lunes, 8 de febrero de 2016

La enmienda al pasado de Miguel-Antxo Murado



A propósito de la lectura de
'La invención del pasado', de Miguel-Antxo Murado


Una escena. En Misión Imposible 2, nada más empezar la película Tom Cruise llega a una Sevilla un tanto siniestra y oscura, donde hay gente bailando en la calle y quemando cosas, y donde la Semana Santa se mezcla con las Fallas valencianas. Puro (y habitual) kitsch hollywoodiense, pero que a uno, quizá por la familiaridad con el escenario, no deja de producirle vergüenza ajena.

Otra escena. Durante el rodaje de El Cid, de Anthony Mann, en 1960, vemos cómo un joven y guapo Charlton Heston, que encarna a Rodrígo Díaz de Vivar, le tiende una espada a un anciano de aspecto venerable que la mira cortésmente. Se supone que es una réplica exacta de la tizona que blandió el héroe castellano. El anciano es Ramón Menéndez Pidal, patriarca de la historia y la filología española de buena parte del siglo XX.

El periodista y escritor gallego Miguel-Antxo Murado publicó hace un par de años un libro interesante, La invención del pasado, que se puede encontrar sin problemas en librerías y que muestra hasta qué punto la Historia de España y, por extensión, las historias oficiales de muchos países, son en una parte sustancial una mera invención, un pastiche de datos y elementos ciertos, menos ciertos, dudosos y claramente falsos, tendente a explicar y legitimar una cierta visión del presente, y no tanto a acercarnos de forma cabal al pasado.

El libro de Murado es una enmienda a la totalidad del relato histórico vigente, y en sus algo más de 200 páginas el autor se encarga de desentrañar los intereses que lo han hecho posible. Murado nos recuerda que una gran parte de la historia de este país y de las narraciones que la jalonan data del siglo XIX, un periodo que coincide con el auge de los nacionalismos y la necesidad de los estados-nación europeos de contar con un relato compartido (y admirado) por todos sus compatriotas.

Murado sigue la pista de los cuatro o cinco historiadores que en España se han encargado de construir ese relato nacional, una línea que va del Padre Mariana a Menéndez Pidal, pasando por romántico Modesto Lafuente. La literatura y sobre todo la épica se mezclan más de la cuenta en los relatos de la Historia de España con las fuentes originales y los datos contrastados por la historiografía más rigurosa para dar fuerza a unas narraciones que sospechosamente se repiten una y otra vez, y que insistentemente mezclan héroes arquetípicos, invasiones de extranjeros y restauraciones del orden. Armazones argumentales que aparecen aquí y allá, y donde casi lo único que varían son los nombres de los protagonistas y los detalles secundarios. Puro Hollywood, nos viene a decir Murado.

Murado pone en cuestión casi todo en La invención del pasado. La victoria de Pelayo ante los moros es la fábula de un monje que mezcla vidas de santos y escenas bíblicas. La batalla de las Navas de Tolosa está sobrevalorada, como la unión de Isabel y Fernando (“tanto monta, monta tanto…”), en la que siempre se ha querido ver el embrión del actual estado español. La “tormenta milagrosa” que acabó con la Armada invencible en las costas británicas no fue tal. La insistencia de Sánchez Albornoz de emparentarnos con los visigodos, y, por extensión, con la pureza de raza alemana, es una perversión interesada de su tiempo. También nos recordará Murado que Menéndez Pidal modificó el Cantar del Mío Cid para hacerlo parecer más antiguo y auténtico, al objeto de convertir al protagonista del poema en el héroe fundacional al que una gran nación europea no puede renunciar. Y así ad nauseam.

Además, estas perversiones, que se han incrustado en el saber popular, luego han encontrado eco en las obras hasta nuestros días de pintores, escritores o cineastas. Artistas que, lejos de cuestionar el viciado relato original, han ahondado en el mito, muchas veces por estar al servicio de los poderes públicos interesados en mantener ese relato y otras por el deseo de conectar con una audiencia amplia.

La rendición de Breda, de Velázquez, es realismo engañoso. Ni las lanzas que dominan el cuadro se usaban por la época, ni hubo siquiera batalla y rendición donde se nos cuenta. Murado también se detiene en la imagen de héroe sabio y a contracorriente que hemos heredado de Cristóbal Colón, y que todavía pudimos ver en las películas que con dinero público se hicieron con motivo del quinto centenario del descubrimiento de América. También duda de esa imagen que nos ha llegado de Goya como “periodista gráfico” de su tiempo, o del relato de pasión y fervor revolucionario que aborda Garci en la superproducción “Sangre de mayo” para conmemorar el segundo centenario de unos de los tantos levantamientos que hubo en Madrid contra las tropas francesas. O de la que da Vicente Aranda de la reina Juana la Loca en 2001, a la que presenta en su película como una celosa patológica.


En fin, supongo que muchas de las tesis del libro de Miguel-Anxo Murado son discutibles, pero su lectura es recomendable y supone una sana inyección de escepticismo. Murado demuestra que gran parte de ese relato histórico generalmente aceptado, que nos ha llegado en muchos casos por libros de texto, por el trabajo de algún especialista o por obras artísticas muy reconocidas, es pura leyenda urbana. Definitivamente, después de leer La invención del pasado, contemplar un cuadro en un museo, escuchar un relato fundacional o ver una película "histórica" ya no será lo mismo. 



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