jueves, 2 de enero de 2014

La buena literatura nos hace mejores



Los americanos son muy dados a llevar la precisión de la ciencia y la estadística a todos los aspectos de la vida, incluso a aquellos que, aparentemente, menos se someten al rigor de la observación sistemática y la estadística, como la lectura de una novela. Hace un par de meses nos enteramos por la prensa de que dos investigadores han publicado un trabajo donde demuestran los efectos benéficos que produce la literatura buena (y compleja), frente a la que no lo es tanto y está más destinada a engordar las arcas de las editoriales y el bolsillo de los autores.

Según el estudio de David Comer Kidd y Emanuele Castano, dos investigadores de The New School for Social Research, de Nueva York, la literary fiction -supongo que bajo ese epígrafe podrían aparecer Flaubert, Kakfa, Cervantes, Bernhard, Borges o Faulkner- nos mejora como personas, pues nos da capacidad para  reconocer emociones y pensamientos en los demás, lo que nos hace más sociables y, en última instancia, más felices. No está mal que de vez en cuando nos recuerden que  la lectura de un buen libro, ese acto solitario y muchas veces amigo de la misantropía, puede ir más allá del placer íntimo y hacernos más compasivos y favorecer incluso la convivencia. Estos psicólogos que han publicado en Science nos vienen a decir que una buena lectura no es, como algunos se temían, un sustituto de la vida y de las relaciones sociales, sino la vida misma.      

El mundo y la vida nunca son blanco o negro, a pesar de lo que los tertulianos de la radio o la televisión nos quieren hacer creer. Comer Kidd y Emanuele Castano realizaron hasta cinco experimentos en los que participaron un millar de lectores que se enfrentaron a libros de Danielle Steel o Gillian  Flynn, por un lado, y Don DeLillo o Anton Chejov, por otro. El estudio de Comer Kidd y Castano, publicado en octubre en la revista Science, demuestra que los libros que presentan personajes complejos y paradójicos, y que, por lo tanto, requieren esfuerzo intelectual, nos ayudan a enfrentarnos a situaciones difíciles y a leer mejor los estados emocionales del vecino que aquellos libros en los que, por requerimientos de la mercadotecnia, los protagonistas se presentan sin aristas y oscuridades y donde, por el contrario, reinan los chichés. No conviene olvidarlo, la literatura popular, esa hamburguesa chorreante de ketchup que tantas veces apetece, nos hará pasar un buen rato, pero no nos hará más perspicaces y juiciosos.

Tanto en la forma como en el contenido, la literatura y el arte popular suele llevar a un resultado unívoco. No es lo que pasa con la otra literatura. ¿A qué conclusiones nos llevan la lectura de El Quijote de Cervantes, El proceso de Kafka, El extranjero de Camus, las autobriografías de Thomas Bernhard o un cuento de Carver o Chejov? Es difícil decirlo, tan difícil como que las impresiones de dos lectores coincidan.      

La grandeza de la mejor literatura, como la de la buena filosofía, está en las preguntas que suscita, y no tanto en las respuestas que ofrece. El capitalismo casa mal con la contemplación y el pensamiento tentativo que la buena literatura y arte ambicioso proponen. La perplejidad y el cuestionamiento están mal vistos -o no son entendidos- en una sociedad donde el debate se reduce al trazo grueso de un razonamiento alborotado y casi siempre interesado.  

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