A propósito de la lectura de
'Sicilia sin muertos', de Guillem Frontera
'Sicilia sin muertos', de Guillem Frontera
Tanto hablar de corrupción (y tan poco hacer contra ella) ha
dejado un poso de desánimo, entre amargo y fatalista, en la sociedad española. En
las charlas de café todos nos declaramos asqueados y deseosos de lograr un país
utópico, como imaginamos que son Suecia o Finlandia, en el que las empresas
retribuyan a sus empleados con prodigalidad y no se escaqueen de Hacienda, los
impuestos sean altos pero redistributivos (y los pague todo el mundo) y los
políticos sean, en fin, virtuosos, casi puros, como la propia sociedad.
Pero,
¡ay!, individualmente seguimos reclamando el pago sin IVA al fontanero, votamos
a nuestro partido de toda la vida (con permiso de los nuevos astros mediáticos),
por mucho que nos haya demostrado que no es más que una máquina de generar
privilegios y mamandurrias para los elegidos que abrazaron sus filas con
dieciséis años, e intentamos defraudar al
fisco en nuestras declaraciones anuales con perseverancia sin desmayo.
El periodista, poeta y novelista Guillem Frontera lo ha
captado a la perfección y nos ofrece una novela que retrata sin compasión la ávida
pulsión egoísta y la falta absoluta de escrúpulos que domina, como un cáncer
incurable, la sociedad, empezando, cómo no, por los políticos. El escenario escogido
por Guillem Frontera es su bien conocida Mallorca, pero él mismo ha reconocido en alguna entrevista que podría haber sido Andalucía, Cataluña o Valencia,
porque no existe una corrupción “específicamente mallorquina”.
El hilo conductor del relato es sencillo. El nuevo Presidente
de las Islas Baleares ha venido a acabar, o eso vende en su programa electoral,
con la ponzoña que corroe la política de la Comunidad Autónoma desde hace un
lustro. El hecho de que pertenezca al mismo partido que gobernó el despilfarro
y la corrupción institucionalizados no ha hecho mella en el electorado, que no
quiere desorden. Cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia, nos
advierte el autor en su prefacio.
El Presidente empieza a recibir ratas muertas encofradas en
cajas de plomo y poco a poco el relato empieza a desvelar que no es
precisamente trigo limpio; el honorable mandatario y las personas de su
entorno, sus colaboradores de confianza y los empresarios que influyen en sus
decisiones, están atados entre sí por relaciones clientelares y oscuros intereses.
El relato discurre entre reuniones políticas e investigaciones periodísticas
que van destapando la podredumbre que domina la vida pública de Mallorca, donde
pasa de todo salvo asesinatos, mientras se desmorona el chiringuito que ha ido
creando el Presidente a su alrededor.
La narración comienza de manera casi perezosa, pero se va
acelerando según avanza el relato. El estilo de Frontera está tan despojado de
adornos que ni siquiera nos describe con precisión el físico de sus personajes,
sabemos que son jóvenes o de mediana edad pero poco más. La descripción plana de
los hechos parece al principio casi aburrida, pero acaba revelándose como todo un
acierto porque no quita protagonismo a las miserias humanas, que atañen a todos
casi por igual.
Los que al principio nos parecían héroes exhiben, con el paso
de las páginas, algunos comportamientos tan sórdidos como los de los políticos
y éstos nos resultan, paradójicamente, tanto más humanos cuanto más mezquinos
son sus pensamientos y más esclavos devienen de sus bajos instintos.
Aunque Sicilia sin muertos se disfrace de novela
negra yo la definiría más bien como gris, gris como el alma de los
protagonistas, como la interpretación que los políticos hacen de la cosa
pública, como la misma sociedad. Puede que el título de la novela esté ya desfasado. El periodista
mallorquín Matías Vallés propuso en 2013 que Mallorca debería cambiar su
eslogan de “Sicilia sin muertos” a “Rusia sin muertos”,
no sólo a causa de la proliferación de los malhechores eslavos en la isla sino
porque “en la dura competencia para Mallorca en el mercado criminal”, la propia
Sicilia se ha convertido en “Sicilia sin muertos” y ofrece hoy en día un
ambiente cosmopolita, sin violencia, muy adecuado para las mafias de todo el
mundo.
Aceptemos o no ese “reajuste de nomenclatura”, la ficción tejida por Guillem
Frontera nos recuerda, oportunamente, el alto precio que pagamos por la displicente
falta de valores que nos domina.