A propósito de la lectura de 'La desfachatez intelectual', de Ignacio Sánchez-Cuenca
Este libro ha levantado algo de revuelo
porque su autor, el profesor de políticas Ignacio Sánchez-Cuenca, critica la
falta de rigor y profundidad de algunas de las plumas de referencia de la
prensa española, sobre todo las del diario El País. Hay que reconocer que La desfachatez intelectual, al contrario de otros acercamientos más generales y “políticamente
correctos”, no ahorra en nombres propios y apunta sin disimulo a los
perpetradores de la estafa: Félix de Azúa, Antonio Muñoz Molina, Fernando
Savater, César Molinas, Luis Garicano, Mario Vargas Llosa, Javier Cercas...
Uno se pregunta cuando lee este ataque
frontal a los figurones del Grupo Prisa si Ignacio Sánchez-Cuenca habría publicado
un libro tan pertinaz si siguiera en la nómina de opinadores de El País, un
periódico donde siempre le trataron muy bien y del que se fue por su propia
voluntad, según él mismo confiesa.
A la literatura furibunda y visceral
característica de los “machos discursivos” –así llama en algún momento el
politólogo a los autores caradura que pone en el punto de mira- responde Sánchez-Cuenca
con un análisis reposado y pretendidamente amable y constructivo. Y monta su
ataque basándose exclusivamente en las contradicciones y fallos de
argumentación que encuentra en la palabra publicada, sin importar si esa
palabra se aloja en lo más profundo de la hemeroteca y fue pronunciada varias
décadas atrás. “Por tus palabras serás condenado”, parece advertirnos a cada
momento Sánchez-Cuenca.
Sin embargo, a pesar de sus buenas
intenciones, este libro tiene aire de ajuste de cuentas. Y eso es así en parte
por ese énfasis en la literalidad. Siempre con una sonrisa en la boca y con
trato exquisito, Sánchez-Cuenca enseña los colmillos para desacreditar una
línea de pensamiento –la de los opinadores de referencia de El País- que, en su
opinión, se ha ido escorando al centro y la derecha con el paso del tiempo,
pero sobre todo desde la irrupción en la escena política de José Luis Rodríguez
Zapatero, un político al que el autor tiene en alta estima y que “machos” de la palabra como Félix de Azúa han despellejado vivo.
El ataque “amable” y bienintencionado de Sánchez-Cuenca no tiene
desperdicio. A Fernando Savater le recrimina el giro de sus ideas sobre el
terrorismo etarra en las últimas décadas. A base de escarbar en la “maldita
hemeroteca”, muestra la incongruencia del filósofo, que pasó de ver con buenos
ojos el independentismo en los años de plomo, cuando ETA precisamente hacía más
daño, a convertirse en voz y símbolo del españolismo y comulgar con el discurso
del PP cuando la situación, paradójicamente, empezaba a mejorar. De Félix de
Azúa critica su tono excesivo, apocalíptico y cascarrabias, propio de lo que
Jordi Gracia ha llamado en un panfleto recomendable el “intelectual melancólico”,
aquel que ve en el mundo de hoy decadencia y banalidad por doquier, y echa de
menos tiempos pasados, más geniales y felices.
En todo caso, y yendo más allá de las
referencias personales (que son la verdadera salsa del libro), el libro de
Sánchez-Cuenca llama la atención sobre algunos de los vicios del debate público
en España y sobre lo poco o nada que contribuyen los medios de comunicación en
España a elevar su nivel. A nadie se le escapa que en este país la opinión en
los periódicos está dominada por escritores y periodistas todoterreno que
llevan siempre la discusión al terreno que más conocen (sobre todo el tema
identitario y territorial) y pasan de puntillas por otras muchas cuestiones por
el desconocimiento o por el escaso interés en documentarse sobre las mismas.
No
ayuda mucho a tener debates de calidad el hecho de que el mismo opinador de
periódico (o televisión, o radio, o a veces de todo a la vez) aparezca por la
mañana hablando de la prima de riesgo o la deuda soberana, al mediodía de la
guerra en Siria o del último Premio Nobel de literatura y por la noche del
sistema de pensiones en España o de los tratados de comercio internacionales.
Sánchez-Cuenca añora las prácticas de los medios anglosajones, donde la figura
del santón intelectual que opina un día sí y otro sobre casi todo es más rara y
donde los medios recurren más a la visión del experto con una visión más
analítica y menos apasionada del mundo. Aunque quizá con la calamitosa
campaña del Brexit, esta admiración tenga que ser revisada.
Se detiene Sánchez-Cuenca en el análisis
de la crisis económica que sacude España desde 2008, y se lamenta de las
simplificaciones a las que han recurrido desde ese momento muchos autores con
el traje del regeneracionismo para explicar la catástrofe. “Merecíamos algo
mejor”, dice el politólogo, que, por ejemplo, considera un completo disparate lo
que cuenta Antonio Muñoz Molina en Todo lo que era sólido, un libro aplaudido por
casi todos cuando salió publicado. Para Sánchez-Cuenca, el novelista de Jaén
comete una falta grave cuando se conforma con identificar como razón fundamental
de la debacle económica la obsesión de la vida política y mediática española
por los debates nacionalistas y guerracivilistas, sin entrar mínimamente en los
múltiples problemas financieros que originaron la recesión. También censura el
tenebrismo, el noventayochismo y el tono excesivamente quejumbroso del autor de
El jinete polaco. En este apartado, también desacredita algunas de las
argumentaciones de César Molinas en su muy promocionado ¿Qué hacer con España?,
o pone en cuestión la excesiva importancia que dan a los incentivos autores
como el propio Molinas o Garicano en sus propuestas regeneracionistas.
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