A propósito de la comedia de Mike Daisey, que está en el Teatro Alfil de Madrid hasta el 1 de diciembre
Mensaje claro para los que
no queráis leer todas las líneas de este post: id a ver Agonía y éxtasis de Steve Jobs, en el teatro Alfil de Madrid. La
applemanía es una enfermedad que se contagia con facilidad y que está llegando
a magnitudes de pandemia. Esta obra puede ser una buena oportunidad para saber
en qué punto de locura estamos. Vale la pena.
Es una lectura dramatizada
de un largo reportaje periodístico (o de los muchos reportajes que se han
escrito en los últimos años y que menoscaban la figura del fundador de Apple). Agonía y éxtasis de Steve Jobs asienta
en muchos datos demostrables su crítica furibunda a la compañía de la manzana y
a la legión de applemaniacos que corren desaforados a las tiendas cada vez que
la casa saca un artilugio al mercado.
Los que estén al corriente
de la intrahistoria del fenómeno Apple no se sorprenderán con lo que oirán en el
Teatro Alfil: hay referencias a un jefe autoritario, a ratos tiránico y casi
siempre egocéntrico hasta decir basta (y al que, además, le huelen los pies), y
se nos habla de una compañía que vende estilo y buenas vibraciones a costa de subcontratar
mano de obra esclava en fábricas chinas. Apple es la compañía que más dinero
gana en el mundo gracias a unos márgenes comerciales prodigiosos. Pero también
es la metáfora perfecta de la gran farsa publicitaria que ha alimentado al
capitalismo desde mediados del siglo pasado, cuando los ejecutivos de Madison
Avenue se hicieron con el control. Esto lo digo mientras recomiendo el iPad a
diestra y siniestra.
En Agonía y éxtasis de Steve Jobs no hay nada que no se haya dicho ya
en el New York Times o en las cadenas de televisión de medio mundo, o incluso
en la biografía que autorizó el propio Jobs en sus últimos días, la de WalterIsaacson, donde decenas de empleados se despacharon a gusto con su moribundo
jefe contando las humillaciones que sufrieron cuando se toparon con el genio de
los pies descalzos.
Sin embargo, el texto de
Mike Daisey, otro Pepito grillo de la cultura americana, una especie de Michael
Moore de las tablas cuyos monólogos también han puesto en la diana a
corporaciones como Wal Mart o Disney, o al mismo Gobierno de los Estados
Unidos, es su ritmo y su capacidad para darnos tanta información sin que
decaiga el interés. En la versión española, el actor Daniel Muriel, excelente,
se mantiene solo en el escenario durante una hora y media, cambiando de
registro sin parar y alternando media docena de papeles para mantener la
atención y sacarnos una sonrisa.
La historia oscila entre
la cool y soleada California de Silicon Valley y las fiestas hippies, y, al
otro lado del mundo, esa megalópolis de 14 millones de habitantes, oscura y
fabril, que es Shenzhen, encarnación en la tierra de la pesadilla de neón que
nos propuso en su día Blade Runner y de donde salen todos los aparatitos de
electrónica que usamos. Agonía y éxtasis
de Steve Jobs nos cuenta la historia de
Apple, su brillo inicial, su posterior caída y la resurrección de tuvo a partir
de finales de los noventa (cuando sale el primer iPod) y hasta hoy, en que se
ha convertido en un mito empresarial y cultural.
Pero también nos habla de
la trastienda de ese éxito sin igual, de los suicidios en la fábrica de
Foxconn, de las jornadas de 12 o 14 horas de miles de adolescentes que con sus ágiles
dedos ensamblan miles de iPads al día, de las intoxicaciones que produce el líquido
con el que sacan brillo a las cristalinas pantallitas del iPhone o, yéndonos a
la prehistoria de la informática, de ese atraco a mano armada que supuso la
visita de Jobs a los laboratorios de Xerox en Palo Alto, de donde se llevó las ideas
con las que puso los cimientos de su imperio.
El texto brilla. Es ágil y
se hace digerible a pesar de apabullarnos con cientos de nombres de directivos
o cifras de negocio. Sin embargo, falla un tanto al final, cuando insiste en
repetirnos “el mensaje”, como si en la hora previa no hubiéramos tenido ocasión de intuirlo y hasta
digerirlo, o en adelantarnos las conclusiones. Daniel Muriel se mueve bien en la parodia, pero no tanto cuando caen
las luces y adopta un tono más grave para denunciar a Apple por sus abusos en
China y a su malogrado jefazo por hacerse el sueco ante tanta explotación y ser
tan despiadado con sus semejantes.