jueves, 26 de julio de 2012

La religión necesaria




A propósito de Religión para ateos, de Alain de Botton

En un país tan vehemente como España, hablar de religión (o de política) de forma serena es poco menos que imposible. A la que algunos te oyen decir que buscas un sentido trascendente a la existencia, no tardan ni un segundo en darse la vuelta o bostezar. Otros, sin embargo, van más allá y te tachan de retrógrado, fascista o mojigato.

Un mínimo común denominador de casi todas las familias de la izquierda local es su marcado anticlericalismo. No cabe duda de que las tropelías cometidas por la Iglesia Católica durante tantos siglos, o la connivencia que esa institución mostró con sátrapas y generales, están detrás del resquemor que todo lo religioso despierta en este país. Aunque, al decir verdad, ya va siendo hora de superar el atavismo, sobre todo por lo que nos jugamos.

Alain de Botton es un escritor -a medio camino entre el showman, el divulgador, el periodista y el ensayista (cóctel difícil de asimilar por estos pagos)- que toca muchos temas, pero que casi siempre acaba interesándome. Me leí de un tirón hace poco Miserias y esplendores del trabajo, donde ponía nombre y apellidos a las personas que están detrás de los procesos productivos que hacen posible la sociedad de consumo. Y he vuelto a caer con Religión para ateos, donde De Botton intenta convencernos de que hay muchos aspectos de la religión -en el catolicismo, pero también en el judaísmo o el budismo- que nos harían mejor como individuos y como sociedad. Son enseñanzas, ritos o costumbres, nos viene a decir, que no conviene olvidar porque sospechemos que Dios no existe, porque no encajen en nuestros esquemas ideas como las de una vida en el más allá o porque nos rechinen los elementos metafóricos y sobrenaturales que salpican la Biblia.  

El autor de Las consolaciones de la filosofía (2006) está convencido de que necesitamos recuperar el aliento moral y social que durante tantos siglos han aportado las religiones. La muerte de Dios certificada por Nietzsche y la autonomía moral que nos regaló la modernidad, ese convencimiento de que tenemos derecho a vivir como nos venga en gana, tienen sus contraindicaciones. De Botton, como tantos críticos de la Ilustración y algunos desencantados posmodernos, está convencido de que nos ahogamos en esa libertad que de forma tan dolorosa conquistaron nuestros abuelos. Hasta un filósofo tan poco sospechoso como Habermas ha alertado de los peligros que comporta la progresiva secularización de la sociedad.

“El peligro de una sociedad sin Dios es que no tiene a nadie que le recuerde lo trascendente, y por consiguiente, no nos prepara ni para la decepción ni para nuestra venidera aniquilación”, asegura De Botton, que nos anima a aprovechar ese sedimento social y ético tan trabajosamente acumulado por las religiones y que se cuela por cualquier rendija de la existencia.

El ideal romántico del creador original a toda hora (pero también sospechosamente egocéntrico) no vale como promotor de ideas morales precisamente por lo aislado de su intento. Después de miles de años de existencia, las religiones, a pesar de sus imperfecciones, siguen siendo hoy el mayor difusor de la moral y las buenas costumbres. En parte lo han conseguido por la homogeneidad de su mensaje. Justo como McDonalds sirve las mismas hamburguesas en todo el mundo, con ese punto característico de cocción de la carne y esa cantidad milimétrica de tomate y mayonesa, el clero se las ha ingeniado para dar un mensaje similar y muy asequible en cualquier parte de la ecúmene.

En una sociedad que se desmiembra y pierde el sentido de comunidad por fuerzas centrífugas poderosas como el capitalismo, el consumismo o la capacidad técnica, hoy es más necesario que nunca, a juicio del autor, mirar a la religión para recuperar el norte. El hombre es un ser que zozobra, que está confuso y que tiende al aniquilamiento. Las religiones rápidamente fueron conscientes de estas debilidades y armaron códigos de conducta y rituales de expiación.

De Botton se fija, por ejemplo, en el ritual de la misa dominical, que estrecha lazos, aplaca nuestro ego y mantiene la terapia de la confesión, pero también en ese arte religioso muchas veces excelso, pero siempre didáctico y asequible, que nos recuerda a cada paso nuestra pequeñez y las virtudes capitales. Hasta los calendarios y santorales valen para dar uniformidad a una vida que, de otra manera, caería en el abandono.

El autor propone incluso llevar los pensamientos de Montaigne o de Séneca al formato rítmico del espiritual dominical. Solo con estribillo y con una música pegadiza interiorizaremos tanta sabiduría. Cuesta aceptarlo, pero es una realidad que ni las más grandes novelas, ni los más excelsos dramas de Shakespeare nos harán mejores si su moraleja no se acompaña con el ritual machacón. Todo lo más, nos harán pasar un buen rato o nos convertirán en unos sesudos consumidores de productos culturales. Por eso al cristianismo nunca le importó sobrecargar al arte que patrocinaba de una fecunda labor docente y terapéutica.

“Las religiones dan equilibrio, consistencia y fuerza (orientada hacia el exterior) a lo que de otro modo siempre serían momentos íntimos, azarosos y de escasa importancia. Sustancian nuestras dimensiones internas, precisamente esas partes de nosotros que el romanticismo prefiere no reglar por miedo a coartar nuestros momentos de autenticidad”, nos dice De Botton ya al final del volumen.

Sospecho que el libro de De Botton irritará al ateo y al agnóstico convencidos porque apuesta por la omnipresencia de la religión en la esfera pública, aunque desprovista de sus presupuestos más dogmáticos. Pero también por esto último decepcionará al creyente, que verá en este reportaje bien documentado y entretenido de Alain de Botton un intento de fundar una religión “a la carta” y descafeinada.

No despertará simpatías en el católico practicante la deuda que confiesa De Botton con el sociólogo francés Compte, que a finales del siglo XIX puso las bases teóricas de la iglesia de la Religión de la Humanidad, un proyecto que nunca llegó a ser realidad, pero que tenía la misión de sustituir al clero tradicional francés por un ejército de sacerdotes laicos y que proponía que santos seculares como Descartes o Shakespeare tomaran el lugar de la iconografía cristiana de siempre.

En todo caso, y a pesar de los posibles reproches que se le puedan hacer al libro, creo que el punto de vista de De Botton es interesante y audaz, y debería ser leído en un país donde las discusiones sobre el papel de la iglesia casi siempre acabaron a machetazos, y todavía, en el civilizado siglo XXI, se siguen solventando a gritos.

Religión para ateos, de Alain de Botton, ha sido publicado por RBA y está a la venta a 19 euros


jueves, 19 de julio de 2012

Cuentos completos, de Rodolfo Walsh

Periodismo en tiempos de dictadura

Mariano Oliveros


A Rodolfo Walsh se le recuerda más por su insobornable dedicación al periodismo y su beligerancia política que por sus relatos y sus obras de teatro. Por supuesto, en ello tiene mucho que ver su trágico fin, ya que la dictadura militar argentina le hizo desaparecer en 1977 (como a tantos otros, recordemos, por ejemplo, al también malogrado Haroldo Conti, coetáneo de Walsh, y autor de la excepcional Sudeste), el día después de que el escritor remitiera a los medios de comunicación su famosa “Carta abierta de un escritor a la Junta Militar”, donde denunciaba la planificada toma del poder por parte de los militares y sus crímenes.

Walsh fue uno de los creadores del moderno periodismo de investigación: su reportaje narrativo Operación Masacre, que le costó años de trabajo y desvelos y donde describe el secuestro y fusilamiento, en 1956, de los civiles peronistas supuestamente implicados en la revuelta del general Valle contra la dictadura de la llamada Revolución Libertadora, encabezada por el general Aramburu, es considerado como el primer relato periodístico novelado, una historia de suspense que quizá hoy llamaríamos “thriller”.

La edición de los Cuentos completos preparada por la editorial Veintisiete Letras, que reúne de manera cronológica todos las narraciones breves de Walsh, desde los primeros y clásicos relatos policíacos (uno de los temas preferidos por Walsh), agrupados en Variaciones en rojo, hasta aquellos otros cuentos, brevísimos, con referencias ajedrecísticas, detectivescas, humorísticas o históricas, que fueron apareciendo de manera separada en revistas y periódicos argentinos bajo distintos seudónimos, nos permite apreciar de manera cabal la relevancia literaria del autor y su evolución creativa.

El extraordinario Nota al pie, una maravilla de treinta páginas que vale por toda una vida de dedicación al periodismo y la literatura, condensa las principales cualidades de los cuentos de Walsh: perfección formal (una de las grandes obsesiones de Walsh), precisión, economía de medios e implícita crítica social.

Esa mujer, otro de los relatos míticos del autor, consigue transmitirnos en tan solo ¡diez páginas!, a través de la enfermiza figura del coronel que custodia su cadáver embalsamado, la profunda huella que dejó en Argentina la muerte de María Eva Duarte de Perón (y que afectó también a Walsh, que llegó a planificar junto con Tomás Eloy Martínez, el creador de la alucinada y genial Santa Evita, la búsqueda del  cuerpo desaparecido de la “abanderada de los humildes”).


La serie de Los irlandeses, constituida por tres cuentos que describen la vida en un internado parecido a aquellos que acogieron a Walsh de niño, crea un mundo a la vez sórdido y épico, donde las luchas de los chavales entre sí y contra el sistema hostil que los acoge sirven de trasfondo a las reivindicaciones políticas del escritor. El último cuento de la serie y quizá el mejor, Un oscuro día de justicia, logra que el desazonado deseo de reparación que aflige a los internos antes los abusos de su guardián se convierta en una metáfora de la impotencia del pueblo antes los excesos de los poderosos.
Algunos de los relatos sueltos son, quizá, menos atractivos, por tratar temas muy trillados o por su formato de cuento clásico, pero, considerados en conjunto, los Cuentos completos demuestran la gran sabiduría literaria del “periodista” Walsh, lo que, para mi íntimo escarnio, constituye todo un descubrimiento.
Rodolfo Walsh
21,50 euros en papel
Editorial Veintisiete Letras
500 páginas   

lunes, 9 de julio de 2012

Edward Hopper en el Thyssen





En las salas refrigeradas del Museo Thyssen-Bornemisza de Madrid uno se da cuenta de que Hopper es mucho más que un icono de la cultura norteamericana. A pesar de su que su Nighthawks o Noctámbulos está estampado en millones de tazas de café de la cadena Starbucks, Hopper va más allá de esos artistas que, por estar en todos sitios o tener cientos de imitadores (y admiradores) en todos los terrenos del arte, se han incrustado en el paisaje físico y emocional de Occidente, pero a costa de quedar –de tan presentes- vacíos de sentido.

La exposición que le dedica el museo de la baronesa es bastante ambiciosa (más de 70 cuadros, aunque echo de menos el enigmático New Yok Movie) y muestra al observador melancólico de la gran ciudad, pero también a un pintor fascinado por la luz y el paisaje y a un creador de audaces encuadres (Casa al anochecer, 1935). 

Hopper es uno de los primeros artistas estadounidenses que superan el complejo de inferioridad que sus paisanos tenían frente al (gran) arte europeo. Por la misma época que la agitación de la ciudad de los rascacielos fascinaba a García Lorca y a los modernos, Hopper ya hacía el viaje de vuelta. El joven Hopper regresa de Europa, del París bullicioso y encantador de los impresionistas, y encuentra el material de su obra en el mundo sin glamour que dejó atrás en su infancia. Nos presenta un Nueva York masivamente urbano, un bosque de edificios y estructuras metálicas, sí, pero extrañamente silencioso y despojado. En sus visiones desde los altos del puente de Williamsburg, desde un andamio o desde el paso elevado de un tren o una autopista, la mirada que aplica es ascética.

Se dice que es un pintor de la soledad y la ausencia. Ya en las primeras escenas de París, alrededor de Notre Dame o en el Sena, los paisajes están despojados de presencia humana. En 1913 pinta una esquina de Nueva York donde los escasos transeúntes que pasan por delante de un espectáculo avanzan como una marcha fúnebre. Se suceden las hileras de bloques de apartamentos o las visiones horizontales de acomodadas casas victorianas, pero sin rastro de sus moradores.

Sin embargo, uno de sus grandes intereses está en el tiempo, y en su principal derivada pictórica, la luz. Uno de los primeros cuadros con los que uno se topa en la exposición del Thyssen-Bornemisza de Madrid es el detalle de una escalera semioscura en París. Hopper, que está formándose como pintor, adelanta en ese cuadrito que no es mucho más grande que un folio los grandes temas que le iban a ocupar en su madurez. Hopper es un pintor de la luz y la sombra geométrica y opaca que caen sobre el asfalto de la ciudad y sobre esos jardines vallados tan del gusto de la costa este, o que se cuelan en esas oficinas y estancias desnudas donde el tiempo parece detenido. 

La presencia humana solo está sugerida en muchos de sus cuadros. En ocasiones, alguien, enmarcado por el quicio de una ventana, nos mira desde la lejanía con el fin último de evitar la despersonalización total de la pintura, con el propósito de dar el mínimo contrapunto emocional a una visión ascética del mundo y de la vida. Observando los cuadros de madurez de Hopper exhibidos en el Thyssen-Bornemisza, uno no puede dejar de preguntarse quién habitó esas casas, quiénes empujaron tantas mañanas esas puertas camino a su trabajo y se aliviaron del calor húmedo de la coste este en la penumbra del porche que ahora se nos presenta desierto. ¿Quiénes son los Lombard o los Abbot cuyas casas tanto interesaron al artista, o esa Marty Welch que también tuvo la suerte de quedar inmortalizada porque su domicilio, no sabemos muy bien por qué, llamó la atención de Hopper?

En su última época, Hopper por fin empuja la puerta de esas arquitecturas que a sus paisanos resultaban tan anodinas, y nos muestra a esos seres que antes, reconcentrados o distraídos, nos miraban desde la lejanía. Pero Hopper sigue sugiriendo, dando pistas, nunca conclusiones. Una oficina o una habitación de hotel se convierten en testigos silenciosos de una rutina, un drama o un momento de goce que no se nos revelan del todo.



Sus cuadros más íntimos, como Habitación de hotel, de 1931, son una historia apenas esbozada. Queremos saber qué lee esa chica sentada al filo de la cama y con las maletas a medio deshacer: ¿Será una carta de amor, el diagnóstico de un médico que cuesta aceptar, la noticia de la muerte de ese padre al que lleva tanto sin ver o simplemente una factura onerosa que esta a punto de romper su precaria economía?


En Hotel junto al ferrocarril, de 1952, la protagonista es una pareja madura. Él fuma un cigarro con aire distraído. Ella lee un libro al fondo de la habitación. Uno intenta otra vez darle continuidad narrativa al conjunto: ¿De dónde viene esta pareja? ¿a dónde van? ¿qué les retiene en esa austera habitación donde tal vez el estruendo de las locomotoras esté rompiendo el silencio que le suponemos a la escena? Con los cuadros de Hopper uno no tiene mas remedio que implicarse y buscar sentido más allá de lo visible.


No es de extrañar que su pintura tuviera en esos momentos y en las décadas siguientes tanta repercusión en el cine. Pienso en directores como Malick y Mamet, que han convertido la derrota en protagonista, pero también en creadores de atmósferas como Ridley Scott o Sam Mendes, o en maestros de la elipsis como Terence Davis o Aki Kaurismaki, o en el mismo Hitchcock, que llegado el momento se obstina en mostrar la endeblez del sueño americano (¿quién puede evitar pensar en Psicosis cuando tiene en frente La casa junto a la vía del tren, de 1925?).

Se suele decir que Hopper materializa en sus lienzos la soledad del hombre moderno, ese que, por más que viva en ciudades atestadas y en bloques que se asemejan a colmenas, es incapaz de comunicar o prefiere guardar distancia. Sin embargo, ¿quién nos asegura que esos hombres y mujeres de Hopper, lejos de sufrir el ostracismo u optar por la autoexclusión, no están simplemente disfrutando del momento, quizá una rutina añorada o un instante de sosiego inesperado?

Intuyo que es gozo lo que experimenta esa chica que en Manaña en la ciudad (1944) calienta sus muslos con la luz mañanera que entra en su habitación al tiempo que contempla los tejados desde su ventana o quizá otea para descubrir un trozo azulado del Hudson que se cuela entre las torres de apartamentos. Quizá el mismo sentimiento que embarga al empleado de gasolinera que es perturbado por su mujer en Autovía de cuatro carriles (1956) mientras observa la puesta de sol o mira con desgana a un coche que se acerca para repostar. 



domingo, 1 de julio de 2012

Buenas noticias




Con un hilito de voz casi imperceptible (en este caso un conciso e-mail que deja en el aire muchos interrogantes, como el apoyo que tendrá de su patrono), Revista de Libros, la publicación de la Fundación Caja Madrid que las navidades pasadas tenía que echar el cierre, nos dice que estará de vuelta en septiembre. La verdad es que no esperaba que esta gente se recompusiera, sobre todo cuando Caja Madrid lleva meses en la picota y parte de su obra social está amenazada de muerte. En fin, una buena noticia en un momento tan duro e incierto.  

Este es el texto que mandan y que piden que se difunda lo más posible 



Bienvenidos a la Nueva Edición Digital de Revista de Libros Revista de Libros reinicia su marcha, casi un año después del cierre de su edición impresa. El próximo mes de septiembre la revista regresa en formato digital y con la misma calidad de siempre. Queremos continuar transmitiendo, a través del comentario bibliográfico, opinión cultural de altura a un público formado y con intereses más amplios que los correspondientes a su especialidad. Nuestros colaboradores, tanto españoles como extranjeros, son especialistas en cada tema y aportan un punto de vista más amplio que el de la pura divulgación cultural. Nuestro objetivo sigue siendo servir de cauce al debate riguroso. Para ello, contaremos con nuevas secciones y contenidos, sin perder el rigor característico de los artículos. Como principal novedad con respecto a la anterior edición digital de Revista de Libros, todo el contenido será publicado en abierto.Les damos las gracias por seguir acompañándonos en esta nueva etapa. Reciban, una vez más, nuestra más sincera bienvenida a este entorno digital. Les mantendremos informados puntualmente del lanzamiento de la nueva edición digital, que cuenta con la colaboración del Colegio Libre de Eméritos. Quedamos a su disposición para cualquier consulta. Atentamente,
                        Revista de Libros