viernes, 2 de marzo de 2012

Non fiction novel




A propósito de las Historias de Ignacio Martínez de Pisón


De adolescente uno siempre pensó que la literatura con mayúsculas debía ser un torturante ejercicio de solipsismo. Para dar cuenta del desgarro que produce el paso del tiempo, la angustia de la existencia o la contrariedad del amor. El autor total era el que creaba un universo a partir de sus miserias. Así, uno se hizo sin querer, en esos tiempos de iniciación, un entusiasta de Unamuno, de Camus, de Bukowski o de García Márquez, que se inventa un mundo emocional y físico él solito.

Luego uno se da cuenta que la literatura puede ser algo más (o menos, según se mire). Ese solipsismo tan seductor de la adolescencia lectora se vuelve una limitación. Es verdad que el mundo cabe en una triste habitación de hotel, pero uno sospecha que más allá de esas cuatro paredes, ahí fuera, en la sociedad y en la vida, hay mucho material para un buen libro. Truman Capote es un buen ejemplo. En A Sangre fría, donde eleva el periodismo a género mayor, su ombligo pinta mucho menos que el de los asesinos Dick Hickock y Perry Edward Smith, o que el de los cuatro miembros de esa familia que nada más empezar el relato se ventilan en un pueblito de Kansas.


Todo esto me vino a la cabeza unos días atrás mientras escuchaba a Ignacio Martínez de Pisón en la Fundación Juan March. En una novela de juventud de la que reniega, Martínez de Pisón se sorprende escribiendo sobre la peripecia sentimental de unos jóvenes durante el 23-F, pero sin hacer referencia a la España convulsa de la Transición. Ese alejamiento escama hasta tal punto al autor que, a partir de ahí, da un giro y, poco a poco, la realidad y la Historia (con mayúsculas en muchos casos) empiezan a contaminar ese discurso más íntimo de amores contrariados y disputas paterno filiales.


En Carreteras secundarias, Martínez de Pisón empieza esta maduración. “La realidad te da más material que la más potente imaginación”, decía. Aquella road movie protagonizada por un adolescente solitario y un padre con aires de perdedor que viajan a la deriva en un Citroën Tiburón, su única propiedad, sirve al novelista para airear dramas personales, pero también para dar cuenta de lo que fue este país contradictorio en el último franquismo. Más tarde, en El tiempo de las mujeres nos trae la historia de tres hermanas que tienen que responder al duro golpe, relatado en las primeras páginas, que supone la muerte de su padre. Otra vez, Martínez de Pisón trasciende el drama familiar para simbolizar una sociedad que busca su madurez y que tiene que empezar a caminar sola después de décadas de dictadura.



Sin embargo, su novela más histórica y menos “personal” llega un poco más tarde. Enterrar a los muertos está basada en un hecho real. Wikipedia dixit: el célebre asesinato de José Robles Pazos, republicano convencido y traductor, y su investigación por parte del novelista John Dos Passos, de quien Robles había traducido al español Manhattan Transfer. Robles, que no dudó en julio de 1936 en ponerse al servicio del gobierno republicano, fue detenido en Valencia por los servicios secretos soviéticos y desapareció sin más explicaciones. Dos Passos no supo de su asesinato hasta abril de 1937, cuando se encontraba en España colaborando en un documental de propaganda republicana. Empeñado en averiguar la verdad, chocó contra una tupida conspiración de silencio y mentiras. Para los mitómanos, hay que decir que el episodio arruinó la relación de Dos Passos con Hemingway.

“Con esta novela me di cuenta de lo fácil que es hoy investigar las cosas. Los archivos están abiertos y la gente dispuesta a contarte cosas”, contaba el novelista para quitarle importancia a la que muchos consideran su mejor novela (o mejor, a lo Capote, non fiction novel). Una curiosidad: una de las mayores revelaciones para Martínez de Pisón llegó cuando los documentalistas de la Universidad Johns Hopkins de Baltimore, donde había dado clases el malogrado Robles, le enviaron, en respuesta a un e-mail, un sobre con toda su correspondencia, al precio, eso sí, de 10 centavos por hoja en concepto de gastos de impresión. Adiós al mito del novelista atormentado que vive literariamente de su propio drama. Aquí el drama viaja en paquete de Fedex y lleva membrete universitario y la firma de una aburrida funcionaria.

En Enterrar a los muertos, el novelista se quita literalmente de en medio y deja que sea la realidad y el hilo de la investigación la que hagan avanzar el relato. Otra vez Capote. Es algo parecido a lo que se ha podido ver últimamente, y con buenos resultados, en Cercas (Anatomía de un instante) o en Isaac Rosa (El vano ayer). “No podía hacer novelería de algo tan serio y grave como lo que había pasado a Robles y a su familia”, decía Martínez de Pisón en la Juan March. 

Dos de sus últimas novelas -Dientes de leche y El día de mañana- me parecen interesantes por un motivo: Martínez de Pisón huye de algunos lugares comunes de la novelística de la guerra civil y del franquismo y rescata episodios olvidados del lado de los vencedores. Como hiciera Cercas en Soldados de Salamina, rompiendo un tabú en autores supuestamente de izquierdas, Martínez de Pisón encuentra materia novelesca de altura en el lado fascista, y lo hace sin sonrojos y sin pedir disculpas. En El día de mañana, el protagonista es un soplón de la Brigada Político Social. En Dientes de leche, el centro del relato es Raffaele Cameroni, un italiano que llega a España en 1937 para luchar como voluntario en el bando franquista. Como recordaba el otro día en el abarrotado salón de actos de la Juan March, donde doscientas personas –muchas ancianas- le escuchaban con atención, las Brigadas Internacionales movilizaron a 30.000 combatientes, pero los fascistas italianos llegaron a 80.000. “De unos se ha escrito muchísimo, de los otros no se escribió nada”. En esas andamos.    

En cualquier caso, la huida de Martínez de Pisón de “lo literario” (¿por qué será que siempre que escribo este adjetivo pienso en Ruiz Zafón?), y su interés cada vez mayor por la Historia, por el testimonio de sus protagonistas y, en general, por la sociedad española de los últimos 50 años, no impiden que sus páginas estén llenas de sutilezas que dan cuenta de las tragedias humanas y familiares que siempre nos han interesado, desde el tiempo de los griegos. Sus personajes trascienden su intimidad e iluminan aspectos poco transitados de la historia de este país en el último siglo. Era, en su opinión, una exigencia moral.




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