domingo, 2 de septiembre de 2012

Vida y muerte en el Tercer Reich, de Peter Fritzsche




Por Mariano Oliveros

Desde que Hannah Arendt escribiera Eichmann en Jerusalén, hace ya 50
años, la discusión sobre la responsabilidad de la sociedad alemana, y
la individual de sus ciudadanos, en la ascensión y el auge del nazismo
y en la aplicación de su atroz programa de exterminio racial, ha dado
lugar a agrias polémicas. Aunque Hannah Arendt siempre rechazó el
concepto de culpabilidad colectiva (“donde todos son culpables, nadie
lo es”), sí creía en la existencia de una responsabilidad política o
colectiva (“yo debo ser considerada responsable por algo que no he
hecho y la razón de mi responsabilidad ha de ser mi pertenencia a un
grupo, un colectivo, que ningún acto voluntario mío puede disolver”).

La tesis de Arendt es compartida por Peter Fritzsche, profesor de
Historia en la Universidad de Illinois, que en Vida y muerte en el
Tercer Reich
analiza en profundidad “el esfuerzo que los alemanes
realizaron para convertirse en nazis” mediante el examen del
“atractivo de las ideas nacionalsocialistas (el deseo de adoptar los
estándares de conducta nacionalsocialistas, pero también lo difícil
que resultaba hacerlo) y en qué medida los alemanes tomaron decisiones
políticas de forma deliberada, consciente e informada durante el
Tercer Reich”. Las páginas de este fascinante libro se centran, por
consiguiente, en la “colaboración audaz, homicida y autodestructiva en
el nombre de una nueva Alemania” que fue ejercida por la ciudadanía
alemana durante ese terrible periodo de la historia de Europa.

Tras los ríos de tinta que han fluido sobre el mismo tema, la novedad
(relativa) del enfoque de Fritzsche reside en el exhaustivo empleo de
la correspondencia privada y de los diarios personales de los propios
alemanes de la época, de los que el autor extrae referencias
impagables sobre el clima social en el que prosperó el nazismo (uno de
los diarios que más cita es el muy conocido de Víctor Klemperer). Así,
las conocidas consecuencias del abusivo Tratado de Versalles, el
ambiente de humillación, traición y fracaso y el deseo de revancha
alemán de entreguerras, el desarrollo y el posterior colapso de la
República de Weimar en paralelo al encumbramiento de Hitler, se
vuelven más comprensibles cuando su descripción se acompaña de la
opinión desnuda de los ciudadanos comunes.

El deseo de un renacer económico y colectivo, en una Alemania fuerte y
unida, fue perfectamente aprovechado por los nazis, que ofrecieron a
la sociedad un modelo idealizado de patria austera en las costumbres y
ambiciosa en los objetivos, sobre la base de un antisemitismo radical,
aunque al principio sólo programático. Las mejores páginas del libro
describen con detalle cómo los nazis, mediante una mezcla de
propaganda, actuación social y agresividad política, fueron
extendiendo, en toda la vida pública y privada, su deformada visión de
la superioridad racial aria y la nefasta idea de la “nación en
peligro”, hasta obtener, prácticamente sin oposición, si no la
aquiescencia, sí al menos los sentimientos favorables de la gran masa
del pueblo alemán. 

La necesidad de conseguir un ansiado “espacio vital” que garantizara seguridad 
y progreso para Alemania acabó en la aceptación social de la beligerancia hostil 
frente otras naciones que condujo a la Segunda Guerra Mundial y, al fin, a la idea 
de la “guerra total” que Goebbels expresara en su famoso discurso de 1943 en el
Palacio de los Deportes de Berlín.

Vida y muerte en el Tercer Reich documenta, asimismo, el proceso,
iniciado a partir de la derrota de Stalingrado y de la contraofensiva rusa, 
por el que los alemanes, progresivamente, se fueron sintiendo, de nuevo, 
traicionados, y, pese a su condición de colaboradores necesarios y agentes efectivos 
en la guerra, pasaron a considerarse a sí mismos exclusivamente como víctimas, 
primero del deseo de venganza y de la brutalidad de los “bolcheviques” y, muy al
final, del aparato nazi. 

Tal sentimiento incluyó en la opinión de muchos ciudadanos y contra toda
evidencia, la exculpación de la Wehrmacht, en su ficticia condición de fuerza 
armada intachablemente dedicada a la consecución de los ideales de la patria 
y separada de la estructura de poder nacionalsocialista.

Por otro lado, la extendida falacia de que la mayor parte del pueblo
alemán no tuvo conocimiento del Holocausto, es rebatida de manera
explícita por Fritzsche que, apoyado en los documentos privados que se
conservan, revela que, por mucho que los pormenores de la “Solución
Final” no fueran conocidos en detalle por los ciudadanos durante su
ejecución, era imposible ignorar el destino que se reservó a los
judíos a partir de 1941.

La terrible conclusión de Fritzsche es que en la Alemania
nacionalsocialista no existía una distinción entre las “personas
normales y corrientes” y los nazis, puesto que los dos colectivos
estaban entremezclados. Sin embargo, como recuerda Fritzsche, los
alemanes tendieron a indultarse tras el fin de la guerra por cuanto
quisieron creer, en palabras de Konrad Adeanuer, que “la abrumadora
mayoría del pueblo alemán abominó de los crímenes cometidos contra los
judíos y no participó en ellos”, lo que se concretó, incluso, en una
amnistía judicial general declarada formalmente por el Bundestag en
1951.

En conclusión y aunque Fritzsche constate que “parte del conocimiento
de la vida y la muerte en el Tercer Reich es el carácter siempre
incompleto de las explicaciones”, su libro nos ofrece una reveladora
síntesis de las razones sociales del éxito del nazismo.



Vida y muerte en el Tercer Reich
Peter Fritzsche
28,50 euros (papel)
Editorial Crítica
360 páginas




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