Qué poco se escribió siempre en primera persona del singular. Lo recuerda Iñaki Uriarte en este librito íntimo, casi susurrado, despojado y gozoso. La introspección literaria nace con San Agustín. Hasta ese momento a nadie se le ocurrió buscar en su interior para llenar la hoja. Pero, más extraño si cabe es el hecho de que tuvieran que pasar mil años para que otros, como Montaigne, volvieran a hacerlo.
Uriarte remite siempre que puede a Montaigne, su guía espiritual. En algún momento de estos Diarios 2004-2007 llega a confesar que su vida habría sido diferente de no haber leído al autor de los Ensayos, aquel que dijo que “todo hombre lleva la forma entera de la condición humana”. El libro de Uriarte es, en el fondo, un homenaje a esa literatura del yo: Cardano, Cellini, Pepys, Rousseau, Pla, Jünger, Borges.
Uriarte da con el tono justo para contarnos, siempre de forma fragmentaria y, en apariencia, poco premeditada, los detalles de su peripecia vital. Nos habla de su encaje en esa familia del cogollito burgués de Bilbao con la que tantos momentos comparte, de sus idas y venidas a Benidorm, del afecto que le tiene a su gato Borges, de sus adhesiones literarias y de sus lecturas, de sus amigos de generación, progresistas que cambiaron de registro en muchos casos, de lo pernicioso de los extremismos en el País Vasco…
Al contrario que San Agustín y que muchos que han recurrido al diario para dar cuenta de sus torturas existenciales, Uriarte nos habla de su vida muy ufano, sin arrepentimiento, con la sutil ironía y el descreimiento que dan los años. Sus apuntes son, de algún modo, una celebración, pero sobre todo un ejercicio de sinceridad. Quizá sea así porque los concibió con la libertad del que se resigna a pensar que nunca interesarán a un editor y serán publicados.
Aquí dejo algunos de los pensamientos que conforman este Diarios 2004-2007, volumen que es continuación de uno anterior y que, espero, sea el precedente de otro que ahora debería estar gestándose.
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Roth (Everyman), Coetzee (Diario de un mal año), García Márquez (Memorias de las putas tristes). Los viejos y el deseo de las jovencitas. Cada vez serán más frecuentes estas doloridas fantasías de ancianos en las novelas. Antes los escritores no vivían tanto. Cada vez habrá más escritores viejos verdes.
Por mi modo de vida, sin obligaciones de trabajo, y con una gran facilidad para quedarme sentado o tumbado bastante tiempo mirando al techo, por mi afición a leer, un observador externo podría deducir que soy alguien que piensa mucho. Solo estoy distraído, en los dos sentidos de la palabra.
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La capacidad para ser desobediente me parece una de las mayores virtudes que se pueden poseer.
Pero a veces has garabateado dos páginas y observas que lo que querías decir cabe en tres líneas.
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A veces no soy como el que escribe estas páginas. Incluso me produce extrañeza su autor. Pero releo algo de lo que dice y ya puedo seguir hablando con él.
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Recuerdo la primera vez que fui a la playa en Benidorm, hace muchísimos años. Al salir de casa, María me tendió una silla y una sombrilla. Hice un gesto de rechazo. “Qué horterada –pensé-. A la playa se va solo con una toalla”. Ahora voy con todo tipo de mobiliario.
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El doctor Johnson decía que la lectura de las obras de Shakespeare permitiría a un ermitaño hacerse una opinión completa de los asuntos del mundo. Absurdo. Cualquier suceso de la vida real es mil veces más pedagógico que todo un novelón.
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Qué día. “Estos días azules y este sol de la infancia”. Cuando hace un tiempo de verano como hoy, limpio, seco, impecable, me vienen siempre estas célebres palabras que le encontraron en un bolsillo a Machado, después de su muerte, escritas en un papelujo. Y eso que la mayoría de mis días de verano en San Sebastián debieron ser nublados.
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La satisfacción del deber cumplido. ¿Y la del incumplido? ¿La satisfacción de mandar a tomar vientos una tarea supuestamente ineludible? A cuántas cosas nos gusta llamar “deberes”.
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A partir de cierta edad la gente empieza a tener teorías sobre todo. Se acusa de idealismo a los jóvenes, pero sus ideas suelen ser de otros y se van tan rápido como vinieron. Los verdaderos y plomizos teóricos del universo son los mayores. A estos ya nadie se la da con queso.
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X se preocupa porque su hijo de veinticuatro años sale mucho de noche y no emplea el tiempo en nada serio. Hablamos y me muestro solidario con su preocupación, hasta que me doy cuenta de que su hijo no hace otra cosa distinta de lo que yo he hecho casi toda mi vida.
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Cuando en estas páginas nombro a alguna persona famosa, lo hago como quien se hace una foto junto a la Torre Eiffel y la coloca en su álbum. Sin duda, con el afán narcisista de decir y de decirme: yo también estuve allí.
Diarios. Segundo volumen: 2004-2007
Iñaki Uriarte
Pepitas de calabaza Ed.
186 páginas
15 euros