A propósito del último libro de Fernando Marías
Abundan muchos los novelistas que, en vez de buscar en el
ancho mundo exterior el hilo argumental y los personajes de sus historias,
bucean en la familia y en los recuerdos para sacar adelante sus libros, mezcla
en muchos casos de realidad y ficción. Es el caso de uno de los descubrimientos
editoriales de la temporada, el de Milena Busquets, que se enfrenta al dolor
que le deja la muerte de su madre, la editora Esther Tusquets, en También esto pasará, editado por Anagrama.
Y es que las relaciones paterno-filiales dan para mucho. Al
fin y al cabo, gran parte de la mejor literatura se asienta en las grietas de
ese vínculo irrenunciable, tormentoso y feliz. Pienso en el teatro de Arthur
Miller o del omnipresente estos días Chejov, autores que ofrecen una visión
gris y descarnada de la paternidad. O también en libros más próximos que me han
gustado, como Tiempo de vida (Marcos Giralt Torrente), Ojalá octubre (Juan
Cruz) y en este de Fernando Marías, La isla del padre.
El libro de Fernando Marías, Premio Biblioteca Breve 2015 de
Seix Barral, llegó a mis manos casi por casualidad, pero es todo un
descubrimiento. No había leído nada del autor (que por cierto no tiene nada que
ver con Javier Marías) y me ha emocionado su sinceridad, la valentía que
muestra para volver a los momentos culminantes de la relación con su padre,
marinero de profesión y cabeza de familia casi siempre ausente. El relato vuelve
una y otra vez a los encuentros y desencuentros -o a las palabras no dichas- que padre e hijo tuvieron durante
casi 60 años. Y destila la amargura, atemperada por la experiencia, de un
Marías que se reprocha el tiempo perdido y pide perdón por los destrozos que la
ingenuidad y el furor adolescente de otra época dejaron en la casa paterna.
Estamos ante un ejemplo de literatura como redención. “El gran
éxito está en tener la lucidez y la paz interior para rememorar lo que fui y
los pasos que di”, reflexiona Fernando Marías en un momento de unas memorias que
también son un canto de amor al cine de alguien que se convenció de que su
trabajo era contar historias viendo westerns en su Bilbao natal, en aquellas
tardes de domingo y de verano en que la pantalla grande se convertía en la
puerta de la imaginación.
La isla del padre es también un libro sobre la fascinación que
en los niños provoca la vida imaginada o imaginaria de los mayores. De ahí que
la figura del padre, en principio un ser extraño, se convierta, en la cabeza
del joven Marías fascinado por el cine, en un bravo marino curtido por miles de
travesías y muchas tormentas en alta mar, en un espía o, mucho más tarde, en un
misterioso hombre con una vida paralela en Madrid o en Buenos Aires.
Marías ha escrito bien un libro que entretiene y que rememora sobre
todo la España de los sesenta. También es hábil el autor para recurrir
constantemente al flash back y a la mezcla de planos temporales, subrayando que
la vida es pura casualidad y que, sin embargo, los actos y los pensamientos de
hoy están íntimamente ligados a los que tuvieron lugar hace un siglo, cuando
sus antepasados llegaron a la casa familiar de Bilbao. Esa misma casa en la que
él escribe las líneas de este libro, justo después de la muerte de su padre, a
modo de despedida.
En La isla del padre, la guerra civil, la posguerra, el
descubrimiento de Madrid en los primeros años setenta por parte de un joven con
ganas de triunfar o la propia muerte del progenitor en 2013, son secuencias de
una misma película hilada por los recuerdos, muchas veces dolorosos, y la
imaginación del cinéfilo que acabó en la literatura.
No obstante, en algunos momentos el relato (muy bien escrito) pierde
fuerza y convicción porque no explica suficientemente lo que cuenta o porque
deja que la bruma de la desmemoria se apodere de la narración, quizá para
envolver de misterio a la figura del padre. Así, nos dirá el autor que en su
juventud fue un tipo “irresponsable, desordenado y moralmente suicida”, sin que
nos aclare qué le lleva a un juicio tan severo, y hasta qué punto esa mala vida
entorpeció la relación con el padre, que es eje de todo el libro.
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