miércoles, 24 de julio de 2013

El coste humano de la crisis


A propósito de la lectura del libro Por qué la austeridad mata, de David Stuckle y Sanjay Basu


En 2009, The Economist publicó un beligerante editorial (“Mass murder and the market”, disponible en  http://www.economist.com/node/12972677) en el que rebatía ácidamente la interpretación que sobre los datos de mortalidad en Rusia se planteaba en un artículo (“Mass privatisation and the post-communist mortality crisis: a cross-national analysis”) publicado en la prestigiosa revista de investigación médica The Lancet por parte, entre otros, de David Stuckler.

La tesis que defendían en su artículo David Stuckler, un investigador especializado en la economía de la salud pública, y sus colegas, relacionaba, en base al estudio intensivo de los datos estadísticos, las rápidas y masivas privatizaciones acometidas en los países postcomunistas (la conocida como “Terapia de Choque”) con una significativa reducción en la esperanza de vida. Como guardián espiritual de las esencias del liberalismo económico, The Economist  pontificaba que el problema de las reformas en Rusia fue ¡su lentitud! y llegaba a sugerir que la culpa del exceso de mortalidad era achacable a los excesos de los borrachines rusos…

La recurrente participación de David Stuckler en esa y otras muchas polémicas sobre la relación entre la economía y la sociedad le ha conferido una gran notoriedad, que ha aprovechado junto con Sanjay Basu, un experimentado epidemiólogo, para escribir Por qué la austeridad mata, un libro a medio camino entre el ensayo científico y el panfleto keynesiano (como proclama desde el propio  título).

A primera vista el libro parece uno más de la miríada de ensayos que describen las muchas consecuencias de la Crisis, esta vez las que produce sobre la salud pública. La novedad estriba en que, en este caso, las contundentes afirmaciones de los autores (“según los criterios del propio gobierno español, la austeridad no ha dado resultado”, “es sabido desde hace mucho tiempo que los mercados no funcionan bien en materia de atención sanitaria”, “las medidas de austeridad estaban causando estragos en la salud del pueblo griego”…) aparecen siempre relacionadas con las abundantísimas citas científicas que aparecen en las Notas finales del libro.

El recorrido del libro por las políticas internacionales de salud parte de Estados Unidos en la Gran Recesión, explora los países comunistas antes y después de la caída del Muro y acaba citando (¡cómo no!) los deletéreos efectos de la crisis en Grecia, España e, incluso Gran Bretaña. También muestra ejemplos positivos, como el de Islandia, donde la decisión de no restringir el gasto social ha permitido mantener los estándares de salud pública sin graves daños.

Stuckler y Basu no se andan por las ramas y, partiendo del análisis comparado de las políticas públicas descritas, acusan sin componendas a las reformas estructurales y a las restricciones presupuestarias practicadas actualmente en tantos y tantos países de provocar graves problemas de salud (medibles de manera estadísticamente significativa en la incidencia de depresiones y otras muchas enfermedades) y, directamente, de matar, por sus efectos en la reducción de la esperanza de vida.


De las continuas disputas entre los partidarios y los detractores de la austeridad el perplejo ciudadano de a pie sólo extrae confusión.  El libro de Stuckler y Basu, aunque se decanta por los segundos, nos recuerda, de la manera más categórica, que la austeridad, por sí misma, no tiene por qué provocar efectos significativos en la salud de los ciudadanos siempre y cuando su calidad de vida sea prioritaria para los políticos. Sólo por este recordatorio merece la pena leer este libro.



jueves, 11 de julio de 2013

La clase política en el punto de mira



A propósito de la lectura de Qué hacer con España
de César Molinas

Qué hacer con España es un libro honesto desde el título. César Molinas, un rara avis por cuanto ha tocado durante su vida profesional muchos palos (ha sido profesor universitario, directivo de banca de inversión, emprendedor y funcionario de alto rango), ha escrito un libro de emergencia. La situación del país no es para menos. Molinas está convencido de que España va a estar muchos años sin crecer, y de que si no se toman medidas y se hacen reformas de calado la crisis se prolongará no años, sino décadas, y que finalmente habrá que salir del euro.

Molinas culpa de la mayor parte de nuestros males a la clase política local, más preocupada de crear burbujas para desviar rentas en beneficio propio que del interés general. Es lo que Acemoglu y Robinson han llamado las élites extractivas, un término de gran repercusión mediática, y otros simplemente chorizos. “Los políticos españoles son los principales responsables de la burbuja inmobiliaria, del colapso de las cajas de ahorro, de la burbuja de las energías renovables y de la burbuja de las infraestructuras innecesarias”. Pero también culpa Molinas de los males del país al excesivo protagonismo de los “agentes sociales” y a los corporativismos de toda laya que frenan cualquier intento reformista allá de donde surge.

Aunque es probable que Molinas no comulgue con muchos de los planteamientos del movimiento 15-M, su crítica a la excesiva politización de la instituciones del país (desde los organismos reguladores y de control al poder judicial, pasando por la educación) bien podría ser suscrita por los muchos de los simpatizantes de la sentada de la Puerta del Sol de Madrid.

El futuro de cualquier nación es su gente y la preparación que exhiban, y más para un país como el nuestro sin grandes recursos naturales que explotar. Por eso Molinas no entiende como en España se da la espalda de manera crónica a la educación, la ciencia, el emprendimiento o la innovación. Otra vez aparece la miopía de unas élites “de vuelo muy rasante, ortodoxas, conformistas y muy conservadoras, cuando no reaccionarias, y satisfechas de sí mismas”.

El autor de Qué hacer con España identifica una triple crisis: económica (originada por las burbujas); institucional (ausencia de una verdadera regulación del sistema político y territorial) y moral (desmedido énfasis en los derechos y olvido de los deberes). Pero el libro no se queda en identificar problemas y culpables, sino que, respondiendo a las urgencias del título, se presenta como un completo recetario escrito desde el sentido común, aunque también desde la ingenuidad y la extravagancia del que piensa que “por pedir que no sea”. He aquí algunas de las propuestas de Molinas para regenerar el país:

Reforma de la Ley de Partidos que imponga a estos un alto grado de democracia interna y transparencia. Hay que regular a los partidos desde fuera, como pasa en Alemania. Aunque Molinas no lo cita, el caso Bárcenas es bastante elocuente de los males del sistema actual.

Cambio de la Ley Electoral. No hay sistema perfecto, pero aboga por un sistema mayoritario donde los candidatos tengan que disputar la elección en circunscripciones nominales, como en Inglaterra. De esta manera, la lealtad sería con los electores, y no con el dirigente del partido. 

Los integrantes de los organismos reguladores (CNMV, Banco de España, CNC, CMT…) deben ser seleccionados por su valía, y no por su adscripción política. Se acabó la negociación de cuotas o el “ayúdame a poner a mi candidato y yo te ayudo a poner al tuyo”.

Despolitización de los órganos superiores, como el Tribunal Supremo o el consejo General del Poder Judicial. Para cubrirlos, Molinas propone un sistema de lotería entre aquellos magistrados con la suficiente antigüedad.

En educación Molinas apuesta fuerte: propone cerrar la universidad española dos o tres años y volverla a construir partiendo de cero. No cree que el principal problema de la educación sea de financiación, sino de definir el modelo de aprendizaje, potenciando la excelencia y la calidad. Critica la igualación por abajo que padece el sistema educativo nacional y propone más rendición de cuentas, más tasas y más movilidad de estudiantes y profesores.

En materia de pensiones, Molinas propone recuperar los planes privados, visto lo ineficiente y arriesgado que ha sido el mercado inmobiliario como vía para canalizar el ahorro y la inversión a largo plazo.

 También aboga por el contrato laboral único, con costes de despido crecientes en función de la antigüedad. Se apunta a las tesis de Fedea. La reforma del mercado laboral debe ir dirigida a que los ajustes se hagan vía salarios, y no con puestos de trabajo


En fin, estamos ante el recetario propio de un liberal juicioso que concibió este libro en un coqueto bar del barrio londinense de Belgravia y que evita los rodeos y las medias tintas con el fin de hacerse entender y no restar urgencia a las tareas pendientes. Se podrá estar más o menos de acuerdo, pero hay que reconocerle honestidad, common sense y una defensa siempre del interés general, todo eso que a las élites extractivas que atenazan al país se les suele olvidar.