A propósito de la lectura de
'La invención del pasado', de Miguel-Antxo Murado
Una escena. En Misión Imposible 2, nada más empezar la película Tom Cruise llega a una Sevilla un tanto siniestra y oscura, donde hay gente bailando en la calle y quemando cosas, y donde la Semana Santa se mezcla con las Fallas valencianas. Puro (y habitual) kitsch hollywoodiense, pero que a uno, quizá por la familiaridad con el escenario, no deja de producirle vergüenza ajena.
Otra escena. Durante el rodaje de El Cid, de Anthony
Mann, en 1960, vemos cómo un joven y guapo Charlton Heston, que encarna a Rodrígo
Díaz de Vivar, le tiende una espada a un anciano de aspecto venerable que la
mira cortésmente. Se supone que es una réplica exacta de la tizona que blandió
el héroe castellano. El anciano es Ramón Menéndez Pidal, patriarca de la
historia y la filología española de buena parte del siglo XX.
El periodista y escritor gallego Miguel-Antxo Murado
publicó hace un par de años un libro interesante, La invención del pasado, que
se puede encontrar sin problemas en librerías y que muestra hasta qué punto la
Historia de España y, por extensión, las historias oficiales de muchos países,
son en una parte sustancial una mera invención, un pastiche de datos y elementos
ciertos, menos ciertos, dudosos y claramente falsos, tendente a explicar y
legitimar una cierta visión del presente, y no tanto a acercarnos de forma
cabal al pasado.
El libro de Murado es una enmienda a la totalidad del
relato histórico vigente, y en sus algo más de 200 páginas el autor se encarga
de desentrañar los intereses que lo han hecho posible. Murado nos recuerda que una gran parte de la historia de este país y de las narraciones que la jalonan data
del siglo XIX, un periodo que coincide con el auge de los nacionalismos y la necesidad de
los estados-nación europeos de contar con un relato compartido (y admirado) por
todos sus compatriotas.
Murado sigue la pista de los cuatro o cinco
historiadores que en España se han encargado de construir ese relato nacional,
una línea que va del Padre Mariana a Menéndez Pidal, pasando por romántico
Modesto Lafuente. La literatura y sobre todo la épica se mezclan más de la cuenta en los relatos
de la Historia de España con las fuentes originales y los datos contrastados
por la historiografía más rigurosa para dar fuerza a unas narraciones que
sospechosamente se repiten una y otra vez, y que insistentemente mezclan héroes
arquetípicos, invasiones de extranjeros y restauraciones del orden. Armazones
argumentales que aparecen aquí y allá, y donde casi lo único que varían son los nombres de los
protagonistas y los detalles secundarios. Puro Hollywood, nos viene a decir
Murado.
Murado pone en cuestión casi todo en La invención del
pasado. La victoria de Pelayo ante los moros es la fábula de un monje que
mezcla vidas de santos y escenas bíblicas. La batalla de las Navas de Tolosa
está sobrevalorada, como la unión de
Isabel y Fernando (“tanto monta, monta tanto…”), en la que siempre se ha
querido ver el embrión del actual estado español. La “tormenta
milagrosa” que acabó con la Armada invencible en las costas británicas no fue
tal. La insistencia de Sánchez Albornoz de emparentarnos con los visigodos, y,
por extensión, con la pureza de raza alemana, es una perversión interesada de
su tiempo. También nos recordará Murado que Menéndez Pidal modificó el Cantar
del Mío Cid para hacerlo parecer más antiguo y auténtico, al objeto de
convertir al protagonista del poema en el héroe fundacional al que una gran
nación europea no puede renunciar. Y así ad nauseam.
Además, estas perversiones, que se han incrustado en
el saber popular, luego han encontrado eco en las obras hasta nuestros días de pintores,
escritores o cineastas. Artistas que, lejos de cuestionar el viciado relato original, han
ahondado en el mito, muchas veces por estar al servicio de los poderes públicos
interesados en mantener ese relato y otras por el deseo de conectar con una
audiencia amplia.
La rendición de Breda, de Velázquez, es realismo
engañoso. Ni las lanzas que dominan el cuadro se usaban por la época, ni hubo
siquiera batalla y rendición donde se nos cuenta. Murado también se detiene en
la imagen de héroe sabio y a contracorriente que hemos heredado de Cristóbal
Colón, y que todavía pudimos ver en las películas que con dinero público se
hicieron con motivo del quinto centenario del descubrimiento de América.
También duda de esa imagen que nos ha llegado de Goya como “periodista gráfico”
de su tiempo, o del relato de pasión y fervor revolucionario que aborda Garci
en la superproducción “Sangre de mayo” para conmemorar el segundo centenario de
unos de los tantos levantamientos que hubo en Madrid contra las tropas
francesas. O de la que da Vicente Aranda de la reina Juana la Loca en 2001, a
la que presenta en su película como una celosa patológica.
En fin, supongo que muchas de las tesis del libro de
Miguel-Anxo Murado son discutibles, pero su lectura es recomendable y supone
una sana inyección de escepticismo. Murado demuestra que gran parte de ese
relato histórico generalmente aceptado, que nos ha llegado en muchos casos por
libros de texto, por el trabajo de algún especialista o por obras artísticas
muy reconocidas, es pura leyenda urbana. Definitivamente, después de leer La
invención del pasado, contemplar un cuadro en un museo, escuchar un relato fundacional o ver una película "histórica" ya no será lo mismo.
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