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miércoles, 22 de enero de 2014

Inglaterra líquida



A propósito de Capital, de John Lanchaster


El lugar donde se desarrolla Capital, Pepys Road, luce en Google Earth como una de esas calles típicas llenas de casas bajas adosadas de la época victoriana, con su parcelita ajardinada, que ocupan buena parte de Inglaterra. El polifacético periodista y novelista británico John Lanchester nos cuenta en el prólogo de su novela que Pepys Road fue pensada en su origen, a finales del siglo XIX, como un área residencial en el sur de Londres para personas de clase media baja que no se podían permitir nada mejor. 

En los años 90 y principios del milenio la calle se convirtió en uno más de entre los lugares del mundo atacados por la fiebre especuladora que hizo creer a todo propietario que poseía un tesoro en vez de un montón de ladrillos. En la nueva Gran Bretaña de ganadores y perdedores, nos cuenta Lanchester, “quienes vivían en la calle, sólo por vivir allí, habían ganado”.

El título de Capital (editorial Anagrama) no es casual, ya que juega con el doble sentido, eficaz tanto en inglés como en castellano, que nos evoca el Londres financiero y el cosmopolita. Lanchester no sólo es un enamorado de Londres sino que conoce perfectamente los entresijos de la economía de casino que domina la City (y el mundo), como demostró en “¡Huy! Por qué todo el mundo debe a todo el mundo y nadie puede pagar”, uno de los populares libros que desentrañan las causas de la crisis.

Aunque la Pepys Road real no sea exactamente la descrita por Lanchester, sirve como perfecto paisaje para enmarcar las vidas de un puñado de familias representativas, casi estereotípicas, de la nueva Inglaterra de la globalización. Capital transcurre entre diciembre de 2007 y noviembre de 2008, y utiliza tal contexto, el de los primeros tiempos del colapso financiero mundial, y algunos de los modelos de especulación más típicos (el fútbol, las casas, la City, el arte…) como fondo escénico. Los protagonistas principales están obsesionados por el dinero y lo material.

El tiburón de la City y su caprichosa esposa, siempre pendientes de la revalorización de su exclusiva residencia, la joven niñera húngara en busca de un futuro mejor, la familia de inmigrantes paquistaníes que brega día y noche en su tiendita de oportunidad, el obrero polaco que se gana la vida haciendo chapuzas para los ricos, el joven futbolista prodigio senegalés y su vigilante padre, la refugiada zimbabuense subempleada en el control de los parquímetros, el artista excéntrico especializado en la provocación y las performances, viven, o trabajan, y sueñan con hacerse ricos en Pepys Road, sin que en realidad se traten mutuamente más allá de lo estrictamente indispensable para sus fines prácticos o comerciales. La única residente que ha vivido toda su vida en Pepys Road, ya anciana y muy enferma, parece destinada a desaparecer en un plazo breve…



La estructura de la novela, como la propia vida en el gran Londres, está fragmentada en pequeños y efectistas capítulos protagonizados por los distintos personajes separadamente. Cada hilo argumental es independiente de los demás y todos se van entremezclando, sin tocarse, para construir una especie de álbum narrativo. Lanchester, cual entomólogo, no penetra realmente en los caracteres de los protagonistas, sino que los observa desde cierta distancia, mientras describe, a través de sus actos, sus vidas y sus pensamientos más evidentes, la variopinta mezcolanza de la sociedad londinense y su futilidad. Una fina ironía, muy británica, impregna todo el relato, que muestra, sin crítica manifiesta aunque sí implícita, la voracidad de los grupos sociales que provocaron la crisis financiera.

Capital refleja fielmente el carácter de la líquida sociedad inglesa (y europea) actual, multirracial y heterogénea, materialista, frívola, inestable, poco comprometida y superficial. La propia novela es un producto típico de nuestros tiempos, amena, fácil de leer, ligera e interesante, aunque a la postre tan intrascendente como el suceso con el que comienza la narración (que promete en su inicio mucha más profundidad de la que finalmente ofrece).

Con ello no quiero decir que Capital sea un mal libro, por el contrario, está perfectamente concebido y escrito por el inteligente Lanchester, que ha conseguido un atractivo paquete literario compuesto por pequeños envoltorios rellenos de sabrosas historietas londinenses para degustar en cortos recorridos de metro (doy fe). Una novela tan contemporánea como el London Eye...




domingo, 6 de noviembre de 2011

Another year, de Mike Leigh



Viendo Another year, la última película de Mike Leigh, uno tiende a pensar que llevar un trozo de vida a la pantalla del cine es relativamente sencillo. Que se pone la cámara en un rincón de ese jardín de clase media londinense donde transcurre buena parte de la acción, se encuadra a los actores y todo empieza a funcionar. Sin embargo, sospecho que esa capacidad para captar la vida corriente e insertarla en una trama cinematográfica sin convertirla en un triste remedo o una parodia está al alcance de muy pocos.

Another year es una película que desazona doblemente. La felicidad del matrimonio protagonista contrasta con el desamparo del resto del reparto. Además, el origen de la desdicha es muy poco “literario”. No tiene origen en la pobreza, el exilio o la marginación social. Los desamparados de Mike Leigh son más prosaicos, viven con nosotros, son nuestros amigos y familiares, gente corriente que sufre como nadie la soledad, la vejez o la desidia que llevan al alcoholismo. Y lo hacen evitando la queja.   



Mike Leigh retrata como pocos una Inglaterra íntima de hogares angostos y lúgubres de clase media baja. No es, desde luego, la Inglaterra del cliché; del té a las cinco y de la aristocracia. Tampoco es el país luminoso (vaya paradoja) que le llamó la atención a Woody Allen en Match Point, ni tampoco el juguetón de la frívola Cuatro bodas y un funeral o de la lograda Notting Hill. A Mike Leigh no le interesa el Londres de los hippies venidos a más y de los mercados callejeros, o ése groseramente opulento de los financieros, las galerías de arte y los restaurantes de lujo.

Su Inglaterra es ese interminable paisaje suburbial y grisáceo que rodea al cogollo de relumbrón que nos venden en las agencias de viajes. Como hiciera en Secretos y mentiras o El secreto de Vera Drake, Mike Leigh se adentra sin hacer ruido y sin subrayados en ese mundo íntimo y de espacios estrechos donde sus moradores (tan british o más que esos otros que nos venden los folletos turísticos) sufren en silencio el atropello de los años y la soledad.

Another year tiene algo de chejoviano. El drama, siempre velado, tiene lugar en los estrechos límites de la vida cotidiana. Además, la mirada de Mike Leigh es compasiva. Sin embargo, el sarcasmo y la ironía casi desaparecen. Another year es una película contenida porque (y en eso sí que es muy british) los buenos modales que engrasan las relaciones sociales, incluso las más cercanas, silencian en todo momento cualquier exabrupto. Bendita cortesía que, además, permite un mayor lucimiento del reparto. Es memorable el largo y callado encuentro (cinematográfico) de Mary, funcionaria cincuentona y alcohólica que todavía está de buen ver, y Ronnie, jubilado que se acaba de quedar viudo.

La otra noche, la sala en la que vi Another year estaba a rebosar de gente mayor. Sospecho que la media de edad de los espectadores de esta película será muy alta. Es una pena. Que esta joyita llena de verdad y humanidad pase desapercibida para muchos es quizá el precio a pagar por tantos años de cine frívolo destinado a un público de gusto infantil.