro movido por el interés algo morboso de conocer de primera mano los pensamientos nunca confesados de un escritor de difícil encaje en su medio natural, la burguesía catalana, y que llega ahora a su madurez vital y literaria. Pero Vidal Foch no se mira mucho el ombligo y más bien proyecta esa mirada en los demás y en lo que le rodea. "Lo que de verdad me ocupa y preocupa y constituye no lo puedo comentar ni escribir, y no porque no quiera sino porque es indecible", dice en un momento. Así, no tiene empacho en relatar con detalle su periplo por las tiendas de colchones de Barcelona, las de toda la vida y las más modernas, o en contarnos cómo intercede para liberar a una emigrante del Raval de su violento marido. Otra vez, literatos y gentes corrientes se mezclan en su periplo diario por la ciudad.

Reproduzco a continuación algunos de los extractos de este libro que me han llamado la atención. Aunque podrían leerse en algunos casos como aforismos, no deben ser tenidos como tales. Hay que tener en cuenta que los fragmentos que he entresacado están inmersos en piezas más largas y que, como comenté antes, Vidal Foch huye de la frase brillante y concluyente.


“Cecilia, que ha estado viviendo en casa desde hace un año, se fue ayer. Un desacostumbrado silencio, la atmósfera particular de la ausencia. Esta mañana me ha despertado la inquietud del silencio de la casa…” (página 78)

“A fuerza de coherencia, uno va subrayando su propio perfil y dibujando su caricatura” (página 138)

“Ya decía Baroja que ‘vivir fuera del presupuesto del Estado es vivir en el error” (página 153)

“A los 20 años es sana y profiláctica la crítica sistemática del mundo, y considerar mediocre a todo el mundo, y no tomar prisioneros. A los cuarenta años, a menos que seas Flaubert redivivo, a nadie puedes llamar 'idiota'. Y a los cincuenta es imperdonable hablar mal de nadie; ni siquiera de ti mismo" (página 219)

"El primer amor y el primer desengaño tienen un prestigio exagerado. No, cuando al muchacho se le parte el espinazo de verdad y de manera irreparable es cuando pierde el segundo amor: cuando el desengaño se ha convertido en pauta" (página 280)

Y para terminar, una extravagante teoría sobre las angustias de la finitud y la muerte: "El trabajo es lo único que evita que pensemos en la inminente catástrofe. Hay que sobrecargar a los viejos de trabajo, por su propio bien. Hay que someterles a jornadas extenuantes, implacables, esclavistas. Pero, en vez de eso, hemos organizado las cosas de la manera menos lógica y más dañina: se le sustrae al joven sus mejores años, que ha de votar a los altares sacrificiales de la oficina, el taller y la cadena de producción insensata, y cuando alcanza los sesenta y cinco años se le arrebata ese opio anestesiante, para que en adelante, veinticuatro horas al día, se enfrente, 'jubilado', a la contemplación de la arena en el reloj..." (pagina 213)











martes, 19 de noviembre de 2013

Vargas Llosa y los héroes discretos del Perú





Dos ideas acompañan al lector durante y después de la lectura de El héroe discreto. Por una parte, la necesidad que existe en estos tiempos tan grises de encontrar gente corriente que consiga brillar gracias a pequeños actos de heroicidad; por otra, la riqueza de nuestro idioma, con una base común que une a cientos de millones de personas a ambos lados del Atlántico, y términos, expresiones o modismos que se imponen en algunos países y se desconocen en el resto.

Pese a la singularidad del título, El héroe discreto cuenta la historia paralela de dos personajes: Felícito Yanaqué, un pequeño empresario dueño de Transportes Narihualá, en Piura, que es extorsionado por la mafia; e Ismael Carrera, un exitoso hombre de negocios, propietario de una aseguradora en Lima, que urde una venganza contra sus dos hijos holgazanes deseosos de verle muerto para heredar. Ambos son, a su modo, discretos rebeldes que intentan vivir según sus ideales y deseos. Pero no son los únicos. Mario Vargas Llosa ha pasado del "¿En qué momento se había jodido el Perú?", de Conversación en la Catedral, a reflejar en su último texto un país más moderno y próspero, en el que se vislumbran, frente a hienas y chantajistas, algunos héroes cotidianos, comunes y corrientes, que no se dejan pisotear por nadie.

Otra peculiaridad en cuanto a los personajes es que aparecen viejos conocidos del mundo literario del escritor, como el sargento Lituma o don Rigoberto, doña Lucrecia y Fonchito. Preguntado sobre las razones de volver a incorporarlos en su obra, Vargas Llosa ha contado, con el buen humor que le caracteriza, que hay personajes que no desaparecen. “Desaparecen las historias, pero ellos se quedan allí, un poco en la memoria y al empezar otra comparecen como ofreciéndose, como diciendo: 'yo no fui suficientemente aprovechado en esa historia. Aquí estoy. Corrige tu error. Aprovéchame de nuevo. Saca todas las posibilidades que hay en mí (…)”.

De hecho, al principio iba a ser una sola historia, la del empresario extorsionado, pero, al empezar a trabajar en ella, le surgió la idea de enriquecerla, complementarla con una especie de contraste anecdótico entre dos personajes, dos familias, dos mundos, dos ciudades, dos sectores sociales… Y así es como aparecen don Rigoberto, doña Lucrecia y el hijo de él, Fonchito, una familia que ya ha protagonizado otras de sus historias. No es de extrañar, pues, el epígrafe que Vargas Llosa ha escogido de El hilo de la fábula, de Borges: "Nuestro hermoso deber es imaginar que hay un laberinto y un hilo". Y, aunque la puntada final llega, uno tiene la sensación de que el autor podría seguir relatando y cosiendo durante infinidad de páginas.

Aunque no es la obra por la que pasará a la posteridad, ni la que más recomendarán sus incondicionales, sí es una buena muestra del gran poder narrativo de Vargas Llosa. En este sentido, hay que volver a subrayar la riqueza de un vocabulario que nos traslada hasta Perú (guayabera, colerón, cremolada, cachaco, yanacón, tamalito, chicherías…); el juego que plantea al lector con esas dos historias paralelas (la de Yanaqué y la de Carrera/don Rigoberto), que no parece que vayan a converger nunca; y esas dificultosas yuxtaposiciones que nos trasladan de una conversación a otra, con saltos de tiempo incluido, y que tanto y tan bien ensayó en Conversación en La Catedral.

Al margen de la prosa, no faltará quien aprecie el cariño que el escritor muestra por sus personajes. Los dota de la sabiduría que da la edad, pero también de una libertad que les cuesta caro y una integridad que mueve todas sus acciones. “Nunca dejó que nadie lo pisoteara. Era, según él, lo que hacía que un hombre valiera algo o fuera un trapo. Ése había sido el consejo que le dio antes de morir en una cama sin colchón del Hospital Obrero: Nunca te dejes pisotear, hijito”. Un consejo que Felícito Yanaqué y muchos de los personajes parecen seguir.


domingo, 10 de noviembre de 2013

El desconcertante Limónov y la Rusia de hoy



Mariano Oliveros

El escritor y político ruso Eduard Limónov es un personaje real, muy
influyente en su país, donde reside actualmente, aunque es
relativamente poco conocido en Centroeuropa y mucho menos en España.
Su disparatada y “literaria” vida ha inspirado al escritor francés
Emmanuel Carrère una biografía novelada (ed. Anagrama) que le sirve,

a su vez, de subterfugio para reflexionar sobre la Rusia contemporánea y sus
excesos. El libro ha tenido un gran éxito en Francia (entre otros
premios logró el muy respetado Renaudot, en 2011).

En las primeras páginas, el protagonista se nos aparece como una
suerte de síntesis del ruso prototípico de las leyendas  de su tierra,
bebedor, charlatán, indisciplinado, en muchas ocasiones macarra y,
como no podía ser de otra forma, melancólico. Pero Limónov nunca fue
un tipo del montón, y, desde sus modestísimos orígenes en Dzerzhinsk,
a orillas del Oka, y a lo largo de su azarosa vida en distintos países
como Estados Unidos, Francia, Serbia y, finalmente, Rusia, se va
reencarnando en formas variopintas como mendigo, criado de un
millonario, soldado en los Balcanes a favor del genocida Karadzic,
literato de éxito, político provocador nostálgico de Stalin, aspirante
a revolucionario y preso político.

El pícaro Limónov no es ningún angelito y su carácter egoísta y
mezquino, hasta patético, sólo se contrapesa por su evidente valor
para vivir sin componendas. Carrère utiliza la clásica técnica de
introducir datos de su propia biografía para documentar su interés por
un personaje tan cínico, contradictorio y caótico, y consigue que este
enfant terrible nos caiga simpático, incluso cuando consuma sus
barrabasadas.

El hilo biográfico conductor de la trama, rigurosamente verídico (al
menos en apariencia), se pierde en digresiones sobre política e
historia de Rusia para reencontrarse varias veces a lo largo del
libro. Aderezando la peripecia vital de su personaje y aprovechando
sus hitos, Carrère nos ofrece su interpretación de los acontecimientos
vividos en la Rusia reciente, sin obviar dramas como el asesinato de
AnnaPolitkóvskaya o el encarcelamiento de los opositores al peculiar
régimen de Putin.

La historia oficial de Rusia se parece poco a las descripciones que
nos ofrece Carrère, que da fe de los latrocinios perpetrados por la
oligarquía postcomunista rusa y su absoluto desprecio por el porvenir
de su pueblo. Las opiniones de Carrère sobre los políticos rusos
contemporáneos (empezando por el mismísimo Gorbachov) son demoledoras,
no deja títere con cabeza.

El lenguaje de la obra es siempre preciso y contundente, pero la forma
y el estilo, en coherencia con la trama, son erráticos y pasan sin
transición por la biografía canónica, el ensayo de tesis sobre las
complejidades y los escándalos de la política rusa y la pura
provocación literaria. El resultado final se puede entender como un
curioso, heterodoxo y, en muchos momentos, brillante alegato en contra
de las verdades absolutas en la vida y en la política, disfrazado, en
parte, de novela de aventuras.

La verdad es que la novela tradicional, con toda su grandeza, ha sido
tan explorada que los soplos de aire fresco como el que nos regala
Carrère se agradecen.




Aquí dejo un vídeo para acercarnos un poco más a Eduard Limónov
http://www.youtube.com/watch?v=7ouNDEfnfQg