domingo, 15 de mayo de 2011

Vargas Llosa en la frontera



No es una de las novelas más memorables de Mario Vargas Llosa, a pesar de que el autor vuelve a mostrar un oficio incuestionable que el Premio Nobel no ha hecho más que confirmar. El sueño del celta, en la línea de otros trabajos suyos en los que indaga sobre las circunstancias que rodearon a un personaje histórico (La fiesta del chivo o El Paraíso en la otra esquina), sitúa en el centro de la escena a un ser contradictorio y fronterizo.

Aquí la escritura de Vargas Llosa nos acerca a Roger Casement, irlandés de origen, pero que trabajó muchos años para el Gobierno británico, y que pasó a la historia por su denuncia, en los albores del siglo XX, de las tropelías del colonialismo europeo. Primero en el Congo Belga, donde el Gobierno de Leopoldo II esclavizó a los nativos empleados en la extracción del caucho; y luego en el Putumayo peruano, donde los indígenas empleados por las compañías de la metrópoli sufrían una opresión incluso más salvaje.

Vargas Llosa llega a Casement por la literatura. El aventurero es el que inspira a su adorado Conrad en el Corazón de las tinieblas, un texto algo críptico, pero inquietante, que sirvió a su autor para descender a los límites de barbarie e ilustrar el reverso del sueño ilustrado europeo. Pero este Vargas Llosa no tiene la fuerza literaria que muestra en otras novelas del estilo, como La fiesta del chivo, con su retrato maestro del despiadado dictador dominicano Rafael Leónidas Trujillo. El relato de la peripecia de Casement, un ser instalado en la frontera física, pero también emocional e incluso política, es demasiado notarial.

Se nota demasiado en la escritura del flamante Nobel de Literatura el lastre de la ingente labor de  documentación que hizo el autor en los últimos años en los lugares por los que pasó un siglo antes el protagonista: Londres, Irlanda o el mismo Congo. En ocasiones logra Vargas Llosa transmitir la zozobra que atenaza a un personaje que se enfrenta a la cara más oprobiosa de la colonización y que tiene que reprimir su homosexualidad en una sociedad que no está preparada para ella. Pero no es la regla. Hablando al final de libro de los diarios (Black Diaries) de Casement, sobre los que planea la duda de si fueron escritos verdaderamente por él o fueron falsificados por los servicios secretos británicos para estigmatizar a su autor por sus tendencias sexuales, Vargas Llosa dice que “es imposible llegar a conocer de manera definitiva a un ser humano, totalidad que se escurre siempre de todas las redes teóricas y racionales que tratan de capturarla”.

Lo cierto es que el relato, por su tibieza y por sus aspiraciones de crónica histórica total (las páginas de El sueño del celta están trufadas de cientos de nombres de personas, partidos políticos, compañías y organizaciones), no logra reconciliarnos del todo con ese personaje sanguíneo, contradictorio y  finalmente desamparado. Ciertamente Casement tiene atractivo, pero no logramos meternos en su pellejo, sentir como nuestro el vértigo que lo atenaza ante la barbarie institucionalizada que es norma en los territorios de ultramar. En definitiva, no llegamos a mirar con sus ojos al monstruo que la selva o la avaricia han propiciado en los confines del mundo.

Lo que sí logra, sin embargo, Vargas Llosa es poner a la vista los resortes del poder en una Europa que se prepara para la Primera Guerra Mundial, y cómo la civilización y la justicia se desvirtúan en los territorios de las colonias. Técnicamente no estamos ante una novela de grandes alardes. No está la polifonía de La fiesta del chivo ni la experimentación de Conversación en La Catedral.

Se contraponen capítulos de tempo reposado en los que un Casement condenado a muerte y recluido en una cárcel de Londres reflexiona y dialoga (con su carcelero, con un sacerdote) sobre su vida y busca el amparo de la religión, con otros de ritmo vertiginoso donde el narrador omnisciente da cuenta de sus aventuras diplomáticas (y sexuales) en África y Perú, y de su conversión última al nacionalismo irlandés menos complaciente, el que le lleva a buscar, con la colaboración de los alemanes, el levantamiento en armas del pueblo de Eire contra la dominación británica. En fin, estamos ante una novela menor de Vargas Llosa, pero en cualquier caso interesante.    



El sueño del celta
Mario Vargas Llosa
Editorial Alfaguara
Madrid, 2010
454 páginas
22 euros

 

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