William Trevor no es precisamente un chaval. Sin embargo, la
creatividad no es una prerrogativa juvenil, como demuestra el hecho de
que a sus ochenta y un años (hace ya tres) y con todo dicho (es autor
de una amplia obra, de gran calidad literaria, que incluye relatos
cortos, obras de teatro, novelas, ensayos y hasta libros infantiles),
este tímido abuelito de origen irlandés residente en Inglaterra,
reacio a las entrevistas y tan aficionado a la jardinería como
cualquier otro ciudadano británico que se precie, todavía fuera capaz
de escribir una historia tan exquisita como Verano y amor.
El estilo depurado de William Trevor, basado en hacer desaparecer todo
lo superfluo a base de revisar, cortar, afinar y rehacer una y otra
vez lo escrito, alcanza en Verano y amor una gran maestría. La
historia principal que se nos narra en la novela, el amor
imposible entre dos jóvenes (Ellie y Florian), ha sido contada una y
otra vez a lo largo de la historia de la Literatura y su escenario, la
Irlanda rural tradicional de la que procede William Trevor, con sus
restricciones morales, su vida sencilla y su apego a las costumbres,
parece, en principio, anodino y engañosamente exento de emociones. En
ese forzado contexto, el devenir de los acontecimientos es sutil y la
narración se desenvuelve morosamente en las primeras páginas.
Sin embargo, poco a poco, con delicada sensibilidad, mientras nos
describe de manera que resulta casi poética por su ausencia de
afectación, la vida cotidiana del pueblo de Rathmoye, Trevor gana
nuestro interés introduciéndonos en el destino entrecruzado de los
distintos protagonistas, que, sometidos al cruel escrutinio público en
un mundo cerrado de mentalidad provinciana, sufren interiormente por
sus secretos, sus culpas y sus remordimientos.
La clave de la historia se encuentra, precisamente, en la pesada carga
de las obligaciones, la moral y el pasado individual, que atan a Ellie
a Rathmoye tanto como empujan a Florian a huir y que condicionan al
resto de personajes, soberbios en su sencillez, en sus desoladoras o,
simplemente, vulgares vivencias.
Como afortunado poseedor de una genuina curiosidad por los
sentimientos de las mujeres, esa escasa virtud masculina (que, sin
embargo, derrochaba el abuelo de Amos Oz, según nos cuenta en una
Historia de amor y oscuridad), Trevor es especialmente brillante en la
construcción del personaje encarnado por Ellie, una mujer atrapada en
las consecuencias de su orfandad, que dirigen su vida. Sus quehaceres
cotidianos, su relación amorosa, la manera en que se integra en la
sociedad de Rathmoye… son descritos con el pulcro y afinado oficio del
autor enamorado de su creación.
Para que no falte nada, el desenlace final es sorprendente y, sin
embargo, coherente con los conflictos morales de los protagonistas,
que tanto importan a su autor, lo que concede a la novela una notable
sensación de solidez, de obra meditada y bien estructurada.
Verano y amor demuestra que el solipsismo no sólo no es estrictamente
necesario para la creación literaria sino que resulta más bien una
carga: el buen escritor precisa de una gran curiosidad por los
sentimientos ajenos, de una empatía inagotable y de una capacidad de
comprensión y de piedad infinitas por las debilidades y las pasiones
humanas, cualidades que William Trevor ha atesorado en su longeva existencia.
Verano y amor
William Trevor
218 páginas
15,90 euros en papel
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