martes, 11 de junio de 2013

En la Feria del Libro de Madrid




En primer término, en las casetas de la Feria del Libro de Madrid, los libros, primorosamente editados algunos, bastante dignos el resto. Clásicos, contemporáneos, novelas, ensayos, autoayuda, poesía (no mucha), manuales de economía y de negocios, esotéricos, históricos, para niños, para coleccionistas, de fotografía, de deportes…

En segundo término, los libreros y los editores, allí, de pie derecho, abanicándose y demostrando que la literatura, incluso la más grande e intemporal, está ahí, en las casetas de la Feria del Libro de Madrid, gracias al trabajo callado y sin brillo de un batallón de gente y colaboradores (unos con contrato y bien pagados y otros sin él y que van casi por amor al arte, freelance con ganas de aprender o de ganarse unos euros en tiempos de apreturas).

Mientras bajo la vista y la fijo en las portadas relucientes de los libros, y finjo que sólo ellos me interesan, me llegan trozos de conversación o de llamadas telefónicas de los pacientes libreros: que si hay que pedir un taxi para traer a fulanito o menganito del aeropuerto, que si hay que reservar un par de noches más en el hotel o en la pensión, que si hay que avisar a la furgoneta para que repongan no sé qué título que se ha acabado… Es la trastienda de la literatura (grande, pequeña, mediana).

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Una chica hojea un libro. Luego mira a un lado y al otro. Debe estar indecisa y probablemente sienta un cosquilleo en el estómago. Pregunta el precio del volumen que tiene entre las manos: 17 euros. Levanta la cabeza y se fija en el número de la caseta, como queriendo memorizarlo. Quizá para venir otro día. Se va sin nada.  

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En otro tiempo, en esta feria, a principios de junios que recuerdo mucho más cálidos y sofocantes que el de este año, a la sombra de un pino del Retiro, solía quedar con un amigo para hablar de libros, del trabajo y de mujeres irresistiblemente idiosincráticas e imposibles.   

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Algunos libros que han pasado por mis manos mientras, pero que no he comprado. Por si a alguien le sirven para dar con una buena lectura.

Del amor, de Alain de Botton (RBA). Un mapa de los sentimientos amorosos. Un libro de un tío muy dotado para enlazar la vida cotidiana con las grandes corrientes estéticas, filosóficas o religiosas.

Cómo educar a nuestros hijos en un mundo hiperexigente, de Carl Honoré (RBA). Para padres hiperexigidos y con la mosca detrás de la oreja.

Diario de Greg. Monta tu propio diario (RBA). Un libro donde tu hijo puede aprender al tiempo que inicia un bonito viaje de autoconocimiento.

¿Para qué servimos los periodistas (hoy)?, de José María Izquierdo (editorial Catarata). De vez en cuando, en los momentos en que el mundo se tambalea y el día se oscurece, esta pregunta me atormenta.  

La divina comedia, de Dante Alighieri (Ed. Gadir). Cada año, cuando vengo a esta feria del libro, paso mis manos por sus páginas, pero nunca la compro. No es muy cara (25 euros) y puede servir para que toda la familia (es una edición para todas las edades) conozca este clásico.

Las lágrimas de San Lorenzo, de Julio Llamazares (Alfaguara). Un padre y su hijo (adolescente) se reencuentran en Ibiza. Puede servir de preparación para futuras batallas y melancolías.

A corazón abierto, de Elie Wiesel (ed. Sígueme). Sobre Dios y la enfermedad. Muy cortito y sentido.

Diccionario de bolsillo de la lengua española (ed. Anaya). Le compro un diccionario de bolsillo a mi hijo. No puede con el María Moliner que tenemos en casa. El de Anaya es pequeño, manejable y a prueba de golpes y manos grasientas. Cuando estoy pagando, me viene el recuerdo de aquel primer Sopena que me compró mi madre en la librería Miranda de La Orotava, con la portada llena de banderitas nacionales y un intenso olor a imprenta.

Qué hacer con España, de César Molinas (Ed. Destino). Imposible no fijarse en él con la bombo que le han dado. El autor, a ratos extravagante y polémico, dice que la economía nacional ha estado dominada por el “capitalismo castizo”. Tiene buena pinta

Cómo sobrevivir a un despido y volver a trabajar, de Pilar Tena (editorial Pirámide). Un libro quizá premonitorio.

Elogio de lo cotidiano, de Tzvetan Todorov (Galaxia Gutemberg). Sobre cómo la pintura holandesa del siglo XVII, en su afán de evocar las virtudes, sustituye a los santos y mártires de la iglesia por la gente corriente.

El editor de Libertarias me intenta endosar los dos volúmenes de La araña negra, primera novela de Blasco Ibáñez. Realismo y denuncia social con el clero de la España de finales del siglo XIX en el punto de mira. Es un dos por uno (como el de los supermercados). El tenaz editor de Libertarias me da la posibilidad de llevarme 1.000 páginas por el precio de 500. Me echo atrás.

Juan Roig. El emprendedor visionario. De cómo Mercadona devino en Imperio, de Manuel Mira. (Editorial La Esfera de los libros). Ya que compro tanto en estos supermercados, lo menos que podría hacer es saber un poco sobre quién me da de comer y cómo lo hace.

Las ilusiones, de Jonás Trueba (Ed. Periférica). Una novelita, hecha de retazos e improvisaciones, sobre el cine y sobre ese tiempo en la vida, entre los 25 y los 30 años, en que uno cree que todo es posible. Vi la película que la inspira (Los ilusos, 2013) hace poco y es realmente evocadora. 

Hay vida más allá de Planeta y las megaeditoriales:









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