Cosa rara: escasa lluvia en la Feria del Libro de Madrid. El sol ha lucido casi siempre en la edición de este año, dejando entrever ya los rigores de esa canícula mesetaria que ni los frondosos y centenarios árboles del Retiro lograrán mitigar a partir de julio.
Muchos buscan perezosamente algo que llevarse para leer en verano en los cientos de casetas instaladas en el Paseo de Coches. Verlos y ver a los libreros y ayudantes de libreros detrás de los mostradores pasar el tiempo mirando distraídamente el móvil o atendiendo la conversación de un potencial comprador contagian tranquilidad. Paseo por la feria en día laborable, sin las aglomeraciones del fin de semana. Los autores que se sientan obedientemente en un extremo de la caseta bajo un rótulo con su nombre y detrás de una pila de ejemplares de su último libro se vuelven invisibles para la gente que se acerca. Otra vez el móvil y sus constantes reclamos llenan las horas de soledad del escritor que va a firmar sus ejemplares. Alguno relee su ensayo o su novela, quizá señalando erratas que nunca llegarán a eliminarse.
Otro año ha pasado y no he leído los muchos libros que en la última feria pasaron por mis manos y quedaron grabados en esa larga lista mental de lecturas pendientes (puro ejercicio de voluntarismo). El trabajo (más incierto que nunca), la familia y la lectura de los periódicos y de los libros de coyuntura han acaparado todo el tiempo. Bueno, también he echado las horas en el deporte televisado, orgía de nuestro tiempo, y en dar unas carreras por el parque.
Paseando por la feria uno se da cuenta de que, por sus preferencias, vive en un barrio muy pequeño de la literatura. Que si prefiero la novela al ensayo, que si mejor los contemporáneos que los clásicos, que si leo prosa y no intrincada poesía (¿quién lee poesía en este país? Alguien debe hacerlo porque sino no se entienden la testarudez de la gente de Visor o Hiperion), que si mejor libros de letras que complejos manuales de ciencias o negocios, que si prefiero a los extranjeros (y consagrados) y aborrezco a los nacionales (y noveles), que si mola más el comic que el cuento, que si el libro de autoayuda y no el tratado de filosofía o religión...
Este año no tuve entre mis manos Hambre, de Knut Hamsun (Ediciones De La Torre). Mi intención era comprarlo porque no pocas veces lo he ojeado e incluso he hecho amago de quedármelo. Siempre me pasó que, por el precio (lo confieso: 15 o 20 euros por un libro en ocasiones me parece mucho) o por la impertinencia que supone leer a un autor nórdico que cuenta una historia de desgarrado solipsismo, acabé devolviéndolo al expositor. Este año, en lugar de Hambre me encontré en casi todos sitios algún título del periodista andaluz Manuel Chaves Nogales, que ha vuelto a editar con esmero Libros del Asteroide.
En la Feria del Libro de este año pasaron por mis manos algunos libros que, para no romper la tradición, no me llevé (otra vez el euro fue más fuerte que la voluntad). Son títulos que, además, han vuelto a engordar esa lista de lecturas pendientes que nunca haré, pero que conviene tener, por si alguien pregunta y por si acaso.
Religión para ateos, de Alain de Botton (RBA). Este hombre casi siempre escribe de cosas que me interesan. Ahora propone un acercamiento a la trascendencia que supera el habitual enfrentamiento entre fundamentalistas y no creyentes.
Un año en el otro mundo, de Julio Camba (editoral Rey Lear). Al joven e irónico periodista gallego lo envía el ABC a Nueva York porque antes el Gobierno alemán se había quejado de sus crónicas desde Berlín. Desde allí, pone al tanto a sus lectores de la vida de los estadounidenses, con un lenguaje corriente y con ciertas dosis de acidez. Corría el año 1916.
Danubio, de Claudio Magris (Anagrama). Es otro de los que siempre pasan por mis manos y nunca acaban en la mochila. ¿Por qué será? Aquí no es cuestión de precio, porque está desde hace tiempo en edición de bolsillo. Esa literatura a medio camino entre la reflexión histórica y filosófica y el libro de viajes, y construida a base de anécdotas aparentemente deslabazadas me interesa. Me he prometido leerlo una tarde de estas.
Algún libro del mártir Dietrich Bonhoeffer (editorial Sígueme). El pastor luterano que fue asesinado por el nazismo y que denunció la actitud gregaria de la iglesia alemana de la época también es un fijo en mi lista de pendientes.
El desierto de los tártaros, de Dino Buzzati (editorial Gadir). Me llama sobre todo la atención la bella edición que ha sacado Gadir, que se está haciendo con una buena selección de las letras italianas del siglo XX.
La lluvia antes de caer, de Jonathan Coe (Anagrama). Literatura de madurez, dijeron, de l´enfant terrible de la literatura británica. Historia íntima de tres generaciones de mujeres en la Inglaterra rural de la posguerra.
El diario de Ana Frank (editorial DeBolsillo). Lectura tanto tiempo pospuesta. No lo leí en la EGB o el bachillerato, cuando era casi obligatorio, y dudo de que lo haga ahora. Supongo que mi hijo me pedirá más pronto que tarde que lo comentemos.
A sangre y fuego, de Manuel Chaves Nogales (Libros del Asteroide). Como decía, es la revelación de la feria. Los libros del periodista sevillano, que mantuvo la cordura en un país abocado a la guerra civil, están por todos sitios. Es una gloria tardía, pero supongo que provechosa para los que no lo hemos leído.
Años lentos, de Fernando Aramburu (Tusquets). Otro que tiene el coraje de hablarnos de los orígenes del nacionalismo intransigente de ETA en los años 60 y que también propone una reflexión sobre los propios mecanismos de la novela gracias a los apuntes del escritor que acompañan cada capítulo.
El extranjero, de Albert Camus (Galaxia Gutenberg). Otro texto mítico que me lleva, sin quererlo, a los años de descubrimiento de la adolescencia. Para mí es como una brisa fresca. La edición, en este caso, es de lujo (marca de Galaxia): viene con ilustraciones de Úrculo y epílogo de Vargas Llosa.
El mundo de ayer, de Stefan Zweig (Editorial Acantilado). Decenas de veces he tenido este libro en las manos, pero creo que acabaré comprándolo y manteniéndolo en mi biblioteca. Una memoria intelectual (que no sentimental) de un judío que se suicidó en 1942.
Finalmente compro Homicidio (Editorial Principal de los Libros), monumental novelón policiaco de David Simon que es el germen (así lo dice el editor en la misma portada) de la serie televisiva The Wire. En principio, me llevo muchas horas de felicidad. Ya veremos.
PS: El tsunami del libro electrónico está a punto de arrasar buena parte del mundo editorial como hoy lo conocemos. Sin embargo, los libreros y las editoriales de Madrid siguen enterrando la cabeza en la tierra. Sin noticias de los nuevos formatos en los cientos de casetas del Retiro.
Desde Barcelona, Seix Barral, Anagrama o Tusquets cambiaron para siempre el panorama editorial en España en la década de los 60 y 70. Hoy, de forma más sigilosa y políticamente difusa, editoriales como Páginas de Espuma, Nórdica, Periférica, Errata Naturae, Menos Cuarto, Gadir o Minúscula dan otra vuelta de tuerca.
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