martes, 28 de julio de 2015

El mundo de ayer, de Stefan Zweig



Stefan Zweig era el modelo del judío europeo culto y acomodado de principios del siglo XX. Nunca pasó por problemas económicos gracias a la posición de su familia vienesa y a sus trabajos literarios, y empleó su desahogada situación en formarse intelectualmente durante largos años, desdeñando la Universidad, en la que se graduó por meros motivos de apariencia, mientras viajaba sin cesar por toda Europa. Con el tiempo, Zweig se hizo dueño, por esforzada voluntad propia, de un estilo literario directo y transparente, muy atractivo para el lector de hoy, y fiel instrumento de la mirada lúcida, culta y cosmopolita de su autor, que lo utilizó en un sinfín de libros de todos los géneros, felizmente disponibles en castellano.
El mundo de ayer es uno de sus libros más recordados, y no sólo por su calidad sino también por las circunstancias en que fue escrito. Zweig lo redactó poco antes de suicidarse en 1942, junto a su segunda esposa, en Petrópolis, Brasil, su último refugio en su forzado periplo de apátrida. No pudo soportar la pérdida de todo cuanto amó ni la condena al olvido a que fue sometido por los nazis, que quemaron con saña sus libros.
El subtítulo del libro, memorias de un europeo, es muy esclarecedor. Zweig hablaba fluidamente francés, italiano e inglés, además de su alemán natal, y cultivaba la conversación y la amistad con lo más granado de la intelectualidad europea, a la que consideraba la base de la patria común continental.  
Zweig declara desde un principio que en su libro él no es el protagonista sino el “centro” de la narración y, así, desde su privilegiada situación de testigo consciente e implicado en el devenir de Europa, nos cuenta la vida cultural de la época y sus relaciones sociales con los artistas e intelectuales del momento, con el telón de fondo de los grandes acontecimientos históricos de las primeras décadas del siglo XX. Zweig no oculta su pertenencia a la élite social y esa es una de las mayores virtudes de sus memorias, la íntegra fidelidad a sí mismo de su autor.
Desde su privilegiada atalaya, Zweig no pretende ser objetivo, ya que todo lo filtra por sus ideas europeístas y fraternales, y sus descripciones defienden calurosamente la tolerancia y el entendimiento entre los pueblos europeos mientras utiliza su vida errante como ejemplo del cosmopolitismo que propugna. Sus memorias, despojadas casi por completo de datos relevantes sobre su vida sentimental, ofrecen una visión subjetiva e idealizada de lo que debería ser Europa a partir de la reflexión perpleja sobre el delirio social y político en que acabó sumida.
Aunque Zweig acabó convirtiéndose en un fugitivo del fascismo, nunca tuvo que sufrir en carne propia los horrores de comienzo del siglo XX, y sólo describe, como una muestra de la alucinación belicista y nacionalista sin sentido que se apoderó de Europa en el momento en que más confianza había en el progreso de la Humanidad, aquellos eventos bélicos de la Gran Guerra que conoció personalmente por decisión propia, ya que no tuvo que luchar en el frente.
El mundo de ayer es más que unas memorias al uso; es una tesis sobre las ideas políticas de su autor y el modelo de convivencia que propugna. Su prosa sin artificios, la perspicacia y clarividencia de sus reflexiones, su apasionada defensa de la hermandad europea, la amenidad de las descripciones y el trasfondo trágico de su narración convierten a las memorias de Zweig en una lectura absorbente, de la que se pueden extraer muchas enseñanzas para aplicar en la inquietantemente desnortada Europa de hoy.

miércoles, 22 de julio de 2015

La vida al revés



A propósito del primer volúmen 
de los 'Diarios' de Iñaki Uriarte

El primer volumende los diarios de Iñaki Uriarte es el más “literario” de los tres. Literario en el sentido de que el crítico de libros del periódico vasco El Correo hace constantes referencias a sus autores de referencia y a otros que aconseja leer con cautela o que, simplemente, desecha. En las notas del libro –algunas largas, a modo de pequeños ensayos o disertaciones para el consumo doméstico-, Uriarte airea sus filias y fobias bibliográficas. 

Por supuesto, aprovecha para declararse devoto de Borges, muestra admiración por Montaigne y homenajea al paseante solitario de Rousseau. Y también nos advierte de la antología de disparates que uno se puede encontrar en las obras de Baroja, o del tostón que puede resultar el casi siempre alabado Thomas Bernhard. A nadie dejará indiferentes las opiniones de Uriarte sobre tal o cual monumento de la literatura universal y española. Shakespeare, Tolstoi, Kafka, Coetzee, Gil de Biedma, Sánchez Ferlosio, Cioran… son casi siempre despachados con un juicio rápido, aunque convincente y sincero.

También en estas notas pretendidamente desaliñadas, desatendidas, arremete Uriarte contra la literatura del yo que abunda de unos años a esta parte en España y una buena parte del mundo, contra esas “autoficciones” que toman como base novelesca la experiencia vivida por el autor, por irrelevante que sea, y con las que rehuyen los grandes relatos. Un solipsismo literario que, a su juicio, es hijo de la misma moda que ha llenado la televisión de confidencias e intimidades.    

En este primer volumen de los Diarios, Uriarte tiene ganas de hablar, de contar cosas y de cuestionar tantos sermones. Sus entradas son en ocasiones extensas, al contrario de lo que ocurre en los volúmenes posteriores, donde son norma los comentarios condensados y un punto crípticos, hasta adquirir en muchos casos la música y las extensiones del aforismo. En estas notas, tomadas entre 1999 y 2003, relata con detalle algún episodio familiar en Estados Unidos, y también nos habla del placer que le producen sus viajes por Italia o sus estancias en Benidorm, un lugar que, según Uriarte, muestra su belleza en el ángulo que los fotógrafos nunca quisieron plasmar.

Los Diarios de Uriarte son un excelente manual para descreídos y para los que sospechan de los clichés, las frases hechas y las imágenes del mundo demasiado elaboradas y retóricas. “Pla dice que hay que escribir como se escribe una carta a la familia, pero con un poco más de cuidado. Aquí voy a hacerlo como si hasta las cartas fueran un alarde de retórica. Como si hablara solo”. Es su manual de estilo: tan fácil de formular como complicado de ejecutar. 

Uriarte es un declarado rentista, defensor a ultranza del dolce far niente y misántropo, un tipo que va contracorriente, aunque de una forma sincera y exenta de las poses antisociales de algunos “modernos”. Y es una pena que haya puesto fin, de forma deliberada, a sus diarios tras 11 años tomando notas. En todo caso, es consecuente, pues siempre amenazó con el silencio. Y eso es lo que nos quedará a menos que, como terapia frente al lugar común y el enmascaramiento, uno opte por releer de vez en cuando sus tres libritos, ligeros, pero deliciosos y siempre esclarecedores. 


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Aquí dejo algunas entradas de Diarios 1999-2003, que está publicado y disponible en Pepitas de Calabaza, editorial de Logroño.


Dice Philippe Lejeune que los diarios que se publican en Internet son mucho menos melancólicos que los diarios íntimos de verdad. Otra vez Pascal: “Lo que menos perdona el mundo es la desventura”.

Mi actitud básica en la vida ha sido la de un “okupa”. Desde siempre pensé que había grietas, intersticios, huecos en los que uno podía instalarse y vivir sin pagar.

Me gusta el tiempo lento, no presionado por ninguna urgencia, casi diría que al borde del aburrimiento.

A medida que voy llenando estos archivos me doy cada vez más cuenta de la cantidad de contradicciones que contienen. Por lo menos sirven para eso, para eliminar de una manera fehaciente la idea de que eres alguien “de una pieza”, “coherente”, con “personalidad propia” y otras tonterías de la misma familia.

Al no haber trabajado, se puede decir que he vivido ocho horas más al día. Por otro lado, está la impresión psicológica. “Es breve la vida de los atareados”, Séneca.

En las revistas de decoración los salones no tienen televisor. Tampoco suelen aparecer en las autobiografías y los diarios.


Además del género policiaco, fantástico, erótico, rosa, de ciencia ficción, histórico, etc., existe otro género en la novela, el de las novelas literarias. En él se encuentran las mejores, pero la mayoría son malas. Este género es el más representado en los suplementos culturales y el que más daña la afición a la lectura. 

martes, 7 de julio de 2015

Gurús económicos

  

A propósito de la lectura de 'La economía no da la felicidad', de José Carlos Díez

En los últimos años, al tiempo que la crisis económica se iba haciendo más virulenta, han aparecido muchos libros de divulgación con el objetivo de que el ciudadano medio, sin grandes conocimientos de economía o finanzas, entendiera qué estaba pasando y qué remedios se podían poner para atajar el desastre. Muy celebrado fue el bestseller del profesor retirado Leopoldo Abadía, que muy al comienzo de la crisis llamó la atención de todo el mundo por su análisis socarrón y accesible de la burbuja inmobiliaria con La crisis ninja.

En esta línea divulgativa está el último trabajo del ubicuo José Carlos Díez, economista, profesor, bloguero y hasta tertuliano televisivo. La economía no da la felicidad, pero ayuda a conseguirla es un volumen donde el autor aborda con sensatez, y sin los prejuicios que tantas veces malogran el debate público, aspectos clave del sistema económico, como el papel del estado, el sistema de bienestar, el funcionamiento del mercado de trabajo, los mercados de deuda o el papel de los bancos centrales.

En el fondo José Carlos Díez es un socialdemócrata que piensa que el mejor sistema económico ya está inventado y sale de la combinación de un mercado eficiente, pero estrictamente regulado y que puede ser impulsado, si la ocasión es propicia, por el estado. Keynes aparece muchas veces en el libro, casi siempre en un altar.

Sin embargo, falla José Carlos Díez a la hora de analizar las relaciones entre la economía y la felicidad, entre la opulencia o la escasez y el bienestar material, psíquico y moral de los ciudadanos. Lo que, atendiendo al título, debería ser la línea de desarrollo principal, es decir, hasta qué punto la economía nos hace felices (o el mal funcionamiento de la misma nos hace profundamente infelices), es un tema que realmente el autor toca de refilón. Y al final el libro es un batiburrillo de temas de actualidad que, como decía antes, están abordados con sensatez, pero muchas veces de forma superficial, algo apresurada y sin hilazón.

En su haber tiene el autor que es un gran comunicador y que es capaz de hacer sencillas y entendibles situaciones muchas veces complejas del mundo financiero. Sin embargo, da la impresión a ratos que este volumen es una reedición de sus mejores artículos en prensa o en Internet, o de las conclusiones de las mesas de discusión a las que ha acudido últimamente en Latinoamérica o Canarias. Como resultado, Díez ha conformado un libro de ágil lectura, pero que adolece precisamente de hilo argumental y ambiciones analíticas.  

Me temo que, como en tantas ocasiones en los últimos años, autor y editorial intentan aprovechar el tirón mediático del primero para poner otro título en el mercado. El tiempo es ciertamente propicio. Al fin y al cabo, en momentos de tanta incertidumbre, y en el que hemos descubierto que la economía de mercado que nos hemos dado es mucho más enrevesada de lo que suponíamos, necesitamos a gurús o divulgadores sagaces del enredo económico como José Carlos Díez.


La elocuencia de Díez, entrenada durante más de un lustro como autor del blog El economista observador, no encubre, sin embargo, las carencias de un libro escrito a vuela pluma y que, a estas alturas, no aporta demasiado a un lector medianamente avisado y al tanto de la actualidad.