lunes, 7 de diciembre de 2015

Elogio del padre bueno



A propósito de la lectura de 
'El olvido que seremos', de Héctor Abad Faciolince


Siempre ha tenido buena prensa (literaria quiero decir) la figura del padre autoritario, despótico o adúltero, cuando no simplemente distante, huidizo o ausente. Pienso en la Carta al padre, de Kafka, en origen un centenar de páginas manuscritas que nunca llegaron a su destinatario pero donde Kafka intenta (infructuosamente, en su opinión) verbalizar los miedos que le provocaba su progenitor. Pienso también en el padre protector, pero irascible, neurótico y nada comprensivo, de las tragedias de Arthur Miller, o en el Pedro Páramo de Juan Rulfo, faldero y tiránico. 

Por el contrario, mucho menos predicamento literario ha tenido la celebración de la relación paterno-filial, y, en general, la celebración de la felicidad familiar. Sin embargo, El olvido que seremos es, como dice su autor, el colombiano Héctor Abad Faciolince, el reverso luminoso de la carta kafkiana. Es la exaltación del padre bueno, cariñoso y ejemplar que a todo niño le gustaría tener como espejo. Ese modelo que los padres hoy nos marcamos como meta, sin rubores, pero que en la Colombia machista y reaccionaria de los años 60 desentonaba, despertaba sospechas en los vecinos y dudas en sus más directos beneficiarios.

 Aunque como en el caso de Kafka, aquí tampoco las palabras del hijo secretamente agradecido llegan a oídos de su destinatario. “Este mismo libro no es otra cosa que una carta a una sombra”, dice el autor muy al principio del volumen. Y es que Héctor Abad Faciolince necesitó muchos años para contar la historia de su familia, vertebrada en torno a la figura del padre y su asesinato a manos de paramilitares en 1987. Antes lo intentó, pero siempre el relato adquirió un tono lacrimoso y sentimental impropio, según él, para este tipo de literatura. Y fue al cabo de dos décadas de asistir a la muerte de su padre en Medellín, y cuando ya se contaban 35 años de la pérdida prematura de su hermana Marta a causa de un cáncer de piel, cuando Abad Faciolince dio con esa escritura “más seca, más controlada, más distante”. Sólo cuando la herida había cicatrizado del todo, se vio finalmente capaz Abad Faciolince de enfrentarse a sus fantasmas. 

Y lo hizo sin que el ejercicio literario o el lapso de tiempo mermaran el poder evocador de los hechos narrados. El olvido que seremos es un libro absolutamente conmovedor y valiente, escrito desde el dolor de dos tragedias sin sentido ni consuelo posible: la de la muerte de un niño y la de la desaparición de un hombre que enamora, optimista e ingenuo por naturaleza, pero finalmente víctima del mismo terrorismo de Estado que en los años 80 se llevó a casi todos los que como él alzaron la voz para dignificar el país y las condiciones de vida de los más desfavorecidos, y que nunca se plegaron a las exigencias del poder y huyeron con igual ahínco de los extremismos y la demagogia. 

El olvido que seremos es también un libro de una honestidad pavorosa. Una honestidad que le lleva a Abad Faciolince a reconocer sus miedos más inconfesables y también la deriva suicida de su padre a partir de la desaparición prematura de la hija amada y admirada, su huida hacia adelante con la exposición sin cortapisas de sus ideas en un país violento y revanchista, a sabiendas de que de esa manera metía el dedo en el ojo a los militares y a los reaccionarios que mandaban con mano de hierro en Colombia y que, por desgracia, ya le habían incluido en la lista negra. “Cuando uno lleva por dentro una tristeza sin límites, morirse ya no es grave”, dirá Abad Faciolince para ilustrar el martirio cívico en que se convirtió el último tramo de su vida el doctor Abad Gómez, a partir de la pérdida de la pequeña Marta.

El olvido que seremos podría ser la historia de los muchos que allí y aquí han combatido a los pistoleros con palabras y argumentos, y que pagaron con la muerte su civismo y probidad moral, acribillados a balazos en una acera o en el bar donde cada mañana iban a desayunar. Leo el libro de Abad Faciolince casi una década después de su primera publicación, y me alegra comprobar, por lo bien y mucho que se habla de él, que sigue vigente y conmoviendo a lectores de todo el mundo. Tiene aires de literatura imperecedera, aunque eso sea mucho decir en los tiempos que corren.

Foto: Héctor Abad Gómez, procedente de http://www.hectorabadgomez.org

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