martes, 27 de enero de 2015

Todos somos Marco



A propósito de 'El impostor', de Javier Cercas

Siempre me fascinaron las historias de farsantes, quizá porque yo no sería capaz de mantener una impostura más de cinco minutos sin ser descubierto. O eso creo. Cada cierto tiempo, me pongo El extraño, de Orson Welles, una de sus películas menos personales. En la película, el propio Welles interpreta a Frank Kindler, jefazo del nazismo, que después de la guerra huye sin dejar rastro de Alemania y recala en un pequeño pueblo de Connecticut. Allí se gana la confianza de los lugareños a base de exhibir unos modales exquisitos, al tiempo que se enamora de la bella hija del juez y dedica el tiempo a una de sus grandes pasiones, los relojes antiguos. Todo va bien hasta que llega al pueblo el agente Wilson, interpretado por Edward G. Robinson, de la comisión de crímenes de guerra, que anda buscando a un amigo de Kindler. 


Como en Soldados de Salamina, Cercas vuelve a escribir una novela redonda tomando como eje varios episodios oscuros del pasado y haciendo avanzar la trama conforme lo hace su indagación: autobiográfica, detectivesca e histórica al tiempo. El caso Marco tuvo transcendencia en Cataluña, en España y en el extranjero. Ocurrió a principios de 2005. Por esas fechas, un oscuro historiador llamado Benito Bermejo descubrió el engaño de Enric Marco. Marco no era quién decía ser. No había estado en ningún campo de concentración durante la Segunda Guerra Mundial. Tan sólo pasó por una cárcel alemana por irse de la lengua cuando se ganaba la vida como mecánico en una fábrica que servía a los propios nazis.


El caso trascendió porque Marco no era un cualquiera. Se había convertido en una estrella mediática al calor de recuperación de la llamada memoria histórica. Marco era la representación ante la sociedad de los supervivientes del exterminio nazi en España, la voz ardorosa y seductora que los humillados habían elegido para dar cuenta de la barbarie y para que nadie, en el futuro, volviera a alimentar a la bestia. Pero Marco los engañó a todos: a sus compañeros de las asociaciones de deportados, a los periodistas que siempre estaban dispuestos a entrevistarle, seducidos por su cháchara novelesca y por su capacidad para dar sabrosos titulares, e incluso a las más altas instituciones, pues se le impuso la Cruz de Sant Jordi, máxima distinción civil en Cataluña, llegó a hablar en el Congresos de los Diputadossobre su paso por las campos del horror, y estuvo a punto de hacerlo en un gran homenaje internacional en Mauthausen, en presencia del presidente Zapatero.

La historia de Enric Marco es la historia de un impecable y compulsivo farsante, que no sólo logró engañar a los ancianos supervivientes del Holocausto, sino también a los jóvenes anarquistas que refundaron con la vuelta de la democracia a España la histórica CNT, que lo consideraron el eslabón perdido entre el legendario Durruti y la modernidad. El torrencial y enérgico Enric Marco construyó su gran mentira, la historia de su vida, con ardides de novelista: a base de medias verdades, de mezclar hechos ciertos con otros completamente falsos logró darle verosimilitud a una existencia que cualquier investigación histórica habría puesto en duda mucho antes. 

A desenmascarar a Marco se aplica Cercas en El impostor. En 400 páginas que se leen con creciente fascinación, Cercas da cuenta de sus encuentros durante meses con el propio Marco y de sus indagaciones para desarticular las muchas mentiras en que Marco se instaló para vivir confortablemente y querido por los demás. Como en Soldados de Salamina, la trama histórico-novelesca se ensancha con episodios autobiográficos que nos hablan de las dudas del escritor y con otros en los que, a modo de ensayo literario, le sirven para establecer paralelismos con El Quijote. Como en Soldados de Salamina, Cercas ensancha el campo de la novela, y lo hace con un discurso en primera persona franco, envolvente y cautivador, y con una peripecia vital, la de Marco, que es un buen reflejo de la historia de España en los últimos 80 años.

La historia del impenitente Marco contada por Cercas es una metáfora sobre la impostura generalizada en la que vivimos, y sobre la necesidad que tenemos de aderezar nuestra existencia con mentiras o medias verdades, si de esta forma se nos vuelve más comprensible, edulcorada y, finalmente, épica. También ilustra lo fácil que es engañar durante años, con la aquiescencia generalizada de periodistas, intelectuales, políticos o instituciones, los supuestos garantes de la verdad en una sociedad democrática.

Este libro también es una crítica a la “memoria histórica”, el oxímoron que alentó el presidente Zapatero para marcar distancias con una derecha que nunca dio el paso de reconocer los atropellos del Franquismo, y una ola a la que el avispado Marco se subió para convertirse en brillante portavoz de los vencidos y de los humillados. La memoria es personal, interesada y manipulable, nos viene a decir Cercas, y de los prejuicios y las invenciones del pasado que genera sólo nos puede poner a salvo el trabajo riguroso del historiador.

Por último, el libro de Cercas es también un homenaje a los verdaderos héroes. A aquellos que dijeron no y lucharon por sus ideales a pesar de la ignominia y del cambio de tercio histórico, al contrario del arribista y camaleónico Marco, o de los muchos que durante el Franquismo o la Transición se reinventaron y borraron las huellas de su pasado para confundirse con la mayoría y tener una vida confortable. Porque, de alguna manera, todos somos Marco.


lunes, 5 de enero de 2015

En el día que asesinaron a Martin Luther King



A propósito de "Como la sombra que se va", 
de Antonio Muñoz Molina

Quizá buscando nuevos caminos, o quizá seducido por la modernidad de los cocineros de prestigio o de novelistas como Javier Cercas (¿quién sabe?), Muñoz Molina se aplica al ejercicio de construir y deconstruir la novela en su último libro. La peripecia del asesino de Martin Luther King en Lisboa, donde recala huyendo de la policía y del FBI, se entremezcla con el recuerdo del autor de las circunstancias que rodearon la escritura de El invierno en Lisboa, la historia de músicos de jazz y amores imposibles que le cambió la vida y le abrió tantas puertas en el mundo editorial a mediados de los ochenta, cuando era funcionario municipal en Granada.

A mí me interesa mucho más el segundo relato que el primero, en el que se ha fijado toda la mercadotecnia de esta novela. Y es que no me transmite Muñoz Molina la fascinación que siente por James Earl Ray, el enigmático racista sureño que acabó con la vida del activista más famoso de la historia de Estados Unidos un día de abril de 1968 en el Hotel Lorraine de Memphis, y que le llevó a leer durante años libros de especialistas, a rebuscar en archivos y periódicos de la época y a visitar finalmente la ciudad de Tennessee, donde se produce el emblemático asesinato, en busca de inspiración. El relato que hace Muñoz Molina de Earl Ray es exhaustivo, pero también acartonado y mecánico. Tanta repetición de datos (me pregunto qué habrá pensado el editor sobre el asunto), acaba por convertirlo en soporífero, y uno tiene en muchos momentos la tentación de pasar página en busca de un cambio de registro.

En mi caso, encuentro mucho más cercana, atractiva y conmovedora la historia de ese funcionario de bajo rango en el Ayuntamiento de Granada, padre primerizo y confundido, que todavía no ha asumido las exigencias y renuncias de la paternidad, y que al mismo tiempo sigue alimentando, casi de forma furtiva, ambiciones literarias y se sigue dejando seducir por la vida crápula del soltero, los delirios de la farándula provinciana y alcohólica y el cine clásico en blanco y negro.

Al echar la vista casi 30 años atrás, Muñoz Molina escribe las mejores páginas de este libro, que, como acertadamente sugiere el título, va de la fugacidad del tiempo y de la vida, de lo que fuimos y de lo que seguimos siendo, y de lo que ya no somos. "¿Qué podemos amar que no sea una sombra?", dijo Hölderlin. Ahí el protagonista es el joven escritor que termina, en los ratos de paz en que duerme su hijo recién nacido o en horas que le gana al sueño, una novela repleta de cinefilia, clichés y venerada bohemia. “Soy y no soy el hombre que viajó a Lisboa”, dice el autor a toro pasado, en pasajes que suenan a ajuste de cuentas consigo mismo. Antonio Muñoz Molina, el hijo de labriegos excepcionalmente dotado para la narración, vuelve a convertirse en uno de los mejores personajes del autor, algo que claramente vimos en Ardor guerrero, y también en El viento de la luna o El jinete polaco.

Muñoz Molina también nos da una clase magistral de escritura. Como la sombra que se va es una invitación al taller del escritor. En otro guiño moderno, Muñoz Molina nos cuenta la teoría literaria y el origen de personajes y situaciones de El invierno en Lisboa, la novelita con el que el joven padre de provincias se convierte de la noche a la mañana en un autor de éxito: vendiendo decenas de miles de ejemplares, ganando el Premio Nacional de Literatura y el de la Crítica y un poco más tarde siendo llevado al cine.   


En la parte final del libro, es el propio Luther King el que cobra protagonismo, y ahí el relato vuelve a coger cierto vuelo. Me interesa ese personaje de resonancias míticas (ésta vez sí), pero contradictorio. El Luther King que Muñoz Molina nos presenta es el gran líder de los derechos civiles en Estados Unidos, el hombre que pone en pie de guerra un país devastado por siglos de segregación y desigualdad. Pero también es un personaje con dobleces, que en su juventud estuvo a punto de renunciar a todo para convertirse en un acomodado profesor de universidad en la costa este y que en su momento de máximo esplendor mediático, cuando muchos ya lo veneraban, se entrega a los placeres terrenales, alimenta un romance con una colaboradora y difícilmente puede ocultar el hastío que le producen la política y la trepidante agenda pública,

Lisboa es el punto en el que convergen todas las historias de esta novela: la del asesino de Luther King en los remotos años sesenta; la del joven escritor de provincias que deja a su hijo recién nacido en Granada y acude allí unos días, a mediados de los ochenta, en busca de inspiración para una novela sobre músicos autodestructivos y relaciones abocadas al fracaso; y la del escritor consagrado y felizmente casado que vuelve a la ciudad de calles estrechas y fachadas cariadas por el salitre para revivir la peripecia de James Earl Ray y, de paso, encontrarse con el hijo que también ha recalado allí en la primera etapa de su independencia. Creo que este artificio lastra hasta cierto punto la novela, que queda demasiado encorsetada, pero también permite al autor crear una fábula sobre la fugacidad del instante, la importancia de lo fortuito y sobre ese siempre delicado momento que es llevar la vida, tal cual fluye, al papel.