A propósito de la lectura de
'El olvido que seremos', de Héctor Abad Faciolince
Siempre ha tenido buena prensa
(literaria quiero decir) la figura del padre autoritario, despótico o adúltero,
cuando no simplemente distante, huidizo o ausente. Pienso en la Carta al padre,
de Kafka, en origen un centenar de páginas manuscritas que nunca llegaron a su
destinatario pero donde Kafka intenta (infructuosamente, en su opinión)
verbalizar los miedos que le provocaba su progenitor. Pienso también en el
padre protector, pero irascible, neurótico y nada comprensivo, de las tragedias
de Arthur Miller, o en el Pedro Páramo de Juan Rulfo, faldero y tiránico.
Por el contrario, mucho menos
predicamento literario ha tenido la celebración de la relación paterno-filial, y,
en general, la celebración de la felicidad familiar. Sin embargo, El olvido que seremos es, como dice su autor, el colombiano Héctor Abad Faciolince, el
reverso luminoso de la carta kafkiana. Es la exaltación del padre bueno,
cariñoso y ejemplar que a todo niño le gustaría tener como espejo. Ese modelo
que los padres hoy nos marcamos como meta, sin rubores, pero que en la Colombia
machista y reaccionaria de los años 60 desentonaba, despertaba sospechas en los
vecinos y dudas en sus más directos beneficiarios.
Aunque como en el caso de Kafka, aquí tampoco las palabras del hijo secretamente agradecido llegan a oídos de su destinatario. “Este mismo libro no es otra cosa que una carta a una sombra”, dice el autor muy al principio del volumen. Y es que Héctor Abad Faciolince necesitó muchos años para contar la historia de su familia, vertebrada en torno a la figura del padre y su asesinato a manos de paramilitares en 1987. Antes lo intentó, pero siempre el relato adquirió un tono lacrimoso y sentimental impropio, según él, para este tipo de literatura. Y fue al cabo de dos décadas de asistir a la muerte de su padre en Medellín, y cuando ya se contaban 35 años de la pérdida prematura de su hermana Marta a causa de un cáncer de piel, cuando Abad Faciolince dio con esa escritura “más seca, más controlada, más distante”. Sólo cuando la herida había cicatrizado del todo, se vio finalmente capaz Abad Faciolince de enfrentarse a sus fantasmas.
Aunque como en el caso de Kafka, aquí tampoco las palabras del hijo secretamente agradecido llegan a oídos de su destinatario. “Este mismo libro no es otra cosa que una carta a una sombra”, dice el autor muy al principio del volumen. Y es que Héctor Abad Faciolince necesitó muchos años para contar la historia de su familia, vertebrada en torno a la figura del padre y su asesinato a manos de paramilitares en 1987. Antes lo intentó, pero siempre el relato adquirió un tono lacrimoso y sentimental impropio, según él, para este tipo de literatura. Y fue al cabo de dos décadas de asistir a la muerte de su padre en Medellín, y cuando ya se contaban 35 años de la pérdida prematura de su hermana Marta a causa de un cáncer de piel, cuando Abad Faciolince dio con esa escritura “más seca, más controlada, más distante”. Sólo cuando la herida había cicatrizado del todo, se vio finalmente capaz Abad Faciolince de enfrentarse a sus fantasmas.
Y lo hizo sin que el ejercicio literario
o el lapso de tiempo mermaran el poder evocador de los hechos narrados. El
olvido que seremos es un libro absolutamente conmovedor y valiente, escrito
desde el dolor de dos tragedias sin sentido ni consuelo posible: la de la
muerte de un niño y la de la desaparición de un hombre que enamora, optimista e
ingenuo por naturaleza, pero finalmente víctima del mismo terrorismo de Estado
que en los años 80 se llevó a casi todos los que como él alzaron la voz para
dignificar el país y las condiciones de vida de los más desfavorecidos, y que
nunca se plegaron a las exigencias del poder y huyeron con igual ahínco de los extremismos y la
demagogia.
El olvido que seremos es también un
libro de una honestidad pavorosa. Una honestidad que le lleva a Abad Faciolince
a reconocer sus miedos más inconfesables y también la deriva suicida de su
padre a partir de la desaparición prematura de la hija amada y admirada, su
huida hacia adelante con la exposición sin cortapisas de sus ideas en un país
violento y revanchista, a sabiendas de que de esa manera metía el dedo en el
ojo a los militares y a los reaccionarios que mandaban con mano de hierro en
Colombia y que, por desgracia, ya le habían incluido en la lista negra. “Cuando uno lleva por
dentro una tristeza sin límites, morirse ya no es grave”, dirá Abad Faciolince
para ilustrar el martirio cívico en que se convirtió el último tramo de su vida el doctor Abad Gómez, a
partir de la pérdida de la pequeña Marta.
Foto: Héctor Abad Gómez, procedente de http://www.hectorabadgomez.org
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