lunes, 21 de mayo de 2012

Solar, de Ian McEwan




Ian McEwan es uno de los más lúcidos escritores ingleses y su espléndida Expiación una de las más citadas novelas inglesas contemporáneas. Algunos de sus éxitos, como Amsterdam o Sábado, no se han librado de comentarios desfavorables, pero casi todos los críticos reconocen en McEwan a un maestro en el empleo de los mejores recursos narrativos para construir, mediante un lenguaje a la par pulcro y elegante, obras complejas en las que ni los detalles ni el conjunto se desmerecen entre sí. De su oficio literario, siempre basado en una exhaustiva documentación previa a la escritura, se espera, libro tras libro, lo mejor.

Tan es así que Solar ha recibido más bien malas críticas en el mundo anglosajón por no ser, en apariencia, fruto de la extrema exigencia creativa que, se presupone, debe guiar a su autor. La novela describe, con un humor socarrón, las andanzas sentimentales y profesionales de su omnipresente protagonista, Michael Beard, un tipo con suerte que consiguió en sus tiempos jóvenes nada menos que el premio Nobel de Física por un brillante trabajo sobre algunas de las teorías de Einstein. 

Beard es un ser tan inteligente como mezquino en su intenso egoísmo y vive del crédito profesional que le concede su renombre científico, pues no duda en seguir aprovechando, muchos años después de sus momentos más productivos como investigador, todas las oportunidades, en forma de canonjías y privilegios remunerados, que, sin necesidad de esfuerzos o contraprestaciones personales muy exigentes, se le ofrecen por doquier.

Así, al principio del relato, Beard accede a un mediático cargo de prestigio en un organismo público dedicado a la investigación en energías renovables. Al cabo de los años y por una mezcla de casualidades, desfachatez y ambición, Beard se convierte en el entusiasta impulsor de un gran proyecto privado de aprovechamiento de la energía solar como solución frente al cambio climático.  



Durante el desarrollo de Solar, su amoral protagonista comete todos los pecados que el consenso biempensante de nuestra inefable sociedad considera poco menos que abominables: come compulsiva e insanamente, no hace ejercicio, bebe, es infiel a sus distintas y simultáneas parejas (y, pese a ello, sufre desmedidamente porque su última mujer le engaña a su vez), miente sin rencor y sin medida a los demás y a sí mismo, utiliza los datos de sus colegas para su propio beneficio (hasta el extremo de robárselos a un muerto)… 

Todo ello no impide que Beard nos caiga simpático, porque, al modo en el que muchos italianos apreciaban a Silvio Berlusconi, envidiamos profundamente su éxito, aunque sepamos que tiene su origen en la falta de toda ética personal y que, como la agudeza de McEwan anticipa sutilmente en el curso de la narración, tanto descaro deba acabar en un merecido castigo.  
Al fin, la novela refleja, de forma más mordaz que en otras obras pero igualmente eficaz, algunas de las grandes preocupaciones de su autor, como la moralidad y su relación con la libertad individual y con la culpa o los imprevisibles efectos de la casualidad en nuestro destino.

La ironía que impregna todo el relato resulta, a la postre, muy acertada, porque permite a McEwan, expresar, sin pretensiones de trascendencia, su gran pesimismo en relación con la condición humana, mientras navega con éxito en las procelosas aguas de lo políticamente incorrecto, entre arrecifes tan peligrosos  como el del problema del cambio climático o el de la utilización de la Ciencia para el lucro personal de los propios científicos.  El resultado es un libro engañosamente banal, divertido y bien escrito, que se lee fácilmente pese a las referencias científicas que contiene.


Solar
Ian McEwan
Anagrama
36o páginas
19,50 euros en papel

2 comentarios:

  1. Buen comentario. Coincido contigo en que, pese a su mezquindad, terminas cogiendo cariño al personaje. Es inevitable no reír ante tanto patetismo. Me recordó a Lucky Jim, de Kingsley Amis, también muy recomendable.
    Me gusta mucho McEwan. Más Sábado que la muy aclamada Chesil Beach, que fue considerada por muchos la mejor novela de 2010. Ufff, para nada.

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  2. Desternillante el capítulo en el que Beard cree haberse automutilado y confunde un bote de crema con una parte de su miembro seccionado. Me recordó a Wilt de Tom Sharpe

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