miércoles, 5 de junio de 2013

Manuel Vicent y los azares de la Historia



A propósito de la lectura de El azar de la mujer rubia


Como en su anterior libro, Aguirre, el magnífico, esa particular crónica del último franquismo a través de la peripecia del Duque de Alba, Vicent vuelve a mezclar realidad y ficción en un juego literario donde es imposible saber dónde empieza una y acaba la otra.

Sin embargo, mientras que en Aguirre había una visión ácida y corrosiva del personaje y de su entorno –algunos hablaron de un ajuste de cuentas y la Duquesa llamó envidioso al autor y dejó el librito a la altura de una hez-, en El azar de la mujer rubia la escritura de Vicent es compasiva. El autor reflexiona sobre la España de las últimas cuatro décadas desde la mirada perpleja de dos fantasmas: un Adolfo Suárez que anda perdido entre las brumas de su enfermedad y una enigmática y rediviva Carmen Díez de Rivera, supuesta muñidora de la relación entre el político abulense y el Rey.    

Conviene aceptar el juego que nos propone Vicent porque vale la pena. Una vez uno empieza el libro no puede dejarlo hasta el final. Pero echo en falta más desarrollo en algunos puntos. Vicent nunca a ha sido un corredor de fondo y siempre parece tener prisa por acabar. Como en sus columnas periodísticas, en El azar de la mujer rubia se obliga a condensar hasta el extremo la información y los detalles que maneja.  Es su estilo: bello, preciso y, como el de Valle Inclán, deformante. Sin embargo, ese mismo estilo le lleva a pasar de puntillas por episodios clave de la historia de este país y hurta al lector una mejor comprensión y alguna página más de deleite.



El armazón de El azar de una mujer rubia son unos cuantos hechos históricos conocidos y algunos chascarrillos de dominio público. No hay mucha más información en la novela sobre Adolfo Suárez y Carmen Díez de Rivera que la que hay disponible en las biografías que les recuerdan en la Wikipedia.  

Vicent se vale del punto de vista de un Adolfo Suárez anciano, desmemoriado y perplejo. Es ese Adolfo Suárez que en una tarde de julio de 2008 recibe al Rey en su casa para recibir la condecoración de más alto rango y, con aire ausente, le espeta: “No te conozco, no sé quién eres, pero creo que te quiero”.  

Las ensoñaciones de Suárez y de Carmen Díez de Rivera, una mujer que ejemplifica mejor que nadie las contradicciones de la historia de España (fue hija no reconocida de Ramón Serrano Suñer, se recluyó en un convento a los 17 años al no poder consumar su relación con un hermanastro, huyó a África, reapareció para convertirse en secretaria de Suárez  cuando éste era director general de TVE y un político al alza, y acabó colaborando con Tierno Galván y siendo eurodiputada por el PSOE), no solo sirven para iluminar los claroscuros de la incipiente democracia, sino también para denunciar el delirio posterior, que tuvo como epítome la fastuosa boda de la hija de Aznar en Escorial, que marca el fin de la fiesta y el comienzo de la pesadilla que hoy nos quita el sueño.
 
Antes, la memoria nebulosa de Suárez y la prosa certera de Vicent nos llevan a la legalización del PCE, el 23-F, la guerra sucia contra ETA, la foto de las Azores o la caída de Lehman Brothers. 

El azar de la mujer rubia sirve también a Vicent para reivindicar la figura de los políticos de la Transición, hombres (y mujeres en este caso) que tuvieron que tomar decisiones y dar la cara sin el respaldo del partido y de los complejos aparatos burocráticos en que hoy se guarecen los políticos de este país. Vicent puede haber caído en una visión reduccionista e idealizadora del pasado, pero es una impresión que seguramente compartirán muchos de los que hoy lean su libro.



    

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