domingo, 7 de octubre de 2012

Amor en las postrimerías


  

A propósito de Hombre lento, de J. M. Coetzee

Paul Rayment, fotógrafo retirado en la ciudad australiana de Adelaida, es arrollado por un coche mientras pasea en bicicleta. Milagrosamente salva la vida, pero pierde una pierna. Al cabo de unos meses, Rayment, que renuncia a una prótesis y se prepara para la soledad y la dependencia más estricta, se enamora de su cuidadora, una croata de mediana edad, casada y con tres niños. Rayment, incapaz de contener el aluvión de sentimientos encontrados que Marijana le provoca, le declara su amor, un amor que no necesita ser recíproco y que también extiende a Drago, el hijo adolescente de Marijana y la gran preocupación de su madre. Impresionante comienzo.   


El viejo Rayment, antipático y contradictorio, pero también anhelante y virtuoso, es un personaje tan poderoso, tan bien construido, que está destinado a quedar en la mente del lector largo tiempo. Coetzee se mete en el pellejo del viejo desahuciado e ilumina su universo emocional, pero no permite que nos identifiquemos con él. Coetzee rehúye los atajos y las florituras, y con las palabras justas (me recuerda a Clint Eatswood por su capacidad de síntesis y de plantear con muy pocos elementos dilemas morales eternos) da cuenta de la redención que para Rayment, metáfora de una vejez indeseable, supone el encuentro con su cuidadora y con su familia, a la que intenta ayudar por todos los medios, quizá en un último intento de sembrar la semilla que lo inmortalice y que prolongue su recuerdo en este mundo. El estéril Rayment, que se casó pero que nunca tuvo hijos, busca una segunda oportunidad.

La literatura de Coetzee está llena de matices, de fogonazos de realidad que hacen que una historia que se mueve en la fina raya que separa lo verosímil de lo que no lo es y que está llamada a agotarse en las 50 primeras páginas por su brillante e impactante comienzo, siga creciendo en las 200 siguientes.

Coetzee se mueve al margen de la literatura mainstream, esa que, a base de suspense, ciertas dosis de corrección política o calculada irreverencia, está hecha para vender. Primero porque elige a un viejo como protagonista, y, además, porque lo convierte en sujeto de una pasión erótica. Sin pudor, asistimos a las caricias imaginarias –en realidad masajes de rehabilitación- de Marijana en el muñón que cuelga de la pierna masacrada de Rayment. Un erotismo terminal que me recuerda un tanto al que encarnaron en la película Sarabanda, el último trabajo de Bergman, Liv Ullmann y Erland Josephson, aunque allí la pulsión erótica del viejo gruñón se mezclaba con el miedo y la orfandad que siente el que ya huele la muerte. Hay que reconocer que Bergman tampoco se anduvo con chiquitas en este terreno

Hombre lento es también un libro sobre un mundo que está a punto de fenecer, el que representa Rayment y su amor por el oficio de la fotografía, y sobre el que ha irrumpido sin que él se diera cuenta, pues ha vivido mucho tiempo de espaldas a sus contemporáneos, y que encarnan los adolescentes ensimismados de la era de Internet y las familias de nuevo cuño de los barrios periféricos de las ciudades australianas, familias trabajadoras en busca de status.

Lo que menos me gusta de la novela de Coetzee es esa escritora pizpireta llamada Elizabeth Costello, que ya protagonizó otro de sus libros y que aquí se convierte en contrapunto emocional y argumentativo de Rayment y un recurso literario para explorar sus sentimientos cuando la trama principal, la de su aproximación a la familia Jokic, la de Marijana, queda suspendida. Costello, un Sancho Panza posmoderno que practica el culturalismo pero que tampoco tiene empacho en destilar esa sabiduría hueca de los libros de autoayuda, sirve a Rayment para reconocer la pérdida que supone la vejez y el océano que media entre la realidad y el deseo.



Una curiosidad: todavía me pregunto por qué la edición española de la novela muestra a un perro lamiendo los labios de un anciano, previsiblemente su dueño. Arriba reproduzco la portada de la inglesa, mucho menos metafórica, pero más ajustada y en línea con el estilo directo de Coetzee.  

No hay comentarios:

Publicar un comentario