lunes, 5 de enero de 2015

En el día que asesinaron a Martin Luther King



A propósito de "Como la sombra que se va", 
de Antonio Muñoz Molina

Quizá buscando nuevos caminos, o quizá seducido por la modernidad de los cocineros de prestigio o de novelistas como Javier Cercas (¿quién sabe?), Muñoz Molina se aplica al ejercicio de construir y deconstruir la novela en su último libro. La peripecia del asesino de Martin Luther King en Lisboa, donde recala huyendo de la policía y del FBI, se entremezcla con el recuerdo del autor de las circunstancias que rodearon la escritura de El invierno en Lisboa, la historia de músicos de jazz y amores imposibles que le cambió la vida y le abrió tantas puertas en el mundo editorial a mediados de los ochenta, cuando era funcionario municipal en Granada.

A mí me interesa mucho más el segundo relato que el primero, en el que se ha fijado toda la mercadotecnia de esta novela. Y es que no me transmite Muñoz Molina la fascinación que siente por James Earl Ray, el enigmático racista sureño que acabó con la vida del activista más famoso de la historia de Estados Unidos un día de abril de 1968 en el Hotel Lorraine de Memphis, y que le llevó a leer durante años libros de especialistas, a rebuscar en archivos y periódicos de la época y a visitar finalmente la ciudad de Tennessee, donde se produce el emblemático asesinato, en busca de inspiración. El relato que hace Muñoz Molina de Earl Ray es exhaustivo, pero también acartonado y mecánico. Tanta repetición de datos (me pregunto qué habrá pensado el editor sobre el asunto), acaba por convertirlo en soporífero, y uno tiene en muchos momentos la tentación de pasar página en busca de un cambio de registro.

En mi caso, encuentro mucho más cercana, atractiva y conmovedora la historia de ese funcionario de bajo rango en el Ayuntamiento de Granada, padre primerizo y confundido, que todavía no ha asumido las exigencias y renuncias de la paternidad, y que al mismo tiempo sigue alimentando, casi de forma furtiva, ambiciones literarias y se sigue dejando seducir por la vida crápula del soltero, los delirios de la farándula provinciana y alcohólica y el cine clásico en blanco y negro.

Al echar la vista casi 30 años atrás, Muñoz Molina escribe las mejores páginas de este libro, que, como acertadamente sugiere el título, va de la fugacidad del tiempo y de la vida, de lo que fuimos y de lo que seguimos siendo, y de lo que ya no somos. "¿Qué podemos amar que no sea una sombra?", dijo Hölderlin. Ahí el protagonista es el joven escritor que termina, en los ratos de paz en que duerme su hijo recién nacido o en horas que le gana al sueño, una novela repleta de cinefilia, clichés y venerada bohemia. “Soy y no soy el hombre que viajó a Lisboa”, dice el autor a toro pasado, en pasajes que suenan a ajuste de cuentas consigo mismo. Antonio Muñoz Molina, el hijo de labriegos excepcionalmente dotado para la narración, vuelve a convertirse en uno de los mejores personajes del autor, algo que claramente vimos en Ardor guerrero, y también en El viento de la luna o El jinete polaco.

Muñoz Molina también nos da una clase magistral de escritura. Como la sombra que se va es una invitación al taller del escritor. En otro guiño moderno, Muñoz Molina nos cuenta la teoría literaria y el origen de personajes y situaciones de El invierno en Lisboa, la novelita con el que el joven padre de provincias se convierte de la noche a la mañana en un autor de éxito: vendiendo decenas de miles de ejemplares, ganando el Premio Nacional de Literatura y el de la Crítica y un poco más tarde siendo llevado al cine.   


En la parte final del libro, es el propio Luther King el que cobra protagonismo, y ahí el relato vuelve a coger cierto vuelo. Me interesa ese personaje de resonancias míticas (ésta vez sí), pero contradictorio. El Luther King que Muñoz Molina nos presenta es el gran líder de los derechos civiles en Estados Unidos, el hombre que pone en pie de guerra un país devastado por siglos de segregación y desigualdad. Pero también es un personaje con dobleces, que en su juventud estuvo a punto de renunciar a todo para convertirse en un acomodado profesor de universidad en la costa este y que en su momento de máximo esplendor mediático, cuando muchos ya lo veneraban, se entrega a los placeres terrenales, alimenta un romance con una colaboradora y difícilmente puede ocultar el hastío que le producen la política y la trepidante agenda pública,

Lisboa es el punto en el que convergen todas las historias de esta novela: la del asesino de Luther King en los remotos años sesenta; la del joven escritor de provincias que deja a su hijo recién nacido en Granada y acude allí unos días, a mediados de los ochenta, en busca de inspiración para una novela sobre músicos autodestructivos y relaciones abocadas al fracaso; y la del escritor consagrado y felizmente casado que vuelve a la ciudad de calles estrechas y fachadas cariadas por el salitre para revivir la peripecia de James Earl Ray y, de paso, encontrarse con el hijo que también ha recalado allí en la primera etapa de su independencia. Creo que este artificio lastra hasta cierto punto la novela, que queda demasiado encorsetada, pero también permite al autor crear una fábula sobre la fugacidad del instante, la importancia de lo fortuito y sobre ese siempre delicado momento que es llevar la vida, tal cual fluye, al papel.





2 comentarios:

  1. Buen comentario Juan. Como diría Silvio Rodríguez, Muñoz Molina se está haciendo viejo queriendo ir lejos con su corta visión. Atrapado en la fugacidad del instante, nuestro meticuloso relojero del tiempo, malgasta su inmenso talento literario en esta obra por pura falta de ambición. Las andanzas de Earl Ray carecen completamente de interés, por mucho que Muñoz Molina comprometa buena parte de su apabullante oficio en convencernos de lo contrario. Nuestro amado novelista está dotado con la capacidad técnica de los grandes genios de la literatura ¿logrará alguna vez convencerse de ello y regalarnos con una novela de verdad maestra?

    ResponderEliminar
  2. Yo no diría tanto, pero en lo sustancial, estoy de acuerdo contigo. Un saludo.

    ResponderEliminar